Desde prohibir ver partidos hasta condenas por celebrar triunfos: las represalias en el Sáhara por apoyar a la selección argelina

La Selección argelina de fútbol celebra con banderas palestinas la victoria en cuartos de final sobre Marruecos en la Copa Árabe, celebrada durante el invierno de 2021 en Qatar.

Iván Alejandro Hernández

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Mahfouda Lafkir había acudido el 15 de noviembre de 2019 a un tribunal El Aaiún (capital del Sáhara Occidental ocupado por Marruecos) a presenciar el juicio a su primo Mansour Othman Elmoussaoui, quien había sido detenido tras celebrar la victoria de Argelia en la Copa de Naciones de África, celebrada en el verano de ese año en Egipto. Al escuchar la condena -un mes de prisión- la también activista protestó contra lo que consideraba “un castigo arbitrario e injusto”. Poco después fue detenida en el propio tribunal y trasladada a la cárcel negra de El Aaiún, donde cumplió seis meses de condena a pesar de las denuncias de Front Line Defenders o la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH).

Miembro del colectivo de Gdeim Izik, que apoya a los presos saharauis encarcelados tras las protestas del campamento de ese nombre en 2010, Lafkir recuerda desde El Aaiún “lo que le puede ocurrir a cualquier saharaui que defiende los derechos humanos de su pueblo y el derecho de autodeterminación” dos años después de salir de prisión. Son las 7 de la mañana del 23 de mayo de 2022 y hay que salir a toda prisa del hotel. En una de las calles paralelas, esperan en un vehículo dos miembros de Equipe Media, un medio de comunicación que realiza su trabajo en el Sáhara Occidental. El objetivo es poder hablar con activistas saharauis en territorio ocupado y para ello, toman precauciones para evitar represalias de las autoridades marroquíes, cuyo gobierno impone un muro de silencio sobre el territorio.

En la casa de Kira Ahmad Mbarek, madre de Said Damber (asesinado con 26 años en 2010, después de las protestas de Gdeim Izik), Lafkir recuerda los hechos que precedieron a su detención. El 19 de julio de 2019 Argelia disputaba contra Senegal la final del torneo africano. Ese día, las calles de El Aaiún se llenaron de fuerzas de seguridad marroquíes. Baghdad Bounedjah daba la victoria a los también denominados Zorros del Desierto por 1 a 0, que lograba el trofeo por segunda vez en su historia. Y residentes en la ciudad salieron a celebrar la victoria, ondeando banderas argelinas y saharauis (prohibida en público por Marruecos), coreando lemas futbolísticos y pidiendo la libre determinación, a medio camino entre un festejo y una manifestación. 

La simpatía por el equipo hunde sus raíces en el apoyo que ha brindado Argelia al Frente Polisario desde su creación en 1973; en territorio argelino (Tindouf) se ubican los campamentos de refugiados saharauis, a donde parte de la población se trasladó después de que Marruecos lo invadiera tras el abandono de España en 1976. Para los saharauis, ver jugar a la selección argelina trasciende el fútbol y Marruecos reprime con dureza cualquier protesta en contra de lo que denomina “la unidad nacional del Reino”, que incluye al Sáhara Occidental o sus “provincias del sur”. 

Aunque las celebraciones y reivindicaciones de los saharauis en el verano de 2019 comenzaron siendo pacíficas, las fuerzas de seguridad marroquíes respondieron de forma “excesiva” provocando “violentos enfrentamiento que podían y debían haberse evitado”, según denunció Amnistía Internacional en agosto de 2019. Durante los sucesos, murió la joven de 24 años Sabah Njourni y la ONG atribuyó “el homicidio” a “la falta de moderación de la policía”, pues fue atropellada por dos vehículos de las fuerzas auxiliares mientras cruzaba un paso de peatones, según acreditan las imágenes a las que tuvo acceso. 

