Estela Ferrer: la ‘eterna’ trotamundos (1991)
Biografía
BiografíaEstela Rosa Ferrer Pérez (Santa Cruz de Tenerife, 11-9-1967)
Selección española: 1-5-1991 / 2-6-1991 (Debut / despedida)
Veces internacional: 10 (9-1 victorias / derrotas)
Puntos: 19
La ‘eterna’ trotamundos
La ‘eterna’ trotamundosUn reverso de aperitivo, un adorno pasándose el balón por la espalda más tarde y luego un pequeño clínic de baloncesto: una entrada a canasta que resuelve con un golpe de muñeca y un exquisito finger roll, el tirito en suspensión de toda la vida, un par de triples, los irrepetibles pases a una mano para lanzar el contraataque pocas veces vistos en el baloncesto femenino y, ya de postre, un canastón desde el centro del campo. ¿Algo asombroso? No tanto. En realidad, se trata, simplemente, de un buen partido de una buena jugadora de baloncesto. Lo asombroso es que, camino de los cincuenta años, Estela Ferrer siguiera siendo una buena jugadora de baloncesto.
Aquel día de abril del año 2016, con motivo de su 75º aniversario, la FIBT (Federación Insular de Baloncesto de Tenerife) organizó “un tributo al baloncesto femenino” en el que rindió homenaje a los equipos tinerfeños que habían logrado los ascensos a la máxima categoría. Con muchos años y aún más voluntad, varias leyendas del básket insular recordaron viejos tiempos y disputaron “un partidito”. Por allí apareció Estela Ferrer, que en la primavera de 1984 había participado del salto a la élite que el Junta del Puerto logró en Cádiz. Tres décadas después seguía siendo jugadora –no exjugadora– de baloncesto. “Estás para jugar”, le decían sus excompañeras. No sabían que seguía jugando. Lo hacía en Alicante “para ayudar” al equipo de su hija Marta y, convertida en la líder de aquel conjunto, peleaba por llevarlo a Liga Femenina 2.
Nada nuevo para Ferrer, que siempre jugó a baloncesto, siempre jugó en serio y siempre jugó para ganar. Para ganar partidos y, cuando dejó de ser una niña, para ganarse la vida. Profesional ejemplar, fue descubierta en el Colegio San Fernando y alcanzó notoriedad en La Pureza, donde Francisco Ruiz Mota se encargó –tras interminables sesiones de trabajo– de fabricar una base de 1,78 metros, estatura muy superior a la habitual en aquella época para las encargadas de mover al equipo. “Paco Mota tuvo una paciencia infinita conmigo y tengo que estar muy agradecida a todo lo que hizo. Recuerdo un verano que se pasó dos meses entrenando en solitario conmigo, un par de horas por la mañana y otro par de horas por la tarde. Se empeñó en que podía jugar de base... y a fuerza de trabajo creo que lo logramos”, apunta.
Su estatura, velocidad y fuerza no siempre era una ventaja. Así, como componente habitual de la selección española en las categorías inferiores, explica que “en los entrenamientos atacaba de base o de escolta, que era mi posición, pero como era alta... luego defendía a Wonny Geuer, que era nuestra pívot”. Mientras, su progresión no se detenía: con 16 años formó parte de aquel Junta del Puerto que, entrenado por Jerónimo Foronda, ascendió a la Primera División femenina, categoría en la que ya tuvo protagonismo al curso siguiente. Con el tiempo no tardaría en asentarse en la élite. Primero en casa con el Coronas Tenerife –luego bajo el patrocinio de Cepsa– y más adelante siendo una de las primeras emigrantes del baloncesto tinerfeño, aunque nunca dejó de hacer “viajes de ida y vuelta” a su Isla.
De hecho, instalada desde hace casi una década en Alicante, donde trabaja en una importante cadena hotelera, regresa a Tenerife “en verano, en Navidades... y cuando puedo”. Y tiene previsto acudir al Mundobásket 2018, cita que “puede ser muy favorable para el baloncesto femenino. Me consta el esfuerzo de las autoridades y de las federaciones y estoy convencida de que habrá una buena difusión en prensa, radio y televisión porque el acontecimiento lo merece al ser un campeonato del mundo. Espero que todo eso atraiga a mucho público, no sólo al aficionado al baloncesto, sino a todo el que le guste el deporte de alto nivel”. Además, valora la repercusión que puede tener en las jóvenes: “Un evento así puede marcar la progresión de las nuevas generaciones para que el baloncesto femenino mejore durante años”.
