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Repensando el 8M: crisis, retos y obligaciones del Estado

Manifestación en Toledo del 8M en 2018

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Vuelve otro 8 de marzo y con él la necesaria (anual y reiterativa) reflexión sobre las terribles violencias que padecen las mujeres en el trabajo, en la educación, en la cultura, en el hogar, fuera de él… Al parecer, el progreso hacia la igualdad de género, según la ONU en su estudio Economic empowerment (2020), parece haberse estancado por un cuarto de siglo, pese a algunos avances en la educación. Como bien señala su Secretario General, Antonio Gutérres « veinticinco años después de la adopción de la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, el progreso hacia la igualdad de poder y los mismos derechos para las mujeres sigue siendo difícil de alcanzar »

Sin embargo, este 8 de marzo se presenta diferente. Acabamos apenas de «asomar el periscopio» para valorar los enormes daños que ha ocasionado, y aún está ocasionando la pandemia más importante a nivel mundial, desde que la humanidad afrontara el arrase de la peste bubónica. El número de víctimas que se ha cobrado este Covid19 no tienen parangón y la crisis económica y financiera que ha supuesto esta emergencia sanitaria, incalculable. 

No obstante, dicen que toda crisis es siempre una oportunidad. Ello obliga a saber mirar, a diagnosticar con precisión, a estar dispuestos a cambiar aquello que está mal de origen (pese a quien pese) y a no dejar –esta vez- como acertadamente señala la Agenda Mundial de 2030, a nadie atrás y esto incluye –como no puede ser de otro modo- a más de la mitad de la población mundial.

En esta ocasión, la mirada para auditar el daño ciudadano y el pensamiento desde el que imaginar salidas eficaces y eficientes a este caos, no puede venir de la mano de un análisis descriptivo, supuestamente neutro y descargado de la obligatoria y urgente metodología de género. Es el momento de no caer en errores pasados, ignorando el enfoque de los derechos humanos desde la perspectiva feminista, porque de hacerlo así, volveremos a apostar por un modelo que enquista las desigualdades de género y las legitima tras un discurso normativo aparentemente tuitivo e igualitario. 

Aun en mantillas sobre la observación y análisis del paso del Covid19 en España y en el mundo, lo cierto es que los impactos desiguales según género son evidentes y requieren no perderlos de vista si no queremos volver a la casilla de salida en los avances de igualdad de género. Hay que hacer números pero sabemos de realidades que se han asomado claramente con el obligado confinamiento. Una de ellas tiene que ver con la asistencia de personas enfermas, ya fuere de manera institucionalizada o informal. Tanto en uno como en otro ámbito, las mujeres se erigen como las grandes cuidadoras. El sector sanitario está significativamente feminizado, y la ética del cuidado tiene claramente una protagonista, la de siempre, las mujeres. Ellas han estado claramente expuestas al contagio y a la enfermedad, librando una dura batalla contra el Covid19.

En otro orden de cosas, el coronavirus ha supuesto la derivación de ingente trabajo educativo, de atención a mayores y personas dependientes, y como no, de teletrabajo, al hogar. A poco que se mire, y sin haber sacado aún la calculadora, el confinamiento ha supuesto el agravamiento de una situación anterior, ya denunciada por la Teoría feminista. Las mujeres, en España –antes de esta crisis- dedicaban el doble de horas que el hombre a las tareas domésticas y al cuidado de los demás, situación que repercutía gravemente en ellas, incapacitándolas para acceder en igualdad de condiciones al mercado laboral o a promocionarse dentro del mismo. Veremos en cuanto se eleva las pérdidas de rendimiento « telemático », al estar ocupadas en trabajos antes derivados a áreas ahora confinadas : la educativa, la lúdica, la ayuda a domicilio y de cuidado….Entretanto, y según el primer cuatrimestre de 2021 de la EPA, el paro de las mujeres ha ascendido estrepitosamente a un 300%, básicamente por ocuparse de sectores como el turismo y no encontrarse en lo digital. Hablamos de una brecha salarial similar a la de hace 8 años. Hablamos de una reducción de salarios de 14,9% en mujeres, frente al 11,3% en hombres. Hablamos de que las mujeres cobran un 40% menos de pensión que los hombres. Hablamos….

No hay que ser Pitágoras para saber que esta crisis va a pasar una gran factura a las mujeres, mayoritarias además en un sector servicios cerrado al mundo durante muchos meses (y aún hoy, en perezoso arranque), y muy mal posicionadas en sectores de futuro, como la robótica, donde la formación sigue estando abanderada por varones. Pese a que se estima que en un futuro próximo se crearán 58 millones de puestos de trabajo vinculados a la Inteligencia Artificial, y un crecimiento del 51% de empleos en 2020, lo que supondría un 6,1 millones de oportunidades de trabajo a nivel mundial, según el World Economic Forum, las mujeres siguen inclinándose por carreras tradicionales, feminizadas, poco competitivas en el mercado laboral, pero más acordes con el modelo de mujer aprendido y aprehendido, aún hoy, desde todas las vertientes de socialización diferencial existentes. Si la situación en Europa ya es preocupante por cuanto sólo 3 de cada 10 puestos de trabajo TIC están ocupados por mujeres, en España esta cifra se reduce a la mitad (15,6%), colocando a las mujeres españolas en clara desventaja para superar lo que más que una brecha será, a muy corto plazo, un socavón de género.

Pero curiosamente, esta exposición de hechos nos muestra las áreas que deberían abordarse para poder superar los efectos devastadores del confinamiento por Covid 19 y que sólo ha venido a reforzar puntos gordianos de brecha de género ya denunciados por la Teoría feminista desde antaño. Se necesita mirar los impactos inmediatos y desiguales en las rentas, donde las mujeres se erigen como las gran precarias; las dificultades de acceso a los recursos y al empleo, agravadas por la carencia de tiempo y energía por el reparto desigual de los cuidados; y repensar los sistemas educativos, de salud y de organización del trabajo, sin perder de vista la importancia de reconocer y valorar los cuidados en tanto que necesarios generadores de bienestar social.

Todas estas consignas sin duda coinciden con un marco de trabajo urgente, marcado por la Agenda Mundial de 2030 sobre los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible y que requiere, inexorablemente, abordar la desigualdad en la distribución del trabajo remunerado y no remunerado entre las mujeres y los hombres como un paso esencial para lograr la igualdad de género. Y esta tarea requiere ponerse a trabajar ya, conscientes de que, como señaló la Asamblea General de Naciones Unidas en 2013, la inacción política y « la abstención por los Estados de facilitar, financiar, apoyar y regular debidamente el trabajo doméstico contraviene sus obligaciones de derechos humanos, al establecer y exacerbar las desigualdades y amenazar el disfrute de los derechos de la mujer ».

El contador sigue avanzando y los objetivos siguen sin cumplirse. Confiemos en que el próximo 8 de marzo no tengamos que volver a repasar los datos devastadores de pobreza y discriminación de las mujeres y el consecuente incumplimiento del Estado –por inacción- de la protección y garantía de los derechos de las mismas.

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