Bienvenidos a la clase media

El delantero francés del Villarreal Bakambu observa al brasileño de la UD Las Palmas Michel (en el suelo), que se retiró lesionado, durante el partido de la novena jornada de Liga en Primera División disputado en el estadio de El Madrigal, en Villarreal. EFE/Miguel Ángel Polo

Alexis González

Las Palmas de Gran Canaria —

Del éxtasis al añusgo. Aunque se viera venir la pipa de la aceituna esófago abajo por el camino viejo. Es una pena, otra vez como en Sevilla, no saborear durante muchos días más el espléndido gol de Kevin Prince Boateng en El Madrigal, marca de la casa con firma de Viera y Tana. El sello de excelencia plástica que dejó la UD Las Palmas este domingo en el campo de un grande de nuevo cuño: Villarreal.

El tiempo irá curando la herida y ensalzando tanto ese gol de playstation como el juego de los amarillos de rosa durante buena parte de la primera mitad. Porque de momento, el talegazo de perder un partido que se tenía más o menos encarrilado, y después empatado, es de los que duelen tanto como para mandar al suelo o contra el televisor el mando de la play. Y poner una de romanos en el Comité Federal.

Así es la Liga, camaradas. ¿Qué otra cosa si no? Como la vida misma. Las Palmas se luce con ese discreto encanto de quien va adquiriendo una posición en este juego de vedettes y truhanes. Sacando la cabeza del pozo de donde viene y forjando todo un patrimonio que ha osado exhibirse en Mestalla, el Pizjuán o El Madrigal. Siendo consciente de apostar por un estilo admirable, aunque sin la coraza debida.

No debió perder Las Palmas en Villarreal. Ni de lejos. Pero como en Sevilla, dio pie a ello. Así de sencillo. Al gol de bandera de Boateng contrarrestó el submarino con un penaltito que si no se pita, no pasa nada. Pero es penalti aunque sea chiquitito, y si se pita, normalmente se marca. Y la verdad: cuando Sansone batió a Raúl Lizoain desde los once metros, la UD ya se había diluido ante el rival. Como en Sevilla.

Tampoco es cuestión de exigir más de la cuenta, que enfrente había dos poderosos sin llegar a multinacionales del balón redondo. Lo lógico es salir con el rabo entre las piernas de semejantes envites, aunque la lógica ha colocado a la UD ya en otro nivel del camino: si quiere, puede. Claro que puede. Como perder una vez más en el último suspiro con un empujoncito arbitral: cometió falta Bakambu en su 2-1 letal.

Irrita mogollón cómo la Liga saquea a favor del grande. No sé a qué me suena. Es lo que revienta desde el principio de los tiempos. Y como así ha sido y es, y hasta que deje de serlo, ni al grande ni a la Liga hay que darle cuartel. Y eso es lo que la Unión Deportiva ha hecho en esos dos partidos –se olía en El Madrigal un runrún a tregua del Pizjuán-, en los que se vio sin combustible ni chispa en la segunda mitad.

Las Palmas puede darse con un canto en los dientes. Muchos suspiran por padecer este dolor de vientre que todavía provoca tremendo planchazo. Y quedarse con ese regusto amargo de jugar bien, estar ahí andando entre los grandes, hacer números para llegar a fin de mes y permitirse el lujo de dejarse dos puntos ante Osasuna en El Sadar –injusto, también- o contra el Espanyol en el Gran Canaria –para más ver-.

Puede dar mucho más de sí, sin duda, porque la Unión Deportiva tiene un once tipo de atrás palante que como el esfuerzo de la clase media debe hacerla volar alto en esta Liga de las estrellas y de los trileros. Con su brillantez y su tesón, pero sin que se afloje un punto. Obvio: el futuro de la clase media es tan igualmente incierto. Bienvenidos pues.

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