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Ultraderecha, sexo y antisistemas

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La reciente visita abortada a las universidades canarias de Vito Quiles ha dejado imágenes que dan para pensar: mientras que entre quienes se manifestaban para oponerse a él se veían a personas de género y edad variada, quienes rodeaban y jaleaban al agitador de ultraderecha eran, en su amplia mayoría, hombres jóvenes. El auge del populismo entre determinados grupos sociales se relaciona con la sensación de que el sistema beneficia a otros y les perjudica a ellos. El sistema, dicen, beneficia a los inmigrantes, a las mujeres, a los homosexuales, a las minorías étnicas y lingüísticas, a quienes tienen estilos de vida ajenos a los tradicionales (no comen carne, ni van a los toros, ni otras cosas por el estilo). Por eso muchos hombres jóvenes blancos, heterosexuales y de cultura y valores más o menos tradicionales sienten que ahora son ellos los verdaderos marginados. Muchos se auto perciben como in-cels (involuntarily celibates), célibes involuntarios. Hombres, mayoritariamente jóvenes, que siguen célibes no porque, como pasaba en otros momentos, hayan decidido dedicar su vida a Dios, a la Marina o a la Patria, y abrazar la vida monástica o militar. Sino porque la liberación de la mujer ha invertido los papeles: ahora la mujer es el nuevo sexo fuerte. Como las mujeres ahora pueden elegir, escogen emparejarse tan sólo con los más guapos, fuertes y exitosos. De manera que, según este argumento, la mayoría de los hombres tiene que resignarse a un celibato involuntario. De ahí lo de in-cel.

Lo cierto es que, por pasiva o por activa, históricamente todas las sociedades han regulado el comportamiento sexual de sus individuos. A lo largo del espacio y del tiempo se han dado importantes desequilibrios en los mercados sexuales y de emparejamiento. Y por ello se han generado ingeniosos mecanismos para evitar que unos jóvenes cargados de testosterona que se sentían frustrados sexualmente destruyeran el sistema. En realidad, desde los planteamientos de la antropología evolucionista, que los individuos intenten seleccionar a los individuos de mayor potencial reproductivo a la hora de emparejarse y tener descendencia no es nada nuevo. Y tampoco es nada nuevo que el comportamiento individual se vea mediado por la cultura y por los desequilibrios estructurales. ¿Cuáles son los cambios culturales que hemos vivido en las últimas décadas que pueden estar generando nuevos desequilibrios estructurales?

Hace ya más de una década que se habla de cómo el modelo de negocio de las redes sociales ha acabado generando la personalización: ahora vemos el mundo a través de las pantallas. Cada quien vive en su propia “burbuja de filtros”, como lo llama Eli Pariser, que le impide ver cómo es el mundo que ven los demás y desarrollar la empatía. Los jóvenes, hombres y mujeres, reciben miles de vídeos, enlaces reels, posts y actualizaciones de estado que les transmiten una visión estereotipada de cómo son los hombres y las mujeres. No hace mucho me enviaron un vídeo que me llamó la atención: venía a plantear que, en un contexto en que el sexo está más presente que nunca, los jóvenes lo practican cada vez menos. Cuando yo he leído sobre los in- cel la imagen que me viene a la mente es la de un joven friki de la informática, el cómic y los video juegos, quizá con granos y no en la mejor forma física del mundo que se lamenta de que “a mí las mujeres no me hacen caso”. Quizá si saliera de su burbuja entendería que no es así, que las mujeres que no le hacen caso son las que son como las que salen en los cómics, pero que la mayoría de las mujeres reales no son así. Por el otro lado, también hay muchas mujeres que se lamentan de que “todos los hombres son iguales y no hay ninguno que valga la pena Quizá si salieran de su burbuja de filtros esas mujeres entenderían que no es verdad que todos los hombres sean iguales, que los que son iguales son los hombres en los que se ellas se fijan, que les tienen amargadas y convertidas también, a su manera, en in-cels: dicen que querrían estar en pareja pero que no encuentran con quien.

El otro día escuché en un documental sobre la nueva ultraderecha que ésta se ha vuelto antisistema y nihilista. Siempre hay gente que está contra el sistema, hasta que llega un momento que esa gente es tanta que acaba cambiando el sistema. Pasó hace varias décadas, cuando se sentaron las bases para un nuevo sistema en que mujeres, minorías étnicas y otros grupos dejaran de ser sistemáticamente marginados (por el sistema). Movilidad sostenible, lucha contra el cambio climático, igualdad de género o redistribución de la riqueza, entre otras, son algunas de las cuestiones que están ahora en el candelero, y de las políticas contra las que cargan estos nuevos “antisistema” ¿Alguien ha escuchado sus propuestas para crear un sistema que mejore el actual? Antes se decía “haz el amor y no la guerra”. Parece que ahora se prefiere hacer la guerra antes que el amor, basta ver las imágenes que acompañan las manifestaciones de estos nuevos antisistema. La personalización y la división que han traído las redes ha generado un mundo en que mucha gente no hace el amor porque lo que les ofrece el mundo real no está a la altura de lo que les prometía el virtual. Quizá es eso lo que buscan estos nuevos antisistema: tener un montón de gente frustrada para poder canalizar su energía hacia la destrucción del sistema. Pero ¿van a construir un nuevo sistema que solucione nuestros problemas? A juzgar por las fotos, a mí me da que ni su sistema es nuevo ni va a solucionar los problemas reales que tiene la gente. Ponerle mucha testosterona a algo a veces puede ayudar, cuando de lo que se trata es de sexo. Pero cuando de lo que se trata es de solucionar problemas, suele ayudar más escuchar que intentar imponer. 

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