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A propósito de 'Furia': el personaje de Candela

Furia ElDiario

Alberto García Martín

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En las frecuentes conversaciones que tengo con mi amigo N., surgen cada cierto tiempo algunas ideas reveladoras, de esas que uno se lleva a la cama y se despierta con ellas al día siguiente. Que te penetran y te acompañan a lo largo del tiempo.

Como en un diálogo platónico, donde surge una idea gracias a la interacción de los hablantes, al final uno no recuerda quién fue el que la expuso primero, de qué mente surgió o, incluso, si surgió de uno pero no lo habría hecho si el otro no le hubiera dado pie a dicha reflexión. Es como en el fútbol: Fulanito metió el gol pero lo hizo porque Menganito le pudo dar aquel pase. La idea que quería mencionar aquí vamos a atribuírsela a N., por si las moscas, y digamos que yo le di el pase, aunque pudo ser al revés. Poco importa. Lo que nos interesa es el gol. Esta idea parece una idea rompedora, aunque probablemente se haya dicho muchas veces a lo largo de los tiempos y sólo me parece rompedora a mí por simple ignorancia histórica. La idea es que el arte es un mal necesario. Que el arte lo inventamos porque necesitamos cubrir ciertas carencias. Para entendernos, que si fuéramos seres en un constante estado de equilibrio, de armonía, podríamos prescindir completamente de él. Que nos bastaríamos con nosotros mismos, con nuestros semejantes y con la naturaleza para poder vivir una vida plena, satisfactoria. Hay mucha tela que cortar ahí pero como idea, así a grosso modo, sin entrar en detalles, no está mal, ¿no?

Ahora tenemos un arte que ya ni siquiera nos sirve para cubrir carencia alguna, de modo que su existencia sólo tiene sentido como mecanismo de evasión. O para crear nuevas carencias, pero no abramos ese melón, que nos perdemos. El caso es que ante la consabida avalancha de producciones cinematográficas, especialmente las seriadas, no sólo está ocurriendo que ves una serie un martes, pongamos por caso, y que la olvides el miércoles, sino que se está consiguiendo corromper y desprestigiar a los géneros en sí mismos. Pobre cine negro, pobre policiaco. Tengo la impresión de que se está haciendo todo el rato una serie sobre una mujer policía en un entorno rural. Quizá sea cosa mía. En fin.

Pero entre tanta serie olvidable, surgen de vez en cuando algunas perlas a las que es justo mencionar. Y hete aquí que se nos presenta Furia, la serie escrita y dirigida por Félix Sabroso. Por qué a Sabroso y a Dunia Ayaso no se les colocó en el lugar donde se merecían cuando hicieron películas como Los años desnudos y La isla interior es algo que no termino de comprender, así como por qué no se valoró mejor El tiempo de los monstruos, ésta de él en solitario; una película nada fácil, nada complaciente pero muy sugerente y oscuramente hermosa.

Furia es una serie resplandeciente, intensa, cáustica y divertidísima. Hecha con amor y con pasión, escrita con la intensidad propia de quien hace oídos sordos a las directrices de lo que supuestamente demanda el espectador; unas demandas que, por cierto, siempre me han resultado sospechosas. Nunca en mis varias décadas de vida he presenciado a espectadores demandando nada. Los ciudadanos demandamos subidas salariales, una mejor seguridad social o que nos expliquen por qué los dirigentes del mundo no le han parado ya los pies al genocida presidente israelí. Pero no salimos a la calle a pedir más true crime o más películas de superhéroes. Están ahí y a veces las vemos y casi siempre las olvidamos. Pero nunca olvidaremos The Office, Breaking Bad, Doctor en Alaska o Freaks and Geeks.

Quizá el aroma a Almodóvar que tiene el cine de Sabroso lo haya relegado a un injusto segundo puesto. Una cosa incomprensible; de ser así, por qué no hacer lo propio con Woody Allen por su influencia de Bergman, de S. J. Perelman, de Dostoievski o de los Hermanos Marx. O rechazar a Sorrentino por deberle tanto a Fellini. O al mismísimo Billy Wilder, que tenía un cartel colgado en su despacho en el que se podía leer “¿Cómo lo haría Lubitsch?” Y no digamos nada de Brian de Palma con respecto a Hitchcock.

Furia tiene una desbordante imaginación que me recuerda a algunas grandes películas del cine asiático, ese camino entre lo real y lo extrañamente posible. La serie tiene un modo de atrapar la realidad y moldearla hasta convertirla en un artefacto enloquecido que, de ese modo, nos habla mejor del mundo en el que vivimos. Escapa de las reglas del realismo para construir un discurso que habla con mayor eficacia de nosotros mismos. Usa la realidad sólo como materia prima. Félix la ha escrito para unas actrices concretas que dan vida a sus acciones y sus palabras. Y ahí el guion se convierte en una nueva realidad. Donde Félix da el pase y ellas meten el gol. Cada uno que elija a su goleadora favorita. Yo me he quedado boquiabierto con el personaje de Candela Peña, actriz sobresaliente que deja de ser Candela para convertirse en Nat, una mujer obsesionada con el mundo de la moda, con un discurso sólido y fascinante, quizá producto del autoengaño; generado por una necesidad de autoafirmación de clase y de género, una suerte de psicología inversa construida como parapeto contra la soledad, que nos deja desconcertados como espectadores pues el discurso está tan bien escrito, argumentado e interpretado que uno termina por no saber qué pensar acerca de su contenido. Creo no equivocarme al afirmar que es uno de los mejores personajes que he visto en el cine y la televisión.

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