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Vive y deja morir

Iñaki Ochoa de Olza

Está la cosa que arde. Resulta que esta pasada primavera hay cerca de 500 tipos (y tipas) que aseguran que han subido al Everest, con las escafandras de astronauta, los sherpas, las cuerdas y todo eso que Messner llama con razón “alpinismo en pista” (y que a veces yo también he practicado, ojo. Pura vida no, pura necesidad, y bastante entretenido aunque ni remotamente parecido al original, por otra parte). Bueno, pues sucede que en uno de los días de cumbre, en la vertiente norte, una fila de más de 40 escaladores pasó al lado de un hombre que estaba tirado en el suelo y que hacía gestos pidiendo ayuda después de pasar una noche al raso. Le miraron de pasada y siguieron hacia la cumbre, aunque alguno se acercó a ver que pinta tenía la cosa. Las razones literales esgrimidas a posteriori para abandonarlo allí arriba, a más de 8.600 metros, son de escaso peso; “casi está muerto y apenas responde”,“ no tiene oxígeno ni guantes”, “es parte de una expedición comercial de bajo coste”, “no tiene experiencia”... te cagas, con perdón. Y lo digo porque después en Kathmandú un sherpa presente el día de autos me explica apesadumbrado los detalles; 6 horas después, en el colectivo descenso de la cumbre, el hombre (que resultó ser un británico llamado David Sharp) todavía está vivo y sigue en el mismo sitio, todavía bebe de una cantimplora y todavía habla aunque se ha deteriorado, obviamente.Y aún así todos para abajo que se está haciendo tarde, se ha movido aire y hace fresco y además hay que colgar las fotos de nuestro increíble éxito en internet. Y el hombre murió allí arriba, solo. A mi amigo sherpa su jefe le ordenó seguir para abajo, y los turistas disfrazados de alpinistas ni siquiera se pararon a ver. Cada uno de los escaladores que pasaron por delante del tal David, y esos que desde el campo base ordenaron el abandono, tendrá que responder ante su propia conciencia. Aunque sé de sobra que algunos de ellos la tienen de cemento armado y a estas alturas del partido hacen los regates para huir de ella, de la conciencia digo, mejor que Ronhaldinho burla al balón.

Pero no nos engañemos, ni hipócritamente escandalicemos. No hay que irse hasta Asia para ver lo mismo. Basta con mirar a nuestro alrededor, sin siquiera salir de nuestras ciudades tan seguras y confortables. ¿No conocemos todos a alguien que necesita nuestro amor, nuestra ayuda, nuestra compasión o meramente nuestro dinero y sin embargo no lo recibe? A estos necesitados ¿no les vemos a diario, sea en la calle o en nuestra propia casa? ¿Existe de verdad un concepto generalizado de solidaridad? Más bien lo contrario, me parece a mí. Los alpinistas sólo somos humanos. Nada de seres de otra pasta o tocados por la mano de Dios. Hay unos pocos que son grandes y muchos que no pasan de gusanos. Por eso no tiene razón Hillary cuando dice “Esto en mis tiempos no pasaba” (Por otra parte, esa misma frase es todo lo que este hombre parece saber decir. Podía por una vez callarse, o al menos cambiar de discurso). Creo que entonces pasaba tanto como ahora, tanto como siempre. Y siempre será injustificable, y siempre me hará perder otro poco de la escasa fe que nos va quedando. David Sharp murió porque no sabía dónde se metía, ni con quién. Murió porque estaba rodeado de cobardes y de ningún consuelo le sirve pensar que así es como somos la mayoría de nosotros.

Columna publicada en el número 29 de Campobase (Julio 2006).

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