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La ética protestante y el espíritu del neoliberalismo

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En los últimos tiempos los sondeos de opinión señalan que la juventud se está escorando políticamente hacia la derecha. Si antes se decía que quien a los 20 años no es de izquierdas no tiene corazón, pero que quien a los 50 lo sigue siendo es que no tiene cabeza, ¿qué está pasando? ¿Es que los jóvenes ya no entienden igual que antes lo que es ser de izquierdas o de derechas? En la segunda mitad del siglo XX la diferencia entre izquierdas y derechas solía centrarse en la oposición entre libertad e igualdad, entre individuo y Estado. Las opciones de izquierdas apoyaban que se recaudaran muchos impuestos con los que financiar un Estado fuerte para fomentar la igualdad entre los ciudadanos. Por su parte, las opciones de derechas consideraban más importante la libertad, y por eso propugnaban menos impuestos y una menor intervención del Estado en la Economía y en la vida de la ciudadanía. Pero los principales partidos, tanto de izquierdas como de derechas, eran progresistas, en la medida en que compartían la creencia en el “progreso” como el fin al que debía dirigirse toda política. 

A partir de finales del XVIII, con el desarrollo de la Ilustración, en Occidente se empieza a concebir la historia humana como una marcha, si bien con retrocesos parciales y temporales, hacia el progreso: un futuro que se concibe como mejor que el presente. Las corrientes del marxismo- leninismo que llevaron a construir un Segundo Mundo durante la Guerra Fría eran progresistas: pensaban que el futuro traería un mundo mejor, la sociedad comunista. Quienes desde el Primer Mundo defendían al capitalismo como alternativa al comunismo lo hacían también desde una visión progresista: la teoría de la modernización, dominante en aquella época, también concebía la historia humana como una marcha evolutiva hacia un futuro mejor. El conservadurismo, tal y como hoy lo entendemos, surge a principios del XIX como reacción a los efectos negativos de los cambios generados por la Revolución Francesa y la Revolución Industrial. Para los conservadores lo que hay que hacer para crear una sociedad mejor no es mirar hacia el futuro, sino hacia al pasado. Dios, Patria y Rey, decían los contrarrevolucionarios: para traer paz social, armonía y equilibrio, lo que hay que hacer es volver a los valores y a las formas de organización social del pasado. 

En La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Max Weber planteaba que el surgimiento del capitalismo moderno, que se dio inicialmente en aquellos países de Europa y Norteamérica en que triunfó la reforma protestante, había tenido que ver con el surgimiento de una nueva ética, bastante alejada de la de los países del Sur que hasta entonces habían dominado la economía y la política europea. Para los calvinistas, que no creían que pudieran borrar sus pecados con indulgencias, el éxito económico se convirtió en un signo de estar en gracia con Dios, de manera que se desarrolló una ética que primaba el trabajo duro, el ahorro y el esfuerzo, en vez de malgastar el dinero en fastos innecesarios. 

Por el contrario, la ética católica tradicional tendía a ver este mundo como un valle de lágrimas, y aplicando ideas como las de “bienaventurados lo que sufren, porque ellos serán consolados” o “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que no que un rico en el reino de los cielos” tendía a desconfiar del éxito y las riquezas. Creo que no es exagerado plantear que las visiones de izquierda tradicionalmente tienden a tener una afinidad electiva con la visión negativa de la riqueza y el éxito. Con todo lo que está pasando en el mundo, con la explotación que hay, la desigualdad salarial, la diferencia entre hombres y mujeres, el cambio climático y la degradación ambiental: ¿cómo puede alguien que verdaderamente se haya concientizado ser feliz y disfrutar de la vida? Se ha dicho muchas veces que desde finales del XX la izquierda se ha vuelto conservadora en el sentido de que pretende “conservar” un determinado modelo (Estado de Bienestar, impuestos, prestaciones) frente a los ataques del neoliberalismo, más que proponer un modelo nuevo. Pero es que, además, en lo que va de siglo XXI, la izquierda se ha vuelto identitaria, y al poner el énfasis en amenazas como el cambio climático, las catástrofes ambientales, el heteropatriarcado o la apropiación cultural, entre otras, presenta un panorama tan sombrío del futuro que resulta difícil verla como una visión progresista del mundo, en el sentido anteriormente señalado de que progreso implica pensar que el futuro será mejor que el presente. Frente a eso, la visión del futuro que presentan las corrientes neoliberales a menudo parece menos gris y más esperanzadora: un futuro en el que, liberados de los corsés del Estado, la vida será mejor. 

Hay quienes se sorprenden de que la juventud se haya vuelto “de derechas, porque la voluntad de romper con el pasado es algo que parece consustancial a la juventud. En ese sentido se ha señalado ya hasta la saciedad que para quienes han crecido en una sociedad progre lo verdaderamente transgresor, lo que implica romper con el pasado, es ser conservador. Sin embargo, creo que no se suele reparar tanto en que lo de ser joven siempre ha ido acompañado de tener ganas de fiesta y de pasarlo bien. Quizá un factor que contribuye a alejar a la juventud de las opciones de izquierdas es que parece que para ser verdaderamente de izquierdas es necesario hacer un examen de conciencia, arrepentirse de lo que se ha hecho mal, confesarlo, tener intención de enmendarse y cumplir con ciertos castigos y penitencias. Los que se acaban de señalar son los cinco pasos para una buena confesión católica, y por eso quizá no debería sorprendernos que una cierta ética “protestante” domine en sociedades neoliberales que ya no creen en la confesión. Antes a mucha juventud le atraía la izquierda porque ofrecía la ilusión de un futuro mejor. Ahora muchos maduros progres tildan a la juventud de conservadora sin caer en la cuenta de que quizá lo que esté pasando es tan sólo que la imagen del futuro que presentan a la juventud no es muy ilusionante. Los jóvenes quieren pasarlo bien. Si las izquierdas les ofrecen una visión sombría del futuro, y un presente en el que, en solidaridad con los pobres y desheredados del mundo lo que prima es el sufrimiento, no es de extrañar que no les resulten atractivas. Quizá ése sea uno de los principales retos para la izquierda en la actualidad: convencer a la juventud de que se puede ser feliz y de izquierdas, de que ser de izquierdas no necesariamente implica ser una persona gris que tiende a ver todo lo negativo de la vida.

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