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El papa Francisco, la paz y nuestro mundo

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Oriente y Occidente siguen separados desde el punto de vista político y religioso, ya desde la división eclesiástica entre Roma y Bizáncio.

La Roma imperial de los césares había despreciado a los débiles pueblos derrotados por sus legionarios y les había arrebatado riquezas, cultivos y hasta sus dioses. Pero entre estos dioses que se asentaron en la politeista Roma había algunos que no eran reyes divinizados según la costumbre.

Uno de ellos había vástago de una familia pobre y emigrante, nació en un establo, y no fue héroe triunfal de batallas guerreras, sino un derrotado mártir: humillado, torturado y crucificado. Era un tal Jesús el Nazareno. Jesús, llamado el Cristo por sus seguidores.

El cristianismo primitivo, en todo su contenido evangélico, era intrínsecamente una liberación de los seres humanos de toda esclavitud y, al menos eso parecía a sus seguidores, un mensaje de libertad y esperanza para todos los desposeídos de la Tierra.

Paradójicamente, la libertad prometida no era consecuencia de la violencia ni de ruptura de cadenas, sino una libertad interna, espiritual, y por tanto invisible al ojo guerrero o policial, era de una fuerza sutil que acabaría siendo, en el orden ideológico al menos, más poderosa que todas las legiones del Imperio romano.

Con el emperador Constantino se acabó de asentar la religión cristiana como la oficial del Estado. Obispos y sacerdotes se convirtieron en funcionarios imperiales de una u otra manera. Al mismo tiempo desapareció la adhesión voluntaria de las comunidades al más virtuoso y santo entre ellos para exigirse la disciplina burocrática a las jerarquías impuestas y garantizadas por la Autoridad gubernativa imperial. Así se solidificará, después de múltiples conflictos y haciendo una simplificación de complejos procesos históricos, la división entre Oriente y Occidente.

Han pasado siglos en que las Iglesias cristianas se han atribuido ser las únicas verdaderas e incluso han perseguido a las desviaciones llamándolas herejías criminales y usando del castigo violento y la tortura como en el caso de la Inquisición o de la persecución de mujeres acusadas de brujería quemandolas en hogueras públicamente. Eso ha desaparecido de nuestros países occidentales, pero todavía acampan en nuestros países costumbres y reliquias ideológicas de tiempos represivos pasados.

El Papa Francisco parece una excepción de la regla aunque lleve el uniforme oficial blanco de Obispo de Roma y siga siendo Jefe del Estado Vaticano. Recordemos que el Vaticano fue reconocido como Estado por Mussolini primero, luego por Adolf Hitler y más tarde por el Generalísimo Franco. Eran tiempos impregnados de un lenguaje violento de guerra. Los mensajes del actual Papa Francisco son de amor y de paz, no de adoctrinamiento y condenas.

La visita del Papa Francisco al Irak marca un hito en este camino que parece nuevo y, al mismo tiempo, parece un regreso a la doctrina original de la antigüedad cristiana, la visita a un Irak ensangrentado donde los cristianos han sufrido persecución y martirio a manos de los poderosos y de otros movimientos religiosos fanáticos.

El Pontifice se encontró con las autoridades y los sacerdotes. El Santo Padre fue en avión a Nayaf, donde visitó al gran Ayatoilá Sayyid Ali-Husaymi Al-Sistani.

Después, viajó hacia Nassiriya para el encuentro interreligioso en la Llanura de Ur, donde pronunció el primer discurso del día. En todo el viaje resulta de gran interés el registro de sus palabras.

Por ejemplo: El nombre de Dios no se puede utilizar para justificar asesinatos.

Estas palabras en un mundo en que bloques estatales creen poseer la verdad absoluta podrían servir de guía de acción, cosa que, desgraciadamente, no es siempre así, como es el caso del actual gobierno de Polonia católico ultra derechísta que se niega a recibir a ningún migrante africano o el de Hungría, que hace lo mismo, mientras el presidente Urbán llena los bolsillos de sus familiares y amigos con la ayuda financiera europea, pero negándose a aceptar las normas del Estado de Derecho.

