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Nakba 2020 | 72 años de injusticias en Palestina

Un menor palestino muerto por disparos de soldados israelíes en Cisjordania

Javier Barquín Ruiz

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Resulta complicado  en estos momentos quitar el protagonismo a la pandemia que asuela tanto el mundo físico como el digital. Cualquier otro tema parece nimio cuando en las pantallas aparece el número de muertos, infectados, destrucción de empleo, etc. Sin embargo, tanto la vida en el presente como los hechos del pasado vuelven a encontrarse, aunque sea a la sombra de la COVID-19.

Esta semana lamentablemente debemos seguir recordando un episodio de la historia de Palestina llamado la “Nakba”, el desastre, que ocurrió en 1948 pero que se gestó años antes como si fuera la tormenta perfecta. La desaparición del imperio otomano a finales del siglo XIX, los intereses coloniales de las potencias europeas, el germen del sionismo alimentado por Inglaterra, la derrota del nazismo y la denuncia y juicio de sus crímenes contra los ciudadanos judíos, el sentimiento de culpa, etc, todo ello se conjuró contra la población árabe que vivía en la llamada Palestina junto con otros grupos y creencias. La ONU(*) decidió crear en 1947 un nuevo estado para la comunidad judía sin tener en cuenta a la población originaria dando lugar a un conflicto que perdura muchos años después dejando en el camino un reguero de destrucción, muertes e injusticia que ha generado el mayor número de refugiados de la historia. Se calcula que entre 5 y 6 millones de palestinos se han convertido en “refugiados” al heredar la condición de sus padres, viviendo una extendida diáspora en todo el mundo y sufriendo su particular holocausto.

A lo largo de los años 1948 y 1949 se calcula que el ejército de Israel asesinó a unos 13.000 árabes palestinos y expulsó entre 700-750.000 habitantes de más de 400 pueblos; parte de los mismos fueron arrasados y sobre el terreno se plantaron árboles, con objeto de borrar la memoria y las huellas de sus moradores. Tanto estos años como los siguientes se significaron por el intento de la potencia ocupante de ganar territorio y expulsar a los palestinos pero, sobre todo, de evitar que la población árabe se quedara en el nuevo estado judío.

Los años fueron pasando y la situación no ha mejorado en absoluto: decenas de condenas de la ONU, rechazo de la comunidad internacional, denuncias específicas sobre crímenes de lesa humanidad, etc., forman parte del historial criminal de Israel como potencia ocupante, lo cual no ha impedido que actualmente el territorio palestino quede reducido a poco mas del 10% de la Palestina histórica y su población se encuentre repartida entre Gaza y Cisjordania sometidas ambas a controles del ejército, check points, asentamientos ilegales conocidos como “colonias”, explotación de sus recursos naturales, zonas de exclusión...

A ello puede sumarse que cualquier atisbo de resistencia sea castigado bien con la cárcel, bien con el confinamiento y en una total falta de respeto por los derechos humanos. Un repaso rápido puede dar una idea al lector de lo que significa luchar por una vida digna.

Gaza, conocida como “la cárcel más grande del mundo a cielo abierto”, tiene una población de dos millones de habitantes recluidos en poco más de 350 kilómetros cuadrados. Ha sufrido varios ataques en los últimos diez años que han supuesto la destrucción de infraestructuras sanitarias, miles de muertos y heridos, y la escasez de todo tipo de recursos. Sólo tiene dos “puertas” de salida/entrada, el paso de Eretz cuyo control es total por parte de Israel  por el que llegan los alimentos y materiales,  y el de Rafá que se encuentra la mayoría del tiempo cerrado. La parte del mar es controlada por la marina israelí que limita su pesca de manera intermitente a más o menos millas. Los disparos contra los pescadores son moneda corriente. La parte que linda con Israel se rodea con una valla de espino, y se recomienda a los palestinos que se encuentren  como mínimo a 300 metros, aunque se ha comprobado que incluso estando mas lejos pueden ser disparados. El Centro Palestino de Derechos Humanos  (PCHR) documenta lo siguiente: desde el 30 de marzo de 2018 hasta el 27 de diciembre de 2019, miles de gazatíes  han protestado a lo largo de  Franja de Gaza, exigiendo el fin de los 13 años de cierre inhumano e ilegal de Israel y la realización del derecho al retorno de los refugiados palestinos y sus descendientes, consagrado en el derecho internacional. En respuesta, la ocupación israelí suprimió las protestas desde el principio utilizando munición real, balas recubiertas de caucho y bidones de gas contra los manifestantes civiles desarmados, que no representaban ninguna amenaza para los bien equipados, protegidos y distantes soldados israelíes. En el lapso de 86 semanas de protestas, los  israelíes mataron a 217 civiles, entre ellos 48 niños, 2 mujeres, 9 personas con discapacidad, e hirieron a más de 14.500 personas. De los heridos, 207 manifestantes han quedado discapacitados de forma permanente, entre ellos hay 149 casos de amputación.

La llamada Cisjordania está dividida en zonas de control por parte de Israel, y viajar hacia Jerusalén, por ejemplo, implica un permiso de Israel como también el poder circular por determinadas carreteras. De hecho, las matrículas de los coches palestinos son de varios colores e indican su grado de “libertad” para moverse dentro de su propio territorio.

A finales de 2019, el número de presos palestinos en las cárceles israelíes ascendía a unos 5.700, incluidos 250 niños y 45 mujeres. Entre los prisioneros hay docenas de condenados a cadena perpetua, incluidos los que llevan más de 30 años en prisión, así como 700 prisioneros enfermos; algunos de ellos padecen enfermedades graves y crónicas.  Mientras que en las naciones civilizadas se está permitiendo que determinados presos con síntomas graves o por el coronavirus puedan hacerlo en su casa, en Israel cualquier oportunidad es buena para indicar a la población palestina que no hay piedad ni legalidad  ni derechos humanos para con sus presos/as. Actualmente hay una campaña de huelga de hambre de la población reclusa palestina protestando por su situación que, como es normal, no aparece en los medios de comunicación del mundo.

Palestina es una herida abierta en el corazón y el espíritu de los Derechos Humanos, al mismo tiempo es un recuerdo de los errores cometidos a lo largo de estos años por políticas, políticos y estados serviles y, sobre todo, de la retórica vacua de la Unión Europea que se muestra incapaz de traducir en hechos su tradición y cultura humanista, impidiendo el progresivo deterioro de la comunidad palestina y el blanqueamiento de la potencia ocupante al obviar sus flagrantes crímenes.

La población palestina pide que no se la olvide. Nosotros pedimos que se actúe en nombre de los Derechos Humanos y de la moral para poder creer en la justicia.

 

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