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Falsos empresarios y economías alternativas para salir de la crisis
¿Cómo producir y distribuir bienes y servicios que nos permitan tener una vida plena sin poner en riesgo la vida en el planeta? En los últimos tiempos se han popularizado términos como los de economía social o colaborativa que se presentan como alternativas frente a la crisis global. “Economía” viene del griego y vendría a significar normas para la gestión de la casa. Se suele asociar a la satisfacción de las necesidades, y la teoría de la que suelen partir los enfoques ortodoxos es la de Maslow: los seres humanos tenemos unas necesidades básicas, como comer y beber que a medida que se satisfacen son sustituidas por otras de carácter superior. Se suele decir que las empresas se crean para satisfacer necesidades insatisfechas, de ahí que tendamos a pensar que la manera más eficaz y eficiente de satisfacer necesidades es mediante empresas capitalistas que operan en el mercado. Aunque no todas nuestras necesidades se pueden satisfacer en el mercado: incluso quienes abogan por una intervención estatal mínima, al confiar al Estado la policía y los tribunales están asumiendo que al menos la seguridad y la justicia son necesidades humanas que no pueden satisfacerse mediante el mercado. En la actualidad se admite que algunas necesidades se satisfacen recurriendo a empresas capitalistas de mercado, otras recurriendo a otro tipo de organizaciones, otras gracias al apoyo del Estado y otras gracias a que pertenecemos a grupos sociales, que establecen normas acerca de quién debe recibir qué, en función de a qué grupo pertenezcas. Por ejemplo: los padres cuidan de los hijos, cuando éstos son menores, los hijos cuidan de los padres cuando éstos son ancianos.
Y es en este contexto en el que podemos empezar a hablar de “economía social”. La Unión Europea tiene un Plan de Acción para la Economía Social, existe a nivel estatal una “Ley de Economía Social”, y leyes específicas en cada Comunidad Autónoma. En estos documentos la economía social hace referencia a cooperativas, empresas de trabajo asociado, fundaciones y otras organizaciones que, aunque contribuyen a satisfacer necesidades, no son empresas capitalistas de mercado, su objeto de existir no es el lucro. Aunque en un sentido estricto toda economía es social, pues, salvo algún Robison Crusoe que haya habido por ahí, la interacción de los seres humanos con la naturaleza para procurar bienes y servicios útiles para la vida no se hace de manera individual sino colectiva. Repasemos algunos conceptos que no siempre se entienden bien. ¿Qué es una economía de mercado? Pongamos que Robinson era bueno recolectando cocos, y su compañero en la isla, Viernes, era bueno pescando. Si se ponen de acuerdo en cambiar tres cocos por un pescado se habla de “economía de mercado” cuando los precios se establecen por la libre relación entre las partes, a diferencia de las economías planificadas, en que el Estado establece a qué precios se cambian los bienes. Si una economía de mercado sería aquella en que nadie le dice a Robinson por cuántos cocos tiene que cambiar su pescado, una economía capitalista sería aquella en que se remunera a quienes tienen derechos de propiedad sobre las “cosas que permiten hacer cosas”, es decir, el capital. Pongamos que mientras que Viernes dedica las noches a emborracharse con jugo de coco fermentado Robinson las pasa elaborando herramientas que permiten el incremento de la productividad del trabajo. Una economía capitalista vendría a ser aquella en que Viernes, por poder usar las herramientas que fabricó Robinson, tuviera que pagarle una cierta cantidad. La diferencia entre economía capitalista y “economía social”, en el sentido que a éste se le suele dar en la legislación es significativa. Imaginemos un restaurante o un supermercado: por un lado, tendrá una serie de gastos: hay que comprar alimentos, contratar electricidad, dedicar dinero a la amortización de la maquinaria y pagar a los trabajadores. Por otro lado, tendrá una serie de ingresos, derivados de lo que le pagan los clientes. Si se trata de una empresa capitalista, los ingresos han de ser mayores que los gastos, y no basta con que den para pagar buenos sueldos a los trabajadores y a los gerentes: también habrá que dedicar un dinero a la remuneración a los accionistas. Las cooperativas se montan por un conjunto de agentes que quieren cooperar para una tarea en común, no hay accionistas a los que remunerar.
