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¿Por qué los jóvenes ya no valoran la democracia?

Archivo - Jóvenes con teléfonos móviles.- Archivo

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En 1947 Churchill afirmó que la democracia, pese a sus innegables problemas, es la mejor forma de gobierno que hemos inventado los seres humanos. Poco después de haber derrotado al nazismo, y en el contexto de la Guerra Fría contra el totalitarismo soviético, la democracia estaba de moda. Ahora cada vez más personas, especialmente entre los jóvenes, parecen pensar que la democracia es algo pasado de moda que sirve sólo para que vivan como reyes un montón de políticos corruptos, para complicar la toma de decisiones y para que no se atajen los verdaderos problemas que tiene la gente. Si en 2010 el porcentaje de la población mundial que vivía en sociedades que podrían considerarse democráticas se situaba en torno al 68%, en 2020 había bajado hasta el 48%.

Pero, ¿qué es la democracia? Hay quien piensa que si una mayoría decide exterminar a una minoría eso sería democracia, pues a menudo se confunde la democracia con “que el gobierno lleve adelante la voluntad de la mayoría”. Pero si tuviéramos un mínimo de cultura democrática entenderíamos que para que haya democracia es necesario que haya demócratas, es decir, personas que quieran gobernarse a sí mismas y que crean en las normas y valores fundamentales de la democracia. Más que con el gobierno de la mayoría, la democracia tiene que ver con la separación de poderes; con la posibilidad de cambiar el gobierno de manera pacífica; con el respeto a las minorías. Pero sobre todo la democracia se basa en que “estamos de acuerdo en que podemos estar en desacuerdo”. Asumimos que distintas personas pueden estar en desacuerdo acerca de cómo quieren vivir su vida, y no dejamos que un líder religioso, un dictador o un gurú de Silicon Valley decida qué tipo de vida debemos llevar. La democracia se basa en la idea de que debes respetar a quien no comparte todos tus valores, siempre que comparta el valor de la democracia y el respeto.

Interiorizamos los valores a través del proceso de socialización, en el que intervienen agentes como la escuela, la familia, los medios de comunicación y los grupos de iguales. El principal cambio que se ha dado en las últimas décadas en este ámbito es que mientras que antes la familia, la escuela y los grupos de iguales, que eran locales y de reducido alcance, tenían un mayor peso en los valores que acababan adoptando los individuos, ahora las redes sociales, a mitad de camino entre medios de comunicación y grupos de iguales, tienen un peso muchísimo mayor en el proceso de socialización y en los valores que acaban adquiriendo los jóvenes. Hay partidos e influencers que se preocupan mucho porque en las escuelas se pueda inculcar a la juventud valores que no necesariamente coinciden con los que tradicionalmente profesaba la generación de sus padres. Sin embargo, no parece preocuparles tanto el que a través de las redes a la juventud se les transmita valores antidemocráticos, fundamentalistas, xenófobos, machistas o anticientíficos, que son directamente opuestos con aquellos que nuestras sociedades abiertamente afirman profesar. El otro día, al darme cuenta de lo que me cuesta comunicarme con los jóvenes, caí en la cuenta de que ello se debe a que no tenemos un mínimo de valores compartidos, lo que explica que, aunque a nivel lingüístico nos entendamos, a nivel de valores no nos entendamos. Como profesor de una universidad pública de un país democrático doy por descontado los valores democráticos, que dan sentido al mundo en que habito. Mi alumnado, socializado en gran medida a través de las redes, da por descontados los valores tecnocráticos que imbuyen a la ideología de Silicon Valley que da forma al mundo virtual en que habitan.

¿Cuáles son los valores tecnocráticos? Si etimológicamente la democracia es el gobierno del pueblo, la tecnocracia es el gobierno de los técnicos, y técnicos son quienes aplican la Ciencia para la solución de problemas prácticos. La tecnocracia es la típica mentalidad ingenieril simplona (con todo el respeto para la ingeniería) que domina entre las grandes tecnológicas: “tú me das un problema, y yo, mediante un sistema de ecuaciones, y mis elevadas capacidades intelectuales, te encuentro la solución”. Claro que, ¿es la vida un sistema de ecuaciones con una única solución o con varias? ¿Quién decide cuál es la manera más eficaz y eficiente de vivir la vida? Se puede encargar a la IA que busque la mejor manera de organizar una fábrica para producir la mayor cantidad de agua potable o para producir la mayor cantidad de agua contaminada, para salvar o para matar a la mayor cantidad de gente posible. La ciencia no dice qué valores se deben perseguir, sino tan sólo ayuda a entender cómo perseguirlos de manera más eficaz y eficiente. Mi alumnado me mira con cara de que debo estar loco cuando les digo que lo que estudian (economía, contabilidad, finanzas) no es una cuestión técnica, sino política, que depende de los valores. Porque ellos, a través de un proceso de socialización tan totalitario como el que tiene lugar en la actualidad a través de las redes, han interiorizado que la vida es un sistema de ecuaciones con una única respuesta: se trata de encontrar la solución a la cuestión de qué puedo hacer yo para ganar la mayor cantidad de dinero posible y tener una elevada capacidad de consumo, que es lo que a la larga me hará feliz.

La democracia se basa en el acuerdo en que podemos estar en desacuerdo. Cuando se acepta el totalitarismo consumista, cuando se da por sentado que el único sentido de la vida humana es producir cuanto más mejor, para ganar cuanto más mejor, para poder consumir cuanto más mejor, se hace más atractiva la tecnocracia. Pues este es un sistema de gobierno en que no ha lugar para el debate acerca de cuáles han de ser los fines que debemos de perseguir. Eliminando cualquier tipo de reflexión acerca de cómo queremos vivir, la tecnocracia acaba transformando la política en lo que se entiende que es una cuestión básicamente técnica: ¿cómo podemos hacer para producir más, para ganar más dinero? (tanto a nivel individual como colectivo). Los jóvenes viven en un mundo creado por los gurús de Silicon Valley en el que éstos les dicen cuál es el sentido de la vida. Y me miran como a un loco cuando les digo que la opinión acerca de cómo se ha vivir la vida de un multimillonario no vale más que la de otras personas, por más que haya multimillonarios que tengan más riquezas que muchos países. Claro que la idea de que las opiniones de los ciudadanos tienen el mismo valor es uno de los valores fundamentales de la democracia, y mi alumnado, mayoritariamente, ha interiorizado los valores de la tecnocracia oligárquica en que el valor de una opinión depende del valor de la cuenta corriente de quien la respalda, en el que los criterios de unos pocos multimillonarios se imponen al de los miles de millones de personas que no poseen ni un millón. Quizá los jóvenes ya no valoran la democracia porque, en vez de querer que su opinión cuente como cualquier otra, a lo que aspiran es a convertirse en el futuro en uno de esos pocos multimillonarios cuyas opiniones cuentan.

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