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Carlos Concepción. El legado de un palmero en Venezuela

Juan Capote

La segunda vez que fui a Venezuela, siguiendo indicaciones del Gobierno de Canarias, conocí con algunos isleños que tenían como principal actividad laboral la ganadería caprina. Me resultó curioso uno de ellos por la disparidad que existía entre sus grupos de producción. Mientras su recría se desarrollaba en condiciones óptimas, para las condiciones climáticas del entorno, las cabras de producción lechera se encontraban en corrales de reducido espacio, conviviendo alguna que había pasado una mastitis con otras sanas. Además, el principal macho reproductor tenía rasgos que mostraban un cruce, más o menos lejano, con cabras Saanen (conocidas en Canarias como ‘holandesas’) lo cual implica una genética poco adecuada para el árido tropical. Esta raza tiene una calidad de leche muy baja, que se manifiesta en los escasos rendimientos queseros, posee unas ubres muy despigmentadas que las hace poco adecuadas para lugares de alto ratio de insolación y son estacionales, es decir que al contrario que las canarias, solo entran en celo natural en una estación del año, siendo necesario inducirlas el resto.

Charlé un buen rato con aquel hombre de mirada serena e inteligente, que no se prodigaba en palabras (al menos conmigo) y menos en aspavientos. Me enteré entonces que muy cerca de él vivía un joven criollo que también tenía cabras canarias y fuimos a visitarlo. Ordeñaba su pequeño rebaño que había adquirido como fruto de su trabajo con el palmero y nos invitó a probar un queso cuya elaboración había aprendido en casa del isleño. Con la aprensión que siente uno cuando va a catar un queso de leche cruda de cabra, fuera de Canarias, lo degusté y, para mi sorpresa, pude comprobar que se parecía bastante a los quesos frescos elaborados en Tenerife.

Carlos Concepción, como tantos palmeros, llegó siendo joven a Venezuela. Era el veinte de enero de 1974. Hijo de Valentino y Marcelina, había nacido en Gallegos y, como ocurría con casi todas las familias campesinas en la isla, desde pronto tomó contacto con las cabras.

En el año 92 se instala en el caserío de Maguace perteneciente al municipio Jiménez del estado Lara, junto a su esposa María Juliana. Con el tiempo fueron naciendo sus hijos Carlos Luis, Gustavo y los gemelos Luis Miguel y Beysi Carolina, que hoy en día siguen con la actividad arropados por la experiencia y conocimientos adquiridos de su padre.

Los principios no fueron fáciles. En un primer momento le costó conseguir reproductores adecuados. Únicamente tenía una cabra canaria pura y fue este animal el punto de partida para el crecimiento y consolidación de la actual manada.

Durante la fundación del rebaño elaboraba solo 2 kilogramos de queso diario, suficiente para darse cuenta de que la relación precio del producto/gasto era rentable a pesar de que todavía había baja demanda. En esa época comienza a despertarse el interés por el consumo de este tipo de queso, ya que que presentaba características diferentes al criollo tradicional. Es a partir de ese momento es cuando se empieza a conocer el llamado queso de cabra tipo canario.

El rebaño se fue incrementando, al llegar de manera más frecuente reproductores desde las Islas Canarias, pero aun conseguir una manada de genética exclusivamente isleña era muy difícil. En la actualidad existe una mayor posibilidad de comenzar la ganadería con animales puros, o con alto porcentaje de sangre canaria, gracias a todos esos pioneros que decidieron criar caprinos bajo otro sistema de explotación.

Los reproductores canarios al principio pertenecían indistintamente a las tres razas caprinas del archipiélago, hoy reconocidas oficialmente, aunque con el tiempo los caprinocultores venezolanos se han ido orientando hacia el morfotipo majorero por su producción lechera y su adaptación a altas temperaturas. Los primeros animales llegaron de manos de un palmero y un herreño, que los lograron introducir a pesar de las dificultades que existían en la frontera. Con posterioridad llego un rebaño adquirido por un empresario de Valencia que fue a parar al estado de Falcón donde, a consecuencia del mal manejo, terminó desapareciendo, no sin antes haber cambiado de manos alguno de sus animales que fueron utilizados como reproductores en otras granjas. Más tarde, aparte de la entrada esporádica de animales vivos, la diversidad genética del caprino canario en Venezuela se vio incrementada por la llegada de dosis seminales provenientes de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, extraídas exclusivamente de machos majoreros. Por último, el alcalde de Quibor importó cuatro cabritos cedidos por el Gobierno de Canarias y otro más regalado por un ganadero.

Con el tiempo la leche producida en la finca de Carlos permitía una producción de 83 kg de queso/ día, que comercializaba fresco y