A favor del modelo capitalista se suele decir, volviendo al ejemplo de la isla desierta, que es gracias a que Robinson tiene el incentivo de una mejora material en sus condiciones individuales de vida que se esfuerza en crear nuevas herramientas, lo que en último término acaba beneficiando a toda la sociedad al incrementar la productividad. Ahora bien, el carácter social de las innovaciones hace complicado a menudo decir que alguien es propietario del capital. En las sociedades tradicionales los ancianos, aunque enseñaran a los jóvenes a cazar, no vivían de royalties por haber en algún momento patentado la forma más eficaz y eficiente de cazar: recibían su sustento debido a normas sociales que establecían cómo se debía repartir la riqueza que se generaba en una sociedad. Desde el mundo del sentido común se tiende a pensar que poseer capital tiene que ver con ser industrioso y ahorrador, o, al menos, con que lo hayan sido nuestros antepasados, pero esto es cuando menos una hiper simplificación. A favor del modelo de la economía social y cooperativa es importante destacar su importancia, incluso en términos meramente numéricos. De acuerdo con el World Cooperative Monitor, aunque en España el peso de las cooperativas sobre el conjunto de lo que se suele considerar “producción económica” es de algo más del 10%, en otros países europeos supera el 35%. En países como Francia o Alemania la banca cooperativa representa la mitad del sector financiero, e incluso en España “empresas” tan punteras y tecnológicamente avanzadas como Fagor, Eroski u Orbea no son realmente “empresas”, sino cooperativas del Grupo Mondragón.
A favor del modelo capitalista se suele argumentar: ¿por qué debería el Estado imponer limitaciones a la propiedad privada, e impedir que alguien que, con el ahorro de años de trabajo, quizá también de sus padres, haya adquirido una vivienda pueda dedicarla al alquiler vacacional, o que quien haya dedicado sus ahorros a comprar un solar en primera línea de costa pueda construir allí un hotel? La idea de la “acumulación primitiva del capital” de Marx plantea que toda la propiedad privada tiene su origen en el pillaje: quizá el pedazo de terreno que se está planteando urbanizar sea propiedad de alguien que lo compró trabajando muy duramente. Pero, si el terreno del que hablamos está en un lugar como Canarias, si pudiéramos seguir todo el historial de compraventas llegaríamos a alguien que obtuvo la tierra gracias a la cesión de los Reyes Católicos, que arrebataron a los aborígenes lo que hasta entonces se consideraban “recursos inactivos”. Esta idea de “recursos económicos inactivos” nos permite introducir otro de los conceptos de moda últimamente, el de economía colaborativa, que suele hacer referencia a cómo la colaboración entre usuarios permite obtener beneficios económicos de recursos que hasta entonces no se aprovechaban. El car sharing, la vivienda vacacional y otros tipos de intercambios entre consumidores. Un ejemplo que suele ponerse de economía colaborativa es AirBnB. Originariamente este portal ofrecía a quienes querían alojarse la posibilidad quedarse en casa de un particular, que ponía así en funcionamiento un “recurso inactivo”, quizá una pareja que alquila la habitación de un hijo ya emancipado, en vez de recurrir a una empresa alojativa que le ofreciera unos “servicios de mercado”. Otro ejemplo habitual son las plataformas para compartir vehículos. Alguien decía: “voy a realizar un trayecto entre A y B, si alguien se quiere apuntar…”. Y ese alguien normalmente contribuía a pagar la gasolina, de forma que todos pagaban menos. Desde el punto de vista de la sostenibilidad este modelo fue presentado en su momento como una solución: mayor sostenibilidad en el uso del transporte; en vez de construir viviendas que estén parcialmente ocupadas, y por otro lado hoteles, que tampoco están siempre llenos, aprovechar las viviendas privadas como alojamientos (menor uso del territorio y mayor sostenibilidad). Pero, desde el punto de vista de la economía capitalista, más que una alternativa parece más bien una extensión de la misma lógica: alguien que cobra dinero por tener título de propiedad. Aunque lo que antes se consideraban “bienes de consumo” (una vivienda o un vehículo privado) pasa ahora a convertirse en “capital”, en el sentido de “cosas que sirven para producir cosas”, y así se acaban transformando también en bienes de inversión.