En un comunicado, la ONG reveló que las autoridades locales de El Aaiún sostuvieron que un grupo “dirigido por elementos hostiles” aprovechó las celebraciones para acometer actos de vandalismo y saqueo, lo que a su juicio justificaba la intervención de las autoridades. Pero Amnistía Internacional verificó, a través de vídeos y testimonios, que las autoridades marroquíes sometieron a los manifestantes saharauis “a hostigamiento e intimidación únicamente por la expresión pacífica de sus opiniones”, lanzando “piedras, balas de goma, gas lacrimógeno y agua” para dispersar las protestas. La ONG no ofreció un número exacto de las personas heridas, pues “muchas no fueron al hospital por temor a sufrir represalias”.

Tras estos acontecimientos, se celebraron juicios contra saharauis acusados de sabotear vehículos y colocar obstáculos en la vía pública con el fin de perturbar el tráfico. A la sesión que se celebraba el 19 de agosto contra ocho activistas no pudo acudir la abogada española Cristina Martínez, quien pretendía estar como observadora. En noviembre tuvo lugar la audiencia contra el menor de edad Mansour Othman, primo de Lafkir. La activista protestó porque estimaba que no se cumplían los requisitos mínimos de justicia, imparcialidad y presunción de inocencia.

“Cuando el tribunal paró para deliberar, la madre de Mansour y yo hablamos para ir afuera. Nos echaron la bronca por hablar y nos ordenaron que saliéramos con malos modos. Yo repliqué, porque ella era una mujer mayor y pedí respeto. Cuando estábamos en el exterior, los guardias me llevaron de vuelta al juzgado y después fabricaron una acusación contra mí. Estaba todo preparado”, relata Lafkir.

Según Equipe Media, la activista ya estaba en el ojo de mira de las autoridades marroquíes por su activismo. Antes de acudir al juicio, ya había sido objeto de “detenciones arbitrarias” o “la congelación de su salario durante varios meses como represalia” al conocer su postura favorable al Frente Polisario y la independencia de la República Árabe Saharaui Democrática.

El 15 de noviembre de 2019 fue trasladada a una sala contigua para ser interrogada por oficiales de la policía marroquí y, de ahí, a la comisaría local de El Aaiún, donde fue interrogada de nuevo y pasó la noche. “Me quitaron la ropa, me desnudaron, me esposaron. Registraron mis pertenencias. No encontraron nada. Y los oficiales ordenaron volver a registrarme. Cogieron mi teléfono y siguieron buscando”, recuerda Lafkir, “me acusaban de ser parte del Polisario y de Argelia y de crear problemas, no me preguntaron nada más, ni por mis actividades”.

Al día siguiente, la volvieron a llevar al tribunal sin saber de qué se le acusaba. Allí, sin abogado y sin la presencia de su familia, permaneció durante ocho horas en las que le interrogaron. Al caer la noche, le dijeron que la iban a llevar a la comisaría de nuevo, pero el vehículo paró en la cárcel negra de El Aaiún, así denominada por sus malas condiciones. Y fue encerrada en una celda de 15 metros cuadrados junto a siete presas comunes.

“Me pusieron en una habitación muy sucia”, recuerda, señalando que además sufre asma y alergia. “Apenas me daban comida o agua, casi no podía dormir, había luz todo el día y una cámara”. Durante los primeros cinco días de su detención, se le prohibieron todas las visitas y no pudo obtener ni mantas ni medicamentos. Su abogado reclamó la libertad condicional, que fue denegada y la sentencia se dictó el 27 de noviembre. Fue condenada a seis meses por “obstaculización de la justicia” y “humillación a un funcionario público durante la realización de sus labores”.

A pesar de sus afecciones, la encerraron en una celda cercana a un baño, con malos olores, que le provocó un deterioro de salud. Relata que en la prisión sufría una doble discriminación por ser saharaui, en comparación a otros presos marroquíes. “Los demás podían escribir, leer libros, revistas. Pero yo no. Una de las prisioneras me dio un bolígrafo. Y yo escribí un verso del Corán en un papel. Desde la cárcel se dio la alerta y fueron por las celdas preguntando quien me había dado el bolígrafo”, expone.

