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Azcón el disolutor

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La solidez es un valor de la personalidad que fortalecemos gracias nuestra capacidad de ser maleables. Toda una paradoja. Nos hacemos fuertes para enfrentarnos a una sociedad soluble que rechaza la rigidez del comportamiento. Nacemos líquidos y nos evaporamos al despedirnos. Entre la llegada y la salida, discurrimos por la vida como unos personajes sublimados que parecemos compactos, pero que nos gasificamos con cualquier variación de comportamiento ambiental. La vergüenza nos disuelve bajo las baldosas juiciosas de los demás. En cambio, el amor nos derrite bajo cero. Nos diluimos bajo la presión social y formamos cubitos de resistencia ante el ardor de nuestro egoísmo. Nos relacionamos con otros a base de emulsiones de comunicación que se transmiten con la lentitud de atravesar un medio líquido. Desleímos nuestros defectos para que los demás nos beban sin filtros. Nos escapamos de las responsabilidades porque preferimos disolverlas que resolverlas. Enjuagamos nuestros secretos con colutorios que disimulan los vicios que nos arrastran. Y hablamos desde locutorios para que no queden reflejados los números de litros que gasta nuestra conducta en cada día de vida. Fluimos como el agua, sin saber nadar, y chapoteamos con los problemas que nos inundan, aunque nos ahogamos sin siquiera mojarnos. Las religiones nos mojan con sus rituales porque mientras nos riegan el cuerpo, cosechan nuestra cartera. Entre bautizos católicos, ablaciones musulmanas y baños hindúes llueve sobre mojado. En fin, que el poder nos hace creer que somos seres absolutos y, en realidad, somos simplemente solutos.

En psicología utilizamos un dicho que tiene poco de científico pero mucho de eficacia: en problemas de comportamiento, lo que no puedas resolver, inténtalo disolver. En medicina siempre ha funcionado un buen golpe en el pie para solucionar el dolor de cabeza. Así que cada profesión cultiva sus propias estrategias. Como a los humanos nos encanta bucear en lo irresoluble, es fácil que agotemos el oxígeno de nuestra capacidad de análisis. Es mejor que practiquemos el esnórquel para meter la cabeza bajo las corrientes que nos rodean, sin que el pulpo de nuestros enredos nos asfixie. Sólo con que consiguiéramos razonar para discernir lo que depende de nosotros, de lo que es irresoluble por nuestros medios, ya estaríamos consiguiendo flotar. Si además damos prioridades y ordenamos las conductas que nos agobian, podríamos utilizar la corriente a favor, tras perder el peso innecesario que nos lastraba, y seguir el rumbo que nos habíamos fijado. El rencor no nos deja dormir, porque impide que el sueño se apodere de los deseos de venganza. En cambio, roncar puede que dificulte el reposo a quien nos acompaña bajo las sábanas, pero el descanso a pierna suelta acaba siendo relajante para el cerebro.

Azcón ha disuelto el Parlamento aragonés y nos obliga a votar después de la temprana ruptura de su gabinete, al año de constituirse, y tras dos años de fracaso de gobierno y de gestión, al frente de Aragón. Lo hace por interés político y personal. Y porque así se lo ha pedido Feijóo, que pretende que nuestra Comunidad sea una pieza más en la cacería de avances sociales que ha organizado junto a la ultraderecha. La habilidad de un responsable público consiste en anteponer los intereses generales a sus ambiciones particulares. Pero Azcón es más ávido que prudente, y más ansioso que comedido. Los movimientos políticos que son dirigidos por la codicia suelen terminar siendo prisioneros de la miseria. La crueldad en la rapiña entre la extrema derecha y la derecha extrema, por hacerse con el botín de los mismos votos, puede terminar en festín de invitados inesperados. La ciudadanía no suele digerir bien las órdenes de los poderosos. Antes que elecciones, la gente quiere soluciones. El presidente en funciones de Aragón es un emulgente de problemas y un disolvente de soluciones. Azcón, el breve, podría pasar también a la historia como el gran disolutor. Así que frente al llamamiento a la mayoría absoluta que pide Azcón, el inquilino del Pignatelli podría encontrarse con un buen revolcón. Si las urnas las cargan los votos, los adelantos electorales, como los que pide la Conferencia Episcopal Española, los carga Satanás. Argüello va a degüello para quitarnos el resuello. Hay señales demoniacas para la derecha que son todo un aviso: el ocho de febrero es el cumpleaños de Gabriel Rufián.

Las necesidades de las y los aragoneses están en unos centros de salud que arrastran retrasos de un mes para que nos atienda un profesional médico. La realidad de Aragón se sufre en unos colegios raquíticos de medios y profesorado. Lo que no quiere ver Azcón son las listas de espera y los precios desbocados de las residencias para cuidar a nuestros mayores. No sólo de datos vive nuestra Comunidad. Las personas necesitan mejorar su calidad de vida y la juventud debe poder acceder a una vivienda que no les hipoteque su futuro. Nos merecemos un Aragón amable que sepa dialogar y sonreír, con alegría.