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Sobre este blog

En un día conmovedor para la Argentina y el mundo, elDiarioAR publica un blog sobre la vida, la muerte y las despedidas a Diego Maradona.

Maradona como metáfora

Buenos Aires
Diego Maradona va, junto a una enfermera, al control antidoping en el Mundial de Estados Unidos en 1994.

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Lo obligaron –así vivió, así murió– a ser metáfora. Desde que surgió –o mejor: desde que a partir del mítico relato de Víctor Hugo Morales de uno de sus golazos nos preguntamos ¿de qué planeta viniste?– en la Argentina “ser diez” es sinónimo de ser el mejor, de ser Diego Armando Maradona, en el rubro que sea.

Y él lo logró, a fuerza de destacarse en una actividad que, supuestamente ajena a las palabras, es puro cuerpo. Él encarnó ese número, lo llevó a otro nivel y lo metió en el día a día de un país; fue el Diez, con mayúsculas, fue Pelusa, el chico de Villa Fiorito, y también fue un argentino destacado.

Con los años, ese que empezó en los márgenes de un suburbio pobre pasó a tener relevancia mundial y esa popularidad lo hizo sinónimo de una idea de argentinidad. Entonces también fue símbolo: de un país  –como él, de un confín– y de un tipo de audacia; la del que teniendo casi todo para perder supo enfrentar a un poder establecido, la del que se permitió soñar. Forzado, entonces, por el discurso de los demás, todas las versiones de Maradona sirvieron a lo largo de los años para ilustrar los vaivenes de la Argentina, sus desgracias, una idea de arrogancia un poco prefabricada, sus altibajos, su emotividad y también sus momentos de gloria, su majestuosidad para abrirle la puerta a lo extraordinario. Maradona como sinónimo de la Argentina o la Argentina como sinónimo de Maradona en una superposición permanente. Ese que vino de otro planeta, pero es el más argentino de todos.

Si se pudiera poner en un frasquito la argentinidad, él personifica para muchos esa síntesis. Un emblema y un abrepuertas: se multiplican las anécdotas por estas horas en los medios, en las redes sociales, en las conversaciones familiares: “Una vez estaba en el exterior, conté que era de Argentina, me miraron con cara de sorpresa, hasta que alguien dijo ‘Maradona’”. Y entonces Maradona también es palabra mágica.

¿Hubo en la Argentina un declarante mejor, una persona con la habilidad para describir sin adjetivos una emoción, una bronca, una idea? ¿Habrá imagen más perfecta, en toda su tristeza, que “me cortaron las piernas” ¿Habrá resumen más poderoso que “la mano de Dios”? Maradona, el astro de la gambeta, pero también de la metonimia, de la sinécdoque, de la parte por el todo: una tortuga que se escapa, un empresario adinerado al que alude usando el nombre de un cartonero, una pelota que nunca, jamás, se mancha.

¿Qué vino primero, Maradona o su lenguaje propio y a la vez universal? ¿Su habilidad para no dejar afuera a nadie con sus declaraciones, su arte adentro o fuera de la cancha?

Mientras en la televisión se amontonan imágenes magnéticas de Diego Maradona, de todos los Maradona posibles, un silencio agudo cubre las calles argentinas por estas horas. Nos dejó sin palabras. Y sí, con él se va una época, una retórica, una forma de la poesía.

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