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De gira, de seminario, tras el Majestic exprés
Como los viejos roqueros a punto de retirarse, Núñez Feijóo se va de gira; Sánchez Pérez-Castejón, por su parte, se ha llevado a los suyos de retiro espiritual. Tiempos de reflexión después del primer conato de inestabilidad. Ni a uno ni a otro le ha ido bien del todo en el último asalto parlamentario, el de los súper decretos reales. En realidad ha triunfado el parlamentarismo. No hay dictadura del poder ejecutivo, de su presidente. El poder legislativo ha ejercido su papel, ha tenido mucho que decir. Es la democracia.
A Feijóo se le ha torcido el rictus. El papel que le habían preparado ante el previsible fracaso de Sánchez reposa ya en una papelera; Sánchez sacó sus decretos más importantes hacia adelante, sobre todo el de los 10.000 millones de euros europeos, contantes y sonantes, pero lo más chanante es que a última hora Junts se rajara. Es eso y no lo de la delegación de competencias en inmigración –será poco y veremos si y cómo las ejerce la Generalitat que no es Junts– y demás asuntos. Al fin y al cabo, el acuerdo con los independentistas, ahora de nuevo convergentes pujolísimos, no deja de ser un Majestic exprés con 150.2 de la Constitución incluido, como en aquel pacto de Aznar con Pujol, con la presencia ese día en la foto, por cierto, de Mariano Rajoy.
Sin embargo, lo que más tinta de calamar madrileño –el mítico animal mesetario– ha soltado ha sido la espantá de Podemos con uno de los reales decretos, el de Yolanda, por seguir con el fulanismo taxonómico de la corte mediática.
Podemos llegó a un acuerdo tras negociar con el PSOE con los dos otros reales decretos pero no ha habido manera con el que tanto análisis paternalmente fatalista ha despertado. Es una manera de negociar rara. El Consejo de Ministros es un órgano colegiado y, sin embargo, Sánchez dejó, permitió su territorialidad, el camino libre a un Ministerio pensando quizá que todavía Podemos estaba bajo el mismo techo. Y no. Los clamores mediáticos apocalípticos, las descalificaciones, excomuniones y extremaunciones, algunas con sustentos infantiles, no han servido para minar el empeño de la izquierdísima, menesterosa de pantallas en su nueva andadora en solitario.
Una cosa es su gobierno y otra sus aliados de investidura. Si no lo tenía claro antes de los últimos acontecimientos y por eso negoció solo con Junts, ya habrá caído que tendrá que cambiar de relación con todas las fuerzas políticas
Pero si los socialistas estaban preocupados –pasilleramente hablando– por el desarrollo y escenificación del resultado del primer test parlamentario del Gobierno de coalición, con uno de los reales decretos devuelto a los corrales, ahora Pedro Sánchez ha tocado la corneta. El panorama es así: una cosa es su gobierno y otra sus aliados de investidura. Si no lo tenía claro antes de los últimos acontecimientos, y por eso negoció solo con Junts, ya habrá caído en que tendrá que cambiar de relación con todas las fuerzas políticas: “la legislatura no puede ser un trágala”, se ha oído el trueno desde tierras vascas. En ese espacio que no está dentro del Gobierno, pero sí del paraguas de la investidura, está también Podemos, y nadie –se ha visto– puede hablar en nombre de ellos. Se han emancipado.
Es decir, Sánchez ha rebinado que cada cosa habrá que negociarla con cada fuerza parlamentaria que represente votos, incluida la izquierdísima, sin obstáculos personales, para la estabilidad de su gobierno y para llevar a feliz término su gobierno social. También le ha quedado claro que la interlocución con todos sus aliados le pertenece a él y solo él. El que lo haga será en su nombre, no hay dos gobiernos, son sus palabras de siempre. Fuera de ese espacio de investidura, unos, amigos y, otros, aprovechados, de conveniencia, solo hay derecha y derechísima, no hay nada o poco que negociar.
De las palabras que han salido del seminario presidencial, negociación y diálogo parecen las palabras claves. Sentarse y hablar siempre estará presente, será necesario, no hay otra, aunque solo sea para convencer uno al otro, o el otro al uno, que no tiene razón. Pero una cosa es tener la razón y otra tener los votos.
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