“En Tenerife se han hecho fases de ascenso, finales de la Copa de la Reina, un europeo júnior femenino o varios campeonatos de España de categorías de base y los pabellones siempre estaban llenos o con mucha gente. Para un jugador es importante sentirse arropado y estoy convencida de que Tenerife no le va a fallar ni al Mundobásket, ni a la selección española”, dice una profesional que nunca fue hipócrita. Así, Ferrer admite que “jugaba por dinero” y por eso, con 22 años, fichó por el pujante Zaragoza al que llevó a ganar la Copa de la Reina con un sorprendente triunfo (95-94) ante el imbatible Masnou tras dos prórrogas. “Recibí una muy buena oferta y me fui. Me encanta jugar al baloncesto y la prueba es que hasta hace nada seguía jugando, pero también he intentado vivir de esto... y algún año lo logré”, dice con una sonrisa.
Eso sí, al curso siguiente regreso a casa y ejerció de tercera extranjera en el nuevo Cepsa Tenerife 90-91 que, de la mano de Paco Apeles, trataba de consolidarse en la élite femenina. Y sus buenos números en esa campaña le valieron la llamada de la selección. Así, en la primavera de 1991, acabada la competición, Ferrer se incorporó al equipo olímpico dirigido por Chema Buceta, un grupo cerrado que preparaba los Juegos de Barcelona 92 y competía fuera de concurso en la Liga Femenina con el nombre de Banco Exterior. “La convocatoria me sorprendió. Había hecho un par de años buenos y esa temporada con el Cepsa tenía los mejores números de una jugadora nacional, pero la selección era el BEX, con jugadoras que llevaban ya tres años juntas preparando Barcelona 92 y casi sin hueco para gente de fuera”, recuerda.
En todo caso, Ferrer formó parte en 1991 de aquel equipo olímpico con Patricia Hernández, Blanca Ares, Carolina Mújica, Margarita Geuer, Marina Ferragut, Betty Cebrián, Ana Belén Álvaro, Carlota Castrejana, Almudena Vara o Piluca Alonso, todas ellas presentes un año más tarde en Barcelona 92. La veterana Anna Junyer y la también olímpica Mónica Messa se unirían a última hora a una concentración en la que España disputó once partidos en Pozuelo, Madrid y Segovia contra la República Checa, Cuba, Italia y Canadá. La base tinerfeña participó en diez de esos choques –con nueve victorias y sólo una derrota– y anotó diecinueve puntos, con topes de cinco puntos en dos triunfos ante Cuba (90-81) y Canadá (77-48). “Acababa de llegar al grupo y en los partidos era preferible dirigir a anotar”, comenta.
Un mes después, ese mismo grupo logró la medalla de oro en los Juegos del Mediterráneo de Salónica (Grecia), pero Mónica Pulgar ocupó la plaza de Ferrer. “Para ir a los Juegos Olímpicos debía pasarme el año entero formando parte de aquel equipo olímpico, dentro de lo que se llamó Plan ADO... y en ese momento di prioridad a las necesidades de mi familia. Tenía una buena oferta para volver a Zaragoza –donde lograría el subcampeonato de Liga y el subcampeonato de la Copa de la Reina– y preferí fichar en un club con mejores condiciones económicas; y eso, lógicamente, me marcó”, expone. Ausente de Barcelona 92, Estela admite que tiene “un poco de resquemor por haber sido la sacrificada a la hora de elegir las componentes definitivas, pese a demostrar que podía estar en el grupo”.
“Entrenaba con ellas, había jugado contra ellas a lo largo de mi carrera y siempre peleaba el puesto con gente como Mónica Messa o Teté Ruiz Paz... y al final eran ellas las elegidas. Sumé mucha convocatoria y pocos partidos”, dice con un toque de humor, mientras desvela que “el propio Manolo Coloma, que luego sería seleccionador nacional, me reconoció que de haber estado en algún club más cercano como el Canoe podría haber ido con más frecuencia a la selección”. Y es que, en aquel tiempo, tener ADN Canoe –club del que salieron el seleccionador Buceta o su ayudante, Manolo Coloma– era un valor añadido para formar parte de España. Eso sí, Estela asegura que de su paso por el combinado nacional “todo lo que tengo son buenos recuerdos, pues siempre es una satisfacción jugar para tu país”.
