Alemania: defensa de refugiados, asesinato y racismo institucional
El político conservador demócrata-cristiano Walter Lübcke fue asesinado el 1 de junio del 2019 en Kassel. El pasado 28 de enero de este año 2021 se dio a conocer la sentencia contra su asesino.
A Lübcke se le asesinó a sangre fría, de un tiro frontal en la cabeza cuando el político conservador se encontraba descansando en su terraza. La Justicia de Alemania declaró culpable al criminal neonazi Stephan Ernst de homicidio, por el asesinato del político Walter Lübcke, perteneciente al partido CDU de la canciller Ángela Merkel y defensor de la política migratoria oficial del país.
Stephan Ernst ya en el año 1993 había sido detenido y sentenciado por un intento fallido de atentado terrorista. Después de su salida de prisión se le había fotografiado en manifestaciones neonazis. El año 2016, a plena luz del día, el fugitivo y refugiado iraquí Ahmed I fue acuchillado en plena vía pública. El caso parecía sin solución cuando se detuvo a Stephan Ernst como sospechoso y se le hizo un juicio del que salió absuelto por falta de pruebas claras. El caso continua hasta hoy sin solución judicial.
La avalancha de fugitivos de países en guerra como Siria e Irak, entre otros, hace que a partir del 2015 suba el clima racista y la aparición ascendente del partido ultraderechista AfD (Alternativa para Alemania) que aparece como una escisión de la derecha del CDU, algo parecido al VOX que se separa del PP en España. Stephan Ernst, de repente, pareció haber desaparecido de la escena pública.
Walter Lübcke era presidente del Presidium de Kassel (un equivalente al presidente de Cabildo o de un organismo provincial aunque con distintas funciones) y debido a su actitud abierta hacia los emigrantes fugitivos había sido atacado en las redes a-sociales derechistas de forma constante. El tiro en la cabeza en junio del 2019 fue la culminación de la campaña de odio contra Lübcke por defender la acogida de refugiados y oponerse al racismo. La reaparición pública del neonazi S. Ernst con sus manos ensangrentadas puso a descubierto su contacto continuo y oculto con el neonazismo y las campañas de odio. Estaba sumergido en las redes asociales del internet, pero no desaparecido.
La Audiencia Territorial de Fránkfurt declaró culpable Stephan Ernst y le condenó a cadena perpetua.El asimismo encausado Markus H., al que la fiscalía imputaba complicidad, fue condenado a una pena menor de un año y seis meses de libertad vigilada por un cargo de violación de las leyes de armas, al haber proporcionado a Ernst la pistola con que mató al político. Esta risible condena a un reconocido derechista y con seguridad conocedor de los planes de su amigo ideológico ha sido recurrida por la familia de la víctima.
El juicio contra Ernst, de 47 años, tuvo lugar con fuertes medidas de seguridad por la gravedad del caso, a lo que se sumaban las restricciones exigidas por la pandemia. La viuda del político intervino, junto a sus dos hijos, como acusación particular y aspiraba a una condena mayor por complicidad contra Markus H., cosa que no ocurrió.
Ernst expresó durante el proceso su arrepentimiento por el asesinato, arrepentimiento que no corresponde a su historial y destinado teatralmente a disminuir su condena. Al mismo tiempo dio tres versiones distintas de lo ocurrido, pasando de implicar directamente a Markus H. hasta “confesar” que cometió el asesinato en solitario.
Defensa de los refugiados y de la Democracia frente al derechismo
El asesinato de Lübcke estremeció la política alemana, tanto a las filas conservadoras de la canciller como al conjunto del parlamentarismo y opinión pública, y reveló la indefensión de los cargos públicos, especialmente los de rango regional o local, frente a la violencia ultraderechista. Y por vez primera desde la fundación de la República Federal de Alemania se habló desde el Gobierno y los órganos de Seguridad Constitucional del “peligro derechista”, pese a que este era público y activo contra la izquierda desde hacía años.
Antes de su asesinato, en un acto público, Lübcke dijo que quien no respaldara el derecho al asilo y a la ayuda humanitaria a los refugiados haría bien en abandonar el país, en medio de abucheos de nazis tácticamente situados en el público. A esas protestas siguieron meses de amenazas de muerte y acoso por las redes A-sociales, por teléfono y correo.
El problema es que los crímenes derechistas habían sido hasta esas fechas contra los emigrantes, la izquierda y los ecologistas, sin afectar a la Democracia Cristiana. Esta premeditada y consciente ignorancia llegaba a asentarse en el Órgano máximo del Verfassunsschutz (Defensa de la Constitución) lo cual se hizo evidente cuando su presidente Georg Maassen descaradamente atacó al Partido Socialdemócrata (coaliado de Merkel y parte del Gobierno) como defensor de extremismos. El escándalo fue tal que tuvo que dimitir. Pero un individuo de tales características y prepotencia que se creía más allá del bien y del mal, más allá de todo control parlamentario, muestra bien a las claras qué ambiente reinaba en el órgano protector del constitucionalismo y la ceguera semi-institucionalizada del ojo derecho.
A partir de la dimisión obligada del derechista Maassen y de su sustitución empezaron a descubrirse redes neonazis armadas dentro del propio Ejercito federal, así como dentro de diversos cuerpos policiales. Cosas negadas y calificadas de “calumnias” contra “nuestras gloriosas y democráticas” Fuerzas Armadas y policiales. Cabe esperar que el nuevo camino, más democrático y más vigilante, de los órganos estatales de la República Federal tengan sus frutos y faciliten el transcurso pacífico de los difíciles tiempos que van a seguir a la Pandemia y a la consiguiente crisis económica.
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