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Opinión - Ir al grano. Por Rosa María Artal

Sobre independencias y la patria de la justicia social

Las elecciones al Parlamento de Cataluña nunca son unas elecciones cualquiera. Una comparte una noticia en las redes sociales sobre el tema y estalla la caja de los truenos. En esos debates existe una especie de alergia a todo lo catalán, así, en conjunto, y en cuanto rascas un poco más, descubres que carece de fundamento salvo por el caldo de cultivo alentado por polarizados y politizados medios de comunicación.

El problema de estas elecciones en las que todos opinamos sin ser catalanes de nacimiento o sin vivir allí es que se suelen ceñir a un debate en temas tan superficiales como la lengua y las banderas.

Sorprende ver esos ciudadanos españoles a los que le salen sarpullidos y víboras por la boca porque un establecimiento tenga un cartel en catalán, pero compran sin rechistar y sin saber ni qué significa Choklad Lingon & Blabär[1] , Kakor chokladflarn[2] o Kaka Chokladtryffel[3] en la tienda sueca del Ikea, por ejemplo. Los mismos que si les entregan un menú en catalán denuncian sofocados sentirse extranjeros en su propio país, pero se integran con alborozo y satisfacción en Mallorca o Torremolinos, aunque anden por calles y calles repletas de bares con todos sus carteles en inglés o alemán… Y digo yo que, ya que defienden y quieren tanto a España, deberían quererla tal como es, con su idiosincrasia, y acoger con el mismo fulgor y devoción el catalán, el gallego, el euskera y toda nuestra riqueza lingüística.

Hablo desde mi experiencia y no es que padezca síndrome de Estocolmo. Todos los que estamos vinculados con Cataluña (por trabajo), primero lo intentamos en una tierra, la nuestra, que no nos hizo profetas. Después vendrán los que nos recuerdan las palabras de Duran i Lleida sobre los andaluces. Pero no entro en ese juego porque la estrategia del político de turno es la de enfrentar a los ciudadanos para que nadie los cuestione a ellos. Las escucho siendo consciente de que el PER no es una de las mayores ayudas del Estado, y que por encima están las de la PAC o las que Cataluña ha recibido por la automoción. Me siento identificada con muchos de sus ciudadanos que te refieren el desdén y el desprecio con el que son tratados por su condición. Porque, siendo yo andaluza me he sentido más integrada en Cataluña que en Madrid, donde me han trasmitido más esa visión de Despeñaperros como una frontera al inframundo.

El Gobierno español parece olvidar una premisa tan importante como que las prohibiciones, el desprecio y las amenazas sólo alimentan ese empeño. Es más, es llamativa la torpeza de amenazar con la banca o la Unión Europea, porque estar sin ellas casi resulta un paraíso al que lanzarse.

El problema de estas elecciones es que no se puede combatir nacionalismo con nacionalismo. Ni tampoco, combatir cuando se comparte una esencia. Cuando los recortes y la corrupción reinan en los dos extremos, entonces la propaganda política no puede polarizarse a esos focos, porque ahí son dos gotas de agua. En un país con una media de unos 2000 imputados por corrupción y unas 200 causas abiertas...

¿Para qué debatir sobre ello? Es más entretenido llevar el debate a lo más instintivo y sentimental, porque la razón apenas cabe en estos planteamientos.

Yo no sé ustedes. Mi nivel de patriotismo es nulo. En cambio, mi nivel de democracia es altísimo, y por eso me alegro cada vez que hay elecciones y apoyo cualquier opción de decidir. En cuestiones de banderas no me avergüenzo de la bandera española, pero tampoco de la catalana ni de otra que represente a los míos, incluidas las banderas de movimientos sociales. Sólo me avergüenzan banderas como la nazi o la franquista, porque ocasionaron muertos y odio. Y me avergüenzan a diario los abanderados de la austeridad y los recortes, a los que ofrezco siempre el mayor de mis desprecios.

En la película Martín Hache, el padre le dice a su hijo: “la patria es un invento”. Y tanto… pero ya puestos a crear, qué gozada sería inventar la patria de la justicia social, aunque sea en un acto de fe. Y también declarar la independencia. Pero la independencia de los corruptos, del hambre, de los desahucios, de la sanidad privatizada, de la pobreza infantil, de la precariedad laboral, de los derechos robados... Declararse independiente de todo lo malo. Esa, sólo esa, sería la mayor de las conquistas.

Las elecciones al Parlamento de Cataluña nunca son unas elecciones cualquiera. Una comparte una noticia en las redes sociales sobre el tema y estalla la caja de los truenos. En esos debates existe una especie de alergia a todo lo catalán, así, en conjunto, y en cuanto rascas un poco más, descubres que carece de fundamento salvo por el caldo de cultivo alentado por polarizados y politizados medios de comunicación.

El problema de estas elecciones en las que todos opinamos sin ser catalanes de nacimiento o sin vivir allí es que se suelen ceñir a un debate en temas tan superficiales como la lengua y las banderas.