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No es solo el Sáhara: es racismo institucional

Varias personas, con banderas saharauis, participan en una manifestación convocada por la Coordinadora Estatal de Asociaciones Solidarias con el Sáhara (CEAS-Sáhara), frente al Ministerio de Asuntos Exteriores, a 26 de marzo de 2022, en Madrid (España).

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Algo que debemos conceder a Pedro Sánchez tras el anuncio de que el Gobierno español deja oficialmente de reconocer, pese a los acuerdos suscritos en la ONU, el derecho al referéndum de autodeterminación en el Sáhara occidental: la honestidad, la misma que no tuvieron sus predecesores. En el fondo, Sánchez simplemente ha rubricado lo que, desde que llegó la democracia, todos y cada uno de los gobiernos españoles ha hecho: despreciar al pueblo saharaui, despreciar a las casi 175.000 personas que hoy sobreviven en pésimas condiciones en los campamentos, cercados además por un muro de más de 2.700 kilómetros.

La palma de la ignominia se la lleva quizás Felipe González, lo que a estas alturas a nadie extrañará. Cuando era un tierno aspirante al mando del país visitó los campamentos para prometer que si alguna vez alcanzaba el poder en la vieja metrópoli el único interlocutor válido sería el Frente Polisario, porque él sí reconocía sin más los “territorios liberados de la República Árabe Saharaui Democrática”. De todo ello, como de tanto otro, se olvidó cuando seis años después, en efecto, se convirtió en presidente.

Al margen de las evidentes razones geoestratégicas, del más que probable chantaje del régimen aluaita al gobierno, etc., hay una evidencia incuestionable: nuestros gobiernos llevan casi medio siglo maltratando a los saharuis por la sencilla razón de que son moros, para entendernos. Pueden haber sufrido las mismas penalidades que está padeciendo el pueblo ucraniano, vale que hasta 1975 conformaran una provincia española y que, de hecho, a día de hoy su espacio aéreo aún siga gestionado por España. Pero no dejan de ser moros, y nosotros a los moros ni agua. Pedro Sánchez, por fin, lo ha admitido. Punto para él, aunque ya apuntaba maneras.

La traición al pueblo saharaui es parte evidente del racismo institucional que ha atravesado a todos los gobiernos españoles, de un signo u otro

Cuando España se trajo aquella vergonzosa peleíta en el seno de la Unión Europea para no acoger a demasiados refugiados sirios en nuestro país despoblado, Pedro Sánchez, en la oposición, protestó e incluso recordó a nuestros exiliados de la Guerra civil. Luego, cuando se convirtió en presidente del gobierno, se hizo un Felipe González, pero más salvaje: a principios de 2019 llegó a prohibir que el Open Arms zarpara desde el puerto de Barcelona para salvar vidas, algo en perfectísima armonía con lo que ese mismo verano reclamaría Vox.

Sánchez ha pasado de prometer acabar con las devoluciones en caliente a poner al frente de interior a un ministro, Grande-Marlaska, capaz de enviar de vuelta a 800 menores a Ceuta contra toda la legislación vigente. Eran niños moros, al fin y al cabo, paquetería de Amazon que podemos expedir sin miramientos. En realidad, la falta de empatía de ese ministro es legendaria. No en vano, de las muchas condenas de Estrasburgo que acumula España por torturas, ni más ni menos que seis tuvieron lugar bajo la instrucción de Grande-Marlaska en su etapa de magistrado, todo en récord. Quizás por eso no ha dudado en justificar las palizas gratuitas a inmigrantes en la valla de Melilla.

No hablemos de las concertinas que iba a retirar, y lo hizo, sí, las retiró unos metros más allá. Tampoco mencionemos los CIE, nuestros guantánamos particulares, que ahí siguen, pese a que el propio ministro reconozca que ni siquiera cumplen con los Derechos Humanos.

La traición al pueblo saharaui es parte evidente del racismo institucional que ha atravesado a todos los gobiernos españoles, de un signo u otro. Y por fortuna Argelia no se ha enfadado tanto como se preveía y ya ha permitido que el gobierno español reanude las repatriaciones.

El mes pasado, en el Festival de Cine de Málaga, se proyectó el documental Un viaje hacia nosotros, ideado por Pepe Viyuela y dirigido por el malagueño Luis Cintora. Quiero mencionarlo porque, desde una mirada muy didáctica, aborda algunas de estas cuestiones. Me gustaría pensar que eso lo hace ideal para que una buena parte de los institutos y centros de secundaria organicen pases con el alumnado. Ojalá.

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