Espacio de opinión de Canarias Ahora
¿La universidad mata la ilusión?
Las actitudes que las personas tenemos ante la vida se distribuyen entre dos polos de un continuo. Por un lado, están quienes piensan que el mundo es como es, que no puedes hacer otra que adaptarte, y que mientras antes te limites a aceptar la realidad de que las cosas son como son, menos sufrirás. Por otro lado, hay quienes piensan que el mundo se hizo para cambiarlo. Que la vida no va de aceptar el mundo tal y como es, sino de aportar, aunque sea tu granito de arena, a hacer el mundo un poco mejor, lo que tú consideres que sea mejor. Tener una u otra actitud depende en parte de la personalidad, que según se acepta hoy en día, es en gran medida hereditaria. También de las circunstancias vitales que te tocan vivir. Pero, sin negar la importancia del resto, un factor que condiciona en gran medida nuestra actitud ante el mundo y la vida es la sociedad en que nos toca nacer. Y creo que en pocas ocasiones nos paramos a reflexionar hasta qué punto ha cambiado de manera radical la actitud ante la vida que transmite la educación en la actualidad comparada con la que transmitía no hace tanto.
Antes eran sólo unos pocos los jóvenes que podían cursar educación superior, pero de entre los pocos que podían hacerlo, muchos pensaban que iban a la universidad a cambiar el mundo. Ahora, pese a que son muchos más quienes pueden acceder a la universidad, parece que el mensaje que ésta transmite es que la educación superior va de formarte para vivir en un mundo que los mayores, gente mucho más preparada y con poder que la juventud, ha decidido cómo debe ser. El otro día un profesor de márketing, para argumentar a favor de que la universidad (pública) ha de centrarse más en áreas “empresariales”, que son percibidas como más concretas y aplicadas que en otras más “teóricas” como la antropología, la sociología o la filosofía, planteaba que la universidad ha de centrarse en proveer formación profesional de carácter avanzado, en preparar a la juventud para los requerimientos del mercado de trabajo. El mundo es como es, no puedes cambiarlo, y mientras antes te adaptes y te dejes de perseguir ilusiones mejor te irá. Es cierto que el mundo natural, hasta cierto punto, no lo puedes cambiar: o te adaptas a la ley de la gravedad o te estrellas contra el piso.
Pero lo cierto es que los humanos vivimos en un mundo social que es resultado de lo que colectivamente hemos hecho los propios humanos en el pasado. Por culpa de unos cuantos ilusos que se negaron a aceptar que los humanos no podíamos volar ahora lo hacemos con regularidad. Por culpa de unos cuantos ilusos que se negaron a aceptar que la gente tuviera que morir de enfermedades como la polio, ahora esa enfermedad está prácticamente extinguida. ¿Que la universidad ha de formar a la juventud para ocupar su puesto en el mercado de trabajo? Hace poco más de una década no había ningún puesto de trabajo en márketing digital, hace un siglo no había prácticamente ningún puesto en márketing, informática, telefonía móvil y tantas cosas que muchos presentan hoy como el tipo de enseñanzas útiles y prácticas que deben enseñarse en la universidad.
En las últimas décadas los criterios de selección que se usan en educación han hecho que ésta transmita mucha más resignación que ilusión. En la educación preuniversitaria la gente se convierte en profesor(a) tras pasar una oposición: parece que hay alguien (el tribunal) que sabe todo lo que hay que saber, que lo que hay que hacer es más adaptarse y pasar por el aro que innovar. En la educación universitaria las cosas han cambiado mucho en los últimos treinta años. Si lo medimos en artículos publicados en revistas académicas internacionales indexadas, en proyectos de investigación y otras cosas por el estilo ahora estamos indudablemente mejor que antes.
Pero ahora estamos mucho peor en ilusión: todo eso se ha logrado gracias a convencer a nuestras mentes más brillantes de que lo que han de hacer en sus años de juventud es escribir, publicar e investigar en lo que otros han decidido que es una cuestión digna de escribir, publicar e investigar sobre ella. En resumidas cuentas, muchas de las personas que hoy forman a la juventud, para llegar donde están, tras pasar por una larga y difícil carrera han tenido que renunciar a muchas de sus ilusiones originales y centrarse en hacer lo que el “sistema” espera de ellos que hagan. Por eso diría que, en la actualidad, el profesorado inocula a la juventud lo que podría considerarse una actitud vitalmente conservadora: acepta que el mundo es como las personas con poder han decidido que es. No luches por hacer del mundo un lugar un poquito más parecido a como a ti te gustaría que fuera. Adáptate. Al transmitir a la juventud la idea de que la principal función de la educación es formarse ahora para tener un buen empleo en el futuro le estamos, parafraseando a Zuboff, robando su derecho al futuro, pues ¿cómo podemos pretender saber ahora cómo serán los trabajos del futuro, y el papel que a unos u otros les tocará ocupar, si no es a partir de la creencia en que el futuro no será más que una continuación indefinida del presente?
A la educación formal actual, a la universidad, le falta lo que en un reciente libro Rutger Bregman denominaba ambición moral. Mientras que hay países en que funcionan desde hace tiempo Escuelas de Ambición Moral aquí seguimos con que en la universidad la juventud se ha de centrar y formarse para el mercado de trabajo, y el profesorado publicar en lo que otros consideran adecuado. Si ahora limitamos a la universidad a enseñar a la juventud a renunciar a determinar su futuro luego no nos quejemos de cómo nos va en el futuro.
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