“Y para mí no sólo ha sido importante jugar con la selección absoluta”, aclara, “sino también haber representado a España varios años en las categorías inferiores”, agrega sin rencor y con orgullo. “Me encantó haber sido internacional y es verdad que me hubiera gustado haber jugado más partidos y que, cuando me descartaron, me dolió... pero cada uno elige cómo enfocar su futuro y en aquel momento para mí era básico el aspecto económico”, apunta. “Eso sí”, zanja, “nunca hubo mala relación con los seleccionadores o las compañeras y la prueba es que, tras los Juegos Olímpicos, me llamaron para jugar en el Banco Exterior, que ya no tenía consideración de equipo olímpico”. Y tras un buen curso en el BEX 93-94 y notables temporadas en el Cepsa Tenerife, Ferrer estuvo varias veces cerca de regresar a la selección.
“Por una cosa o por otra, siempre me quedaba fuera”, recuerda. Eso sí, la suerte cambió en la primavera de 1996 gracias al buen nivel mostrado por Estela con el Cepsa Tenerife en las competiciones europeas. En pleno proceso de cambios en la selección femenina tras el fracaso del Eurobásket 95, el seleccionador Manolo Coloma prescindió de dos exteriores históricas como Mújica y Messa, por lo que Ferrer volvió a ser llamada para preparar el preeuropeo de Oviedo, que daba derecho a participar en el Eurobásket de Hungría 97. “En aquel tiempo había una norma no escrita para no convocar a jugadoras mayores de 28 años”, explica, “pero Coloma me dijo que haría una excepción, que necesitaba experiencia en el equipo y que iba a contar conmigo, por lo que acudí a Madrid, me dijo que iba a ir a la selección y me volví a descansar unos días a Tenerife”.
“Nos esperaba una concentración de más de un mes entre entrenamientos, amistosos y el preeuropeo, así que quería ir unos días a casa... y estando en la Isla descubrí que me había quedado embarazada. Debí renunciar a la selección y llamaron a Elisa Aguilar, que entonces tenía 19 años”, rememora. Camino entonces de los treinta años, tras una docena de temporadas al más alto nivel, Ferrer era consciente de que “estaba ante mi última oportunidad de jugar con la selección absoluta... pero por encima de todo quería ser madre”. “Renuncié a la opción de volver con España, pero renuncié muy a gusto”, sentencia. Eso sí, no se olvidó del baloncesto. Así, tras tener a su hija, con 31 años fichó por el Burgos de Liga Femenina para jugar casi 35 minutos por partido –con promedios de 12,5 puntos y 3,4 rebotes– en la máxima categoría.
¿Algo más? Pues mucho más: el curso siguiente jugó un promedio de treinta minutos en el Sandra Gran Canaria que fue campeón de la Copa de la Reina y subcampeón liguero y de la Copa Liliana Ronchetti. Y luego se quedó a un paso de ascender a la élite con el Symel Tenerife. Y jugó en Cáceres, Linares, Alicante, Vinaroz o Guadalajara. Y con 37 años cumplidos, ejerció de sexta jugadora en el León 04-05 que logró la permanencia en la Primera División. Luego, camino de los 43 años y con el curso avanzado, apareció por el Symel Tenerife para ayudar, y mucho, a lograr una permanencia en la LF-2 que parecía imposible, con promedios de nueve puntos, cuatro rebotes y 2,3 asistencias en los 34 minutos que jugaba en cada partido. Y sobre todo, con una intensidad conmovedora y un ejemplar amor por el juego, dos características que la acompañaron siempre sobre una cancha de baloncesto.
Bien mirado, lo extraño es que, un lustro más tarde, cuando la FIBT rendía un tributo al básket femenino, alguien se asombrara de que, picando los cincuenta, Estela Ferrer siguiera siendo una buena jugadora de baloncesto.
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