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Sobre este blog

El Ojo izquierdo nació en El País en 2010 y prolongó su vida durante diez años en la cadena SER, con vivienda propia en el Programa Hoy por Hoy, primero con Carles Francino, después con Pepa Bueno y finalmente con Àngels Barceló.

Ahora se instala con comodidad en elDiario.es, donde es de esperar que se mantenga incólume la aviesa mirada de su autor, José María Izquierdo.

¿Crisis en Catalunya? Claro, la de siempre

Dolors Feliu interviene en la manifestación convocada por la ANC con motivo de la Diada de Catalunya, a 11 de septiembre de 2022, en Barcelona, Catalunya (España).
19 de septiembre de 2022 22:43 h

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Se puede leer en cualquier medio: el Gobierno de coalición de Catalunya pende de un hilo. Y así es, a la vista de las diferencias entre ERC y Junts. Es una demostración más de las dificultades, extraordinarias, gigantescas, de gobernar en coalición. Similares movimientos telúricos vive a diario el gobierno de Pedro Sánchez. Pero no vayan ustedes a creerse, como así lo hacen los numerosos tertulianos ignorantes y otras gentes de similar alcurnia, que estamos hablando de una enfermedad patria. Como tampoco lo fue la gripe española, esta dolencia no tiene aquí su origen, y ni tan siquiera su máxima expresión. En la Europa a la que pertenecemos estos males se multiplican, por lo que nórdicos, centroeuropeos o ciudadanos del sur están al cabo de la calle de semejantes angustias, y las viven con la tranquilidad que da el déjà vu de qué me va usted a contar que no hayamos vivido mil veces.

Los actuales problemas que tienen los suecos tras las elecciones para formar gobierno, roto el cordón sanitario a la ultraderecha, aquella sarta de triquiñuelas que nos enseñaron los daneses con Borgen, o la reciente ruptura de la coalición italiana, que ha obligado a nuevas elecciones con la amenaza latente del triunfo del nuevo fascismo, son buena muestra de ello. En Europa han visto pasar todo tipo de coaliciones de partidos, desde el minifundista de seis o siete formaciones, hasta la gran coalición alemana entre la izquierda socialdemócrata y la derecha tradicional, como los tres gobiernos presididos por Angela Merkel. Todas ellas pasaban de la risa al llanto a velocidad de crucero. Y nadie se rasgaba las vestiduras. Los problemas obvios de la convivencia doméstica.

Lo que pasa en este nuestro territorio patrio es que los partidos que están en la oposición, léase el PP, la ferocidad ultra de Vox o la inanidad más patética de Ciudadanos, amplificadas sus opiniones por una prensa de obediencia castrense, falaz, faltona y absolutamente deshonesta, transforman esas naturales dificultades cotidianas en murallas insalvables, en ridículas tragedias griegas. Siempre, claro está, que esos malestares no afecten a gobiernos presididos por la derecha, en cuyo caso la conflagración mundial se convierte en una simple discusión de enamorados, mínimas diferencias que en nada afectan a la firmeza de la unión entre ellos, léase aquella pelea a muerte en la Comunidad de Madrid entre la pujante reina del vermú y el declinante Ignacio Aguado del todavía más declinante Ciudadanos. Cuchilladas y baja por defunción. Poca cosa, según la derecha y su fiel infantería mediática. O las broncas ya manifiestas en el gobierno de Castilla y León. 

Es verdad que la batalla en el gobierno catalán va a exigir algo más que buenas palabras para volver a un entendimiento operativo. Las diferencias mostradas en la última Diada y sus posteriores escaramuzas entre los socios no anuncian una paz próxima. La guerra no es menor porque al final de la escapada se debate el gran asunto de fondo: la independencia catalana. Así, a lo bruto. O, por ir al primer paso, a la consulta popular a los catalanes sobre si quieren emprender el viaje por esa senda. Esquerra quiere esperar el momento idóneo, que mejor es aguardar un tiempo para que el resultado les sea favorable, mientras ese sector que de manera simbólica podíamos considerar bajo el liderazgo de Puigdemont, insiste en acelerar el proceso y poner las urnas sí o sí. 

Como telón de fondo, los datos que ofrecen las encuestas. En octubre de 2012, un 57% de los catalanes consultados por el Centre d'Estudis d'Opinió de la Generalitat (CEO) contestó que votaría en un hipotético referendo sobre la independencia. Pero desde entonces han pasado muchas cosas. Muchísimas. Así que a partir de 2015 ese porcentaje ha oscilado entre el 41% y el 48% hasta llegar al barómetro del pasado junio, en el que el se situaba en un modestísimo 40,9%, el porcentaje más bajo de todo el procés. Esos resultados, tienen, como todas las encuestas, el valor que se les quiera adjudicar. Pero no conviene a los independentistas desoír por completo esos datos.

Tampoco el Gobierno de Pedro Sánchez debería fiarse de los números y nunca, nunca, convendría que olvidara que el llamado problema catalán, sea cual sea su dimensión coyuntural, sigue latente y los gestos políticos -y quizá económicos- hay que continuarlos si se quiere encontrar, de verdad, una solución. Porque a lo mejor es cierto que al final de toda esta historia habrá que votar. El Gobierno de Sánchez debería adoptar, entonces, la misma disposición que guía a ERC: encontrar el momento oportuno para esa hipotética consulta para ganarse un no bien claro e indiscutible a la independencia. Y para ello hay que trabajar a conciencia.

De modo y manera que sequen sus lágrimas. No deberíamos preocuparnos en exceso por el presidente Aragonés y sus socios, porque solo un cataclismo de proporciones descomunales haría descarrilar el gobierno de coalición en estos momentos, cuando las cosas pintan más bien turbias para sus afanes de proclamar una Catalunya independiente. Apostemos, pues, porque la tragedia no se consumará, al menos en muchos meses, que con las cosas de comer no se juega.

Al Ojo no le importa perder una vez más el envite, acostumbrado como está, ay, a besar la lona de la derrota. 

Adenda. Hartos de carrozas, penachos de plumas y estilográficas averiadas, de filas de señores y señoras con la vista absorta en una riquísima caja de madera con una señora muerta en su interior y de reuniones de gentes riquísimas, ataviadas todas ellas con ridículos ropajes. Millones y millones de libras, euros o lo que ustedes gusten, tirados al pozo de la egolatría de una familia insaciable en dineros y honores y caprichosa hasta la abominación mientras el país -y el entero mundo- viven una crisis salvaje. Ya. Por favor. Ya. 

Adenda doméstica. Jaculatoria ante la tarta con las diez velas que celebran el décimo aniversario de elDiario.es: ¡¡¡Y que sean muchos más!!!

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El Ojo izquierdo nació en El País en 2010 y prolongó su vida durante diez años en la cadena SER, con vivienda propia en el Programa Hoy por Hoy, primero con Carles Francino, después con Pepa Bueno y finalmente con Àngels Barceló.

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