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El último cestero de Huesca: “No hay quien lo pare, cada día cierran más tiendas locales”

Lázaro Campodarve Latorre (padre) trabajando en la cestería

Pablo Alvira Fuertes

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Dice la canción: “entre mimbres y canastos, vine al mundo una mañana, al compás de una guitarra, bajo el puente de Triana”. De esta forma se crio Lázaro Campodarve Abió, rodeado de fibras vegetales, en este caso en la calle Padre Huesca. Lugar donde Lázaro Campodarve Latorre, su padre, fundó la cestería L.Z. en 1947. Fueron muchos los útiles elaborados por los cesteros en el Alto Aragón, utilizando el mimbre, la anea y la caña, recolectadas en su propio entorno. Hoy en día, la variedad de piezas que salen de sus manos es muy reducida, la sustitución de la artesanía por la industria ha dejado oficios perdidos que sirven como testimonio de un pasado no tan lejano. 

“Antes todo era cestería”, dice Lázaro haciendo memoria de cómo su padre recibía encargos. Un cesto para las caballerías, otro para llevar la comida, otro para los cántaros, caracoleras, sillas de mimbre y un largo etcétera. Aprendió a hacer las cestas yendo a cortar y recoger las cañas para hacer taburetes pequeños y asientos de anea. “Antes en todas las casas de los agricultores tenían una mimbrera en el huerto, ahora no queda ninguna. Traíamos 50 modelos de roperos para la ropa sucia y los vendíamos. Actualmente traemos cuatro y casi ni se venden”, indica. 

Al año cortaban 100 gavillas, ramas o tallos unidos atados por su centro, de fajos de 10 o 15 kilos y había años que utilizaban todos. Lázaro aprendió a los 16 años el oficio: “te das cuenta si cometes un error. Cuando vas tejiendo y hay un fallo el propio material se hace incómodo de trabajar. Todo tiene que ir encajado, no puedes meter una pieza apretando, tiene que ir suelto y suave. El problema es el mimbre porque no tiene marcha atrás”, explica.

Los días de fiesta en Semana Santa permiten repasar las fotos familiares. Las más antiguas se ven en el álbum familiar, los recuerdos se amontonan en cada página. Seguramente habrá alguna de Semana Santa y no faltará la de la palma el Domingo de Ramos, el gran reclamo en la cestería de Lázaro. “Traíamos un camión o dos llenos de palmones largos, ahora vendemos 20 o 30 al año y entonces 1.000 o 1.500. Venían sin cepillar y recuerdo ver a mi madre cepillándolas. A los críos que la llevaban más corta se les reían. Veníamos del post franquismo y en todos los colegios todos los niños tenían una palma, que costaba en torno a 15 pesetas”, recuerda. 

Oficio perdido 

El cestero es uno de esos oficios perdidos o a los que se les ha abandonado en detrimento de las grandes industrias. Cuando su padre obraba había cesteros en Monzón, Barbastro y Alcolea, entre otros. Y ahora, que recuerde, solo queda el hijo de Fumanal en el Somontano y su cestería en Huesca ciudad. “No hay profesionales 100%, te los cuento con los dedos de la mano. Muchos oficios han desaparecido; tallistas, cueristas, guarnicioneros, herreros. Un herrero te hacía de todo. Los pequeños talleres también se han olvidado. Ahora se ha cogido todo por sectores y al final nadie sabe hacer nada, solo una cosa o dos. Sería interesante sacar algún tipo de curso o de academia. Vivir de un gremio no es fácil, pero si se consigue mezclar con la decoración o el diseño. Cuando sabes los tres oficios, imagínate si mezclas hierro, madera y mimbre. Son tres productos maleables que puedes hacer infinidades de cosas. Podrían sacar piezas únicas de gran valor. Para hacer cestos ya los hacen en china por un euro”, señala. 

Entiende que el gran rival es el centro comercial o las grandes superficies porque “en un mismo viaje puedes comprarlo todo; ropa, comida o lo que sea” y asegura que el futuro lo ve “negro, ya no hay gente joven que siga con esto. Se ha perdido porque no hay una forma de enseñarlo. Mi hija está aprendiendo por mí, pero está estudiando su carrera universitaria en Zaragoza. Lo está haciendo porque le gusta de verdad no porque le obligue (ríe). Ya no sé si seguirá con el negocio o si seguirá para enseñar, pero son cosas que van en el patrimonio de muy pocos. Aquí el negocio lo veo cada vez peor y de la forma que actúan las grandes empresas peor aún. No hay quien lo pare, cada día cierran más tiendas locales. No está quedando nada. La pandemia ha sido ya un hachazo”, concluye el cestero. 

A Lázaro Campodarve Abió siempre le ha gustado la informática. Desde que salió el ZX Spectrum allá por los años 80 se enganchó. En el año 2000, cuando falleció su padre, se percató de que podía combinar las dos cosas y creó una página web para la cestería “un poco chapucera” pero a día de hoy es muy sofisticada. 

“Es por la comodidad, por eso funciona tan bien internet”, asume. Al finalizar la conversación, una joven entra en la tienda preguntando por una mesa de noche. Ojea alguna en exposición en el establecimiento, pero la solución se la da el cestero. Un largo catálogo en internet que convence a la visitante y que podrá mirar sin necesidad de moverse de casa. 

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