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¿Se vivía mejor con (contra) Franco?

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Hace no tanto los jóvenes iban a la universidad para cambiar el mundo. Querían construir una sociedad democrática en la que hubiera oportunidades, libertad y justicia para todo el mundo. Sí, claro que también a la universidad se iba a aprender profesiones, como la abogacía, la medicina, la arquitectura o la ingeniería, que además permitían ganar un buen dinero. Pero se gana dinero para vivir la vida, una buena vida, lo que entre otras cosas implica aportar, aunque sea un granito de arena para hacer del mundo un lugar un poquito mejor. No se malgasta la vida haciendo cosas que contribuyen a hacer del mundo un lugar peor tan sólo para ganar dinero. Porque el dinero nunca puede ser un fin en sí mismo, es tan sólo un medio para hacer otras cosas. Luego vino la generación más paternalista de la historia, que convenció a los jóvenes de que ya no se podía hacer nada para hacer del mundo un lugar más justo, democrático, sostenible o lo que quiera que cada quien entienda por “un mundo mejor”. Como eso ya lo había hecho la generación de sus padres, lo único que tenían que hacer los jóvenes era estudiar algo que les permitiera ganar mucho dinero, como si el dinero pudiera dar la felicidad, como si el dinero fuera un fin en sí mismo. 

Aunque muchas de esas personas se consideran a sí mismas demócratas y progresistas de pro, no es casualidad que en los últimos años se haya producido lo que se ha dado en llamar la “revolución conservadora”. Pues no puede haber nada más conservador que pensar que la generación anterior ha creado un sistema perfecto, que siempre encuentra la mejor solución para todo. No hay cosa menos democrática que no enseñar a la juventud que el mundo en que habitarán en los próximos 30 años será el resultado de lo que hagan en los próximos veinte años. A la universidad se va a desarrollar la capacidad de pensamiento crítico. Y éste, siguiendo a Popper, podría definirse como la capacidad de entender que las soluciones que hoy damos a nuestros problemas son contingentes, que podrían ser otras. En la época de Franco se pensaba que para desarrollar la capacidad crítica bastaba con criticar al régimen. Se suponía que bastaba con señalar los problemas e injusticias de éste, y que no que hacía falta pensar en construir una alternativa, pues ésta, se daba por descontado, sería algo tan grandioso y abstracto como “la democracia”. El régimen de Franco cayó y seguimos viviendo en la Guerra Fría. Entonces se seguía pensando que la capacidad crítica consistía en criticar, ahora al sistema capitalista, y que no había que pensar en construir una alternativa, pues ésta, se suponía, era la sociedad alternativa al capitalismo (socialista, comunista o como se quisiera llamar). Como si no hubiera que pensar en qué consistía aquello de “otro mundo posible”. 

Transcurridas ya varias décadas desde el fin de la Guerra Fría, cuando los dogmas del comunismo han sido sustituidos por los del comunismo, seguimos aplicando el mismo esquema mental: pensamos que para ser críticos basta con criticar a quienes gobiernan. Cuando lo cierto es que, en democracia, no se trata tan sólo de criticar a quienes gobiernan, sino de construir alternativas. En los últimos tiempos parece que, especialmente entre una juventud que no vivió el régimen, se ha vuelto a poner de moda aquello de “Con (contra) Franco vivíamos mejor.

No es propio de una sociedad madura limitarse a culpar de todos nuestros problemas a una única persona, a un único movimiento o partido, sin plantear alternativas, sin reflexionar acerca de cómo, por pasiva o por activa, estamos contribuyendo a que las cosas sean así. Es propio de la juventud querer cambiar el mundo. Por eso, decirle a la juventud que no puede hacer nada para mejorar el mundo, que se limite a buscarse un buen trabajo y consumir, que ya sus padres les han dejado el mejor de los mundos posibles, no sólo es enormemente paternalista sino también muy conservador.

Es, además, robarle su derecho al futuro. Por eso, quizá no es tan extraño que, por la izquierda o la derecha, la juventud mire ahora con nostalgia a un tiempo en que, eso les han hecho creer los mayores, el futuro aún estaba por escribir. Parece que, con o contra Franco se vivía mejor, porque entonces sí que se estaba haciendo historia. Claro que, si los mayores no hubiéramos creado un sistema educativo que se centra sobre todo en enseñar “cosas prácticas que permiten ganarse un sueldo”, y la juventud aprendiera también cosas inútiles, como filosofía, historia o ciencias sociales, quizá se sentirían menos útiles. Es cruel hacer sentir inútil a toda una generación intentando convencerles de que lo que quieran que hagan no va a cambiar la historia. Además de que es una imposibilidad lógica, eso los arroja en brazos de demagogos de un lado y de otro que les convencen de que con (o contra) Franco se vivía mejor porque, pese a que se vivían peor, al menos se estaba haciendo historia. Cuando quizá lo que deberíamos decir a los jóvenes es que no nos hagan caso a los mayores y la próxima página de la historia, la suya.

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