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No puedo creer lo que ha sucedido en una ciudad alemana en la frontera con la República Checa. Un incendio, al parecer provocado, destruyó un antiguo hotel adaptado ahora para acoger a 300 refugiados. Los bomberos tuvieron numerosas dificultades para extinguir las llamas porque numerosos vecinos de esta localidad les impidieron hacer su trabajo mientras celebraban que las llamas se extendieran e increpaban a quienes trataban de huir despavoridos del siniestro. En el último año, según datos del Gobierno alemán, ha habido 500 ataques a albergues habilitados para acoger a quienes huyen del horror.
La miseria humana no tiene límites. Los ha traspasado hasta valores incalculables. Y la política debe dar respuesta a estas conductas salvajes, anticipándose incluso a las de las fuerzas de seguridad y la Justicia.
A estas alturas, parece claro que algo hemos hecho mal en la construcción europea. Un magnífico proyecto nacido como respuesta al horror que vivió Europa en los años 40 del siglo pasado y la visión de grandes dirigentes que determinaron que había que ir de la mano para evitar las guerras y las fracturas. 60 años después, es el momento de revisar esa gran alianza para fortalecerla.
El camino es tortuoso y las agresivas políticas económicas han contribuido a esa desafección. Los británicos decidirán en junio si se apartan definitivamente de una unión en la que nunca creyeron demasiado. Mientras, el fantasma del racismo reaparece en una Alemania que en los últimos años ha cuidado más su estructura capitalista que su estructura social, y los países del sur hemos sido sometidos a una vigilancia estrecha de poderes externos que nos han asfixiado y no han servido para solucionar los problemas económicos de Estados que no se comportan igual que los del norte.
Conjugar una Europa fuerte en lo económico con una Europa modélica en lo social es el reto de los próximos años. Yo apuesto por la Unión Europea como el gran marco de convivencia, en la que prima la solidaridad entre Estados y una conciencia política clara para hacer frente a los graves problemas que hay en el planeta y en la que las instituciones europeas, como otras organizaciones internacionales, no han reaccionado con la anticipación y clarividencia necesaria.
Esta Europa de los grandes avances científicos y tecnológicos, de las grandes propuestas culturales y de las ciudades cosmopolitas y de progreso no puede consentir que su ciudadanía involucione y recupere hábitos desterrados hace décadas. La actitud y los prejuicios atávicos de muchos habitantes de esa localidad alemana no son una anécdota ni una casualidad. Como tampoco lo es que el Frente Nacional se consolide en Francia o que la socialdemocracia Europea haya atravesado una profunda crisis cuando precisamente fue clave en la construcción supranacional y para establecer alianzas de paz.
Se han cumplido 30 años de la entrada de España en este gran mercado común que pretende ser también un gran marco de paz y convivencia. Entonces éramos un país que estaba saliendo de la crisis social, económica y política que había provocado la dictadura más larga de cuantas se han vivido en la Europa occidental contemporánea y fuimos beneficiarios de la solidaridad de los países del norte que nos ayudaron para fortalecernos y consolidar nuestras infraestructuras.
Mi deseo es que además de avanzar en el terreno de lo económico, la Unión Europea de la que debemos sentirnos orgullosos sea también un muro contra la intransigencia, el egoísmo, la violencia y el racismo.
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