En el discurso papal el “pueblo iraquí tiene derecho a vivir en paz, tiene derecho a encontrar la dignidad que le pertenece”. A su regreso del Viaje Apostólico a Iraq, tierra de Abrahán, padre de las de las tres religiones monoteístas, quien creyó oir la llamada de Dios hace cuatro mil años y abandonó su tierra bajo la promesa de Jehová de una descendencia, a su regreso el Papa Francisco dedicó su catequesis a la histórica peregrinación en esa amada, martirizada y milenaria tierra, que ha vivido años de guerra y terrorismo.

¿Quién vende las armas a los terroristas?

El pueblo iraquí - repitió el Pontífice - tiene derecho a vivir en paz, tiene derecho a encontrar la dignidad que le pertenece. Y la respuesta a la guerra que destruyó tantos lugares de la Mesopotamia, cuyas “raíces religiosas y culturales son milenarias”, “es la fraternidad”. “Pero, – preguntó el Papa - ¿quién vende las armas a los terroristas?

Mesopotamia es cuna de civilización; Bagdad fue históricamente una ciudad de importancia primordial, que tuvo durante siglos la biblioteca más rica del mundo.

“¿Y qué la destruyó? - preguntó el Papa.

En sus palabras de respuesta dijo: “La guerra. La guerra siempre es el monstruo que, con el cambio de épocas, se transforma y continúa devorando a la humanidad. Pero la respuesta a la guerra no es otra guerra, la respuesta a las armas no son otras armas. Y me pregunté: ¿quién vendía las armas a los terroristas? ¿Quién vende ahora armas a los terroristas que están llevando a cabo masacres en otros lugares, en África por ejemplo? Esta es una pregunta que me gustaría que alguien respondiera. La respuesta es la fraternidad.” -

El Papa Francisco afirmó con fuerza: “Que callen las armas. No más violencia, extremismos, facciones e intolerancia. Que se den espacio a todos los ciudadanos que quieren construir juntos este país

Sigue el Papa Francisco:“La diversidad religiosa, cultural y étnica, que ha caracterizado la sociedad iraquí es un recurso para aprovechar. Hoy Irak está llamado a mostrar a todos que las diferencias, más que dar lugar a conflictos, deben recuperar armónicamente en la vida civil. Una sociedad que lleva la huella de la unidad fraterna es una sociedad cuyos miembros viven entre ellos solidariamente. La solidaridad nos ayuda a ver al otro como un compañero de camino”.

¿Cómo aplicar esas palabras a nuestro mundo?

Oyendo estas palabras desde la España actual se siente la tentación de recordárselas a ciertas jerarquías eclesiásticas que se obstinan en posiciones ultra conservadoras y que aplauden la política kamikazi del “todo o nada”, del “O yo o el Diluvio Universal”, del “Comunismo o Libertad”, exentas de todo espíritu conciliador en posiciones ignorantes o negacionístas de los Hechos de los Apóstoles donde se practicaba un comunismo cristiano. Y en tiempos de Pandemia-Diluvio Universal no es solidario negar la mano al necesitado ni colocarse del lado de los poderosos propietarios de ciertas empresas y consorcios, ni dar patadas al que quiere subirse al bote o arca, resbale de la patera, ni engullir sin reflexión lo que medios de información como periódicos o radios o televisión azuzan contra toda medida gubernativa progresista tendente a paliar la crisis presente y prevenir la que se avecina.

Pero no hay peor sordo que el que no quiere oír por muy católico que se llame o muy de misa diaria o proclamación programática desde los parlamentos regionales o nacionales. Quizás, o mejor dicho, con casi toda seguridad no sean suficientes para remediar la crisis, pero yo insistiría con palabras del Papa Francisco : “La respuesta es la fraternidad.”

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