A la hora de evaluar hasta qué punto los apellidos que se le ponen a las nuevas formas de economía constituyen realmente una alternativa a la economía capitalista es necesario entender los distintos modelos dentro de las estrategias que los individuos utilizan para satisfacer sus necesidades. En las sociedades capitalistas avanzadas, dejando de lado las transferencias del Estado o los recursos que se poseen por pertenecer a determinadas redes, las personas tienen dos maneras para conseguir recursos: las rentas del trabajo y las de capital. Pero parece que hemos olvidado esto y que, dando por supuesto que todo el mundo necesita trabajar, pensamos que hay dos tipos de personas: las que disfrutan y las que sufren su trabajo. Y muchas de las tendencias más recientes parecen ser intentos de pasar de trabajos que se sufren a trabajos que se disfrutan. Siguiendo la perspectiva que en Sociología se denomina “ocio serio”, si uno es un apasionado, por poner un ejemplo, de un determinado deporte, lo que empieza como un hobby se acaba convirtiendo en una profesión, pues terminas ganándote la vida haciendo tours relacionados con tu hobby a los turistas. ¿Es eso economía colaborativa? Pongamos que alguien se dedica a ser monitor de surf, de senderismo o a enseñar las bodegas locales a los turistas. Puede desarrollar su actividad como miembro de una cooperativa, como asalariado de una empresa, que quizá forma parte de un gran touroperador, o bien como autónomo. En este último caso, en vez de la tan manida discusión acerca de los “falsos autónomos” sería pertinente hablar de “falsos empresarios” (o falsos capitalistas). Un capitalista es alguien que, aunque puede hacerlo si le apetece, no necesita trabajar, puede vivir de las rentas. Alguien que se dedica a lo que desde la Serious Leisure Perspective se denomina devotee work es alguien que, aunque le pueda apetecer hacer el trabajo que hace, necesita trabajar, pues no puede vivir de otros ingresos.
Otros modelos, como los de la economía circular o la economía del bien común, cabe también entenderlos desde la óptica que aquí estamos aplicando de ser una acentuación o una alternativa a una economía que se centra en remunerar a quienes socialmente pueden reclamar derechos de propiedad sobre el capital. En la economía circular, que se centra en la gestión de los residuos, estos pueden acabar convirtiéndose en una nueva forma de capital, o pueden gestionarse desde un modelo más cercano a la economía social. La economía del bien común cabría entenderla, grosso modo, como una variante de la economía social. Concluyendo: una Sociedad Cooperativa de Trabajo Asociado, según la página del ministerio, es una organización cuyo fin es proporcionar a sus socios puestos de trabajo mediante la organización en común de la producción de bienes o servicios para terceros. Muchos monitores de surf, por poner un ejemplo, aunque estén dados de alta como autónomos no son empresarios que pretendan en un futuro retirarse y vivir de las rentas, o dejar un negocio a sus herederos, sino sencillamente trabajar en lo que les apasiona. La limitada extensión de este tipo de organización de economía social es sobre todo un indicador de la extensión de la ideología nos pretende convencer de que el fin de la vida humana es convertirnos en capitalistas y vivir de las rentas. Pero eso ya daría para otra reflexión.
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