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Los humanos sólo tenemos una motivación que supera la recompensa de ganar a los demás: es la satisfacción de comprobar que nuestros adversarios pierden más que nosotros. Esta paradoja se produce, incluso aunque este comportamiento refuerce exponencialmente a un tercer rival que nos amenaza. Es lo que se llama, en la teoría de juegos, la estrategia de suma cero. La psicología evolutiva analiza esta conducta que se sustenta gracias a la envidia. En nuestro ser primitivo, la selección natural se ha servido de ese egoísmo para preservar a los individuos de las amenazas del entorno. Si otros eran eliminados de la tribu, los demás tenían más oportunidades de reproducirse y sobrevivir. En la actualidad, esta actitud se ha trasladado a decisiones y emociones que tienen una repercusión directa en la sociedad que nos acoge. A menudo nos gustaría asesinar a nuestros envidiados adversarios. Pero nuestra conciencia reprime ese impulso y lo transforma en veneno que expandimos con nuestro difusor de maldades. La envidia sana es aquella en la que conseguimos disimular a la perfección nuestra reconcomía interior. Como la que activamos el lunes mientras asistíamos a la tradicional apertura de resentimientos navideños. Los agraciados de la lotería nos recordaban lo desgraciados que somos los que jugamos sabiendo que íbamos a perder.
La suma cero tiene repercusiones más peligrosas que las que provocan un mosqueo lleno de resentimiento. Se trata de las decisiones que tomamos en función de que odiamos a los que tienen más beneficio que nosotros, y preferimos que se queden sin premio, aunque eso nos cueste perder algo que poseemos. Un estudio efectuado por un grupo de economistas norteamericanos, capitaneados por Sahil Chinoy, ha estudiado esta cuestión en un trabajo de investigación con 24.000 personas de ese país. La conclusión ha sido muy clara. La opinión ciudadana sobre una amplia gama de cuestiones sociales, políticas y económicas está fuertemente influida por el grado en que percibe que los beneficios de la sociedad se obtienen a expensas de los demás. Las generaciones jóvenes tienden a concebir las interacciones económicas como un juego de suma cero en mayor medida que las generaciones adultas. Esta tendencia está relacionada, según el estudio, con conceptos como la envidia del éxito ajeno o la desmotivación para el esfuerzo, ante el convencimiento de que no aporta recompensa. En los últimos tiempos estamos asistiendo a un incremento del pensamiento de suma cero. La desigualdad ha favorecido la reactivación primitiva de la escasez y la envidia. De hecho, esta actitud hostil se está trasvasando no sólo a los que tienen, sino a los que vemos como rivales, aun teniendo menos que nosotros, pero que los consideramos responsables de no tener lo que envidiamos.
El PP ha diseñado una estrategia de suma cero. Dado que Feijóo tiene un valor negativo, el ascenso hasta la nada se considera una mejora. Saben en Génova que el resultado de la decisión de obligar a votar en Extremadura y Aragón no iba a mejorar sus propias posiciones en el tablero político. Incluso iba a debilitar a sus respectivos dirigentes, Guardiola y Azcón. Donde no estaban las cosas tan claras, como es la Comunidad Valenciana, era mejor llegar a un pacto rápido con la ultraderecha. A cualquier precio, siempre que no fuera con unas elecciones en las que se recordara a Mazón como vergonzoso líder de la tragedia de la Dana, desde su “Ventorro” particular. La necesidad de intentar debilitar el gobierno progresista de Pedro Sánchez, era un premio mayor que la derrota propia de fracasar a la hora de conseguir unas imposibles mayorías absolutas que iban a “estabilizar” los territorios arrastrados a las urnas. La consecuencia de fortalecer a sus adversarios de la ultraderecha era una consecuencia deseada y prevista por la estrategia conservadora. Total, dicen, si vamos a gobernar juntos en España, no hay nada malo en compartir gabinete con los amigos de Trump y los enemigos del estado de las autonomías.
Frente a las estrategias de suma cero, las mejores respuestas se obtienen con jugadas aleatorias que evitan la predicción del oponente. Las alternativas que minimizan pérdidas y maximizan las opciones para obtener el mejor peor resultado, pueden trastocar los intereses de los rivales. Es lo que se llama, técnicamente, modelo 'Maximin y Minimax' para la toma de decisiones. Ya lo experimentó el PP, tras las elecciones autonómicas de 2023, al pactar con Vox. La convocatoria a las urnas, de julio de ese mismo año, provocó una activación de votantes que consiguió reeditar un gobierno progresista en La Moncloa.
Azcón busca la suma cero en Aragón con la jugada que le han diseñado en Madrid. Se olvida de dos cuestiones. Que al electorado no le gusta que le obliguen a votar para dirimir las disputas entre partidos, como han escenificado la derecha extrema y la extrema derecha. Y segundo, que quienes participaron en julio de 2023 pueden volver a los colegios electorales. Jugar con la única baza de forzar la desmovilización, enfangando el camino a las urnas, tiene sus riesgos. La izquierda también tiene su cuota de responsabilidad. La articulación de una candidatura única, a la izquierda del PSOE, facilitaría una alternativa de avance, desde la cooperación mutua, y con el liderazgo colaborativo de Pilar Alegría. El PSOE tiene la obligación de convertir una obligación electoral en una oportunidad de cambio. Un mensaje cercano, diferente y centrado en los intereses que nos unen a todas y todos, puede ser decisivo para agitar el clima que quiere congelar Azcón.
Los mismos que quemaban los libros en la película 'Fahrenheit 451' (François Truffaut, 1966), son ahora los nuevos bomberos que quieren congelar la participación y los avances que hemos disfrutado. Las derechas nos quieren imponer un termostato en Aragón con una temperatura de 32 grados Fahrenheit. Se olvidan de que somos muchos los que hemos memorizado cada libro de libertad y progreso para mantener el calor de lo conseguido.