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La utopía aragonesa

Las dos agencias estatales que sorteaba el gobierno sanchero esta semana han pasado de largo por Aragón: la espacial y la de inteligencia artificial. Los trenes, en todas sus modalidades, mejor no mentarlos. 

En Aragón solemos decir que nos falta autoestima. Y con razón. Sin remontarnos más atrás de la democracia, no llegamos a la vía rápida, la 151. Y tampoco tenemos privilegios fiscales o sistemas forales como algunos vecinos. Los nacionalismos de los lados y Madrid nos han espachurrado: poca gente, pocos votos y colonización cultural persistente. 

Hasta hemos tenido que retocar el Estatuto de Autonomía (cuarta reforma, ¡si la Constitución lo viera!) para blindar los diputados por la provincia de Teruel por si sigue perdiendo población. Aragón ha sido proveedora de energía sin beneficiarse, y el esquema se repite con las renovables. 

El caso es que la baja autoestima está justificada y proviene de la misma realidad. Estaría bien que en las elecciones se tuviera en cuenta esta rémora histórica de Aragón, postergado por sus pocos votos. Especialmente que lo tuvieran en cuenta los propios partidos que ya mandan y los que aspiran a ello. 

La utopía aragonesa sigue desaparecida o sumergida en lugares inaccesibles. Ni siquiera se suele enunciar. O quizá nunca ha existido. Yo la nombraba mucho, con perdón, hace veinte años en las columnas de El Periódico de Aragón. Era un supermeme muy mío. Y ahora, que ya no se me ocurre nada para esta columneta, y ya que todo sigue igual o parecido, la retomo de mi propio baúl de los reptiles que nadie quiere ver ni nombrar.

Lo básico de aquellos delirios era esto (igual se me ha olvidado, como todo lo demás): un partido o agrupación de Aragón con un programa que es un listado (obras, servicios, dinero) que obtener de los gobiernos centrales. La idea era que esa agrupación o partido sacara un grupo en el Congreso. Que obtuviera muchos votos y pudiera negociar esa lista, por orden de urgencia, con cualquier gobierno central. Un poder aragonés para relanzar la comunidad y obtener los recursos y la ATENCIÓN que merecería si hiciera eso. 

Ya está enunciada la utopía aragonesa otra vez, es un remix o un refrito de decenas de columnas de hace años, pero como la realidad sigue más o menos igual… pero igual no hay nada, lo que no mejora suele empeorar. Si se diera este poder aragonés en Madrid cesaría la condescendencia –noble, buena gente irrelevante– y tal vez alcanzaríamos alguna de esas agencias espaciales o de inteligencia artificial, que falta nos hacen las dos.