La historia de los malos políticos suele terminar de escribirse años después de que hayan abandonado la poltrona. Le pasará a muchos que ahora saborean las mieles del poder ensimismados con el engaño de que ese poder es eterno. La crítica, sin embargo, hay que hacérsela ahora que aún estamos a tiempo. Lo que ha dicho este viernes Bravo de Laguna en defensa del proyecto del comisionista Rafael Bravo de Laguna en el viejo Estadio Insular no soporta la menor prueba de congruencia. Quien reclama consenso, quien llama a la movilización social contra Tenerife, quien presume de transparencia y experiencia en la gestión no puede permitirse bajo ningún concepto llevar adelante un proyecto en el corazón de Arenales en contra de la opinión de los vecinos, en contra de la oposición política, en contra de muchos arquitectos, en contra del ganador del concurso de ideas y en contra ?para más inri- del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria. No coneja, no, a no ser que nos pongamos a pensar en lo peor. Porque siendo grave el desprecio a las opiniones de los vecinos y de la oposición, que dos instituciones gobernadas por el mismo partido discrepen tan abierta y tan crudamente sobre el proyecto de Borjana da derecho a los ciudadanos a pensar que alguien no se ha aplicado con esmero al viejo y especialísimo arte de la lubricación allí donde se producen rozamientos traumáticos. El Ayuntamiento dice que el pelotazo del Estadio Insular contradice el Plan General, y en esa posición se coloca también la oposición, que recuerda que el concurso de ideas fue ganado por una propuesta en la que primaban los espacios libres y verdes, de los que carece la ciudad y particularmente esa zona. Bravo lo resolvió en el pleno de este viernes de esa manera tan grotesca que tiene la vieja guardia de engañar a los votantes: es zona verde porque verdes son las canchas de pádel. Otra cosa es que haya que pagar por pisarlas. Muy parque público no va a ser, por lo que parece.