Su familia podía visitarla una vez cada semana durante 10 minutos. Recuerda la primera vez que vio a su hijo en la cárcel. “Estaba sorprendido. No me vio a mí, vio a la policía y estaba asustado. Y yo, para tranquilizarle, le dije: Soy muy fuerte, puedo vencer a todos los policías. Cuando se despidió, me dio un fuerte abrazo y me dijo que era para el resto de la semana, hasta que nos volviésemos a ver”.

Durante su encarcelamiento, el Observatorio para la Protección de los Defensores de los Derechos Humanos (enmarcada dentro de la FIDH) denunció “la detención arbitraria” y “la condena” de Lafkir, “que parece tener como único objetivo sancionar sus actividades en defensa de los derechos humanos”. Y demandaba a las autoridades marroquíes su “liberación inmediata e incondicional”. También desde el Parlamento Europeo, la eurodiputada del Partido Comunista Portugués Sandra Pereira preguntó a la Alta Representante para Política Exterior y Seguridad por la situación de Lafkir, exponiendo que se trataba “de otro ejemplo más de agresión contra los saharauis que viven en los territorios ocupados” por Marruecos y criticó “la connivencia de la UE con estas agresiones, en particular, mediante los acuerdos comerciales y pesqueros con Marruecos, en contra del derecho internacional”. También recibió el apoyo de Izquierda Unida o Comisiones Obreras.

El viernes 15 de mayo, Lafkir cumplía su condena y salía de la cárcel. “Fui a casa de mi familia, no a mi vivienda”, recuerda. Durante todo el trayecto, las fuerzas de seguridad la siguieron y se mantuvieron en los alrededores de su residencia para, dice, “prohibirme salir y que la gente se acercara a visitarme”. La activista asegura que esta situación “duró 17 días”, hasta que se acercó a los agentes y les dijo “que si querían ponerme bajo arresto domiciliario, prefería que me volvieran a encerrar en la cárcel”.

A pesar de las represalias, Lafkir organizó un viaje en mayo de este año junto a un grupo de mujeres activistas hasta Bojador para acompañar y mostrar su apoyo a Sultana Jaya, símbolo de la resistencia saharaui tras sufrir durante más de un año medio las represalias de las autoridades marroquíes por reivindicar la independencia del Sáhara Occidental. Human Right Watch ha denunciado que Marruecos impone vigilancia cerca de su casa e impide visitas.

“Fuimos durante la noche, en torno a las 2 o 3 de la madrugada, cuando solo encuentras dos o tres policías en los controles. Éramos un grupo de mujeres saharauis, en una guagua, con mascarilla y gafas, aparentando que estábamos dormidas”, relata Lafkir. Consiguieron llegar a su destino para “expresar nuestra solidaridad con Sultana y su familia”.

Pero a la vuelta a El Aaiún decidieron coger un taxi. “En el primer control policial nos pararon. Nos pidieron la documentación y nos hicieron salir del vehículo. Nos hacían muchas preguntas, ¿por qué veníamos a Bojador? Mientras trataba de responder, recibí una bofetada y una patada por la espalda, también me agarraron del pelo”, cuenta Lafkir. Todas las mujeres fueron obligadas a entrar en la sede del control policial, donde fueron sometidas a interrogaciones y represalias. Lafkir añade que llegó a sufrir “agresiones sexuales” pues los agentes la manoseaban por todo el cuerpo. Mientras lo narra, muestra una foto en su móvil en la que se aprecia su rostro magullado y el labio ensangrentado.

Lafkir lo cuenta todo con naturalidad, narrando las represalias sufridas con entereza porque, dice, “es el día a día de los saharauis”. Pero no se resigna a que todo siga enquistado en un conflicto que perdura 47 años sin visos de solución entre las partes, como aboga la ONU. Pues el Frente Polisario demanda un referéndum de autodeterminación que Marruecos rechaza y, por contra, aboga por una autonomía para el Sáhara Occidental bajo su soberanía. “Nosotras seguiremos adelante hasta la muerte”, sentencia.

Más allá del fútbol

La Copa África de 2019 no es el primer precedente en el que se suceden represalias por apoyar a la selección argelina y manifestar el respaldo al derecho de autodeterminación. En el verano 2014, durante el Mundial de fútbol celebrado en Brasil, Argelia disputó un partido contra Alemania. Eran cuartos de final y en la memoria estaba la hazaña de los Zorros del Desierto en junio de 1986, cuando vencieron a la selección germana en su estreno en el Mundial de España por 1 a 2 durante la fase de grupos. Más de tres décadas después, no pudo repetir la gesta y perdió por 2 a 1 tras un gran partido.

Aún así, el resultado fue celebrado en las calles de El Aaiún, mezclándose con las históricas reivindicaciones del pueblo saharaui. Tal y como relata el informe de Reporteros Sin Fronteras Sáhara Occidental: un desierto para el periodismo, las fuerzas de seguridad marroquíes cargaron contra los manifestantes, lo que fue recogido por la cámara de Mahomoud Al-Haissan como corresponsal de RASD TV.

Pocos días más tarde, el periodista fue detenido en su domicilio y trasladado a la cárcel negra de El Aaiún, acusado de “pertenencia a banda armada, obstrucción de la vía pública, agresiones a funcionarios en el ejercicio de sus funciones y destrucción de bienes de propiedad pública”. Fue condenado a 18 meses de prisión y RSF denunció el caso de Al-Haissan como un ejemplo más de las detenciones arbitrarias de Rabat, que controla “con mano de hierro la información dentro del territorio”.

Prácticamente desde la descolonización de Francia y de España del norte del Magreb, Marruecos y Argelia mantienen una tensión condicionada también por el conflicto del Sáhara Occidental. En 1994, Argel decidió cerrar las fronteras con Rabat. Y en 2021, rompió sus relaciones diplomáticas con el Reino Alauí, entre otras razones, por la política que desarrolla Marruecos en el territorio ocupado. El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, dio un giro a la tradicional postura de neutralidad y apoyó la propuesta de Rabat, lo que provocó el rechazo de Argel.

En este contexto se celebró la Copa Árabe en el invierno de 2021, la primera organizada por la FIFA de cara al Mundial de Qatar. El 11 diciembre, Marruecos y Argelia se enfrentaban por un puesto en semifinales. Antes del comienzo del partido, las autoridades de Rabat habían obligado a cerrar las cafeterías a la hora del encuentro para impedir su difusión y habían impuesto un toque de queda en El Aaiún. Argelia ganó a Marruecos en los penaltis y los jugadores exhibieron banderas palestinas tras la victoria. A pesar de la presencia y vigilancia de las fuerzas de seguridad, residentes saharauis salieron a las calles a celebrar el triunfo y reivindicar sus consignas políticas, encontrándose nuevamente con la respuesta de las autoridades.

“Los paramilitares y policías cargaron contra los manifestantes, atropellaron a gente y detuvieron a varios jóvenes”, señaló Equipe Media. Argelia jugaría la final contra Túnez tras eliminar a Qatar en semifinales. Las fuerzas de seguridad marroquíes volvieron a repetir el operativo, esta vez con mayor dureza, cortando calles y desplegando vehículos antidisturbios para impedir que se viera el partido de forma pública, con represalias directas a quien detectaran siguiendo el encuentro. Finalmente, los Zorros del Desierto se impusieron por 2 goles a 0 Túnez y conquistaron la Copa Árabe, pero en las calles de El Aaiún apenas pudo haber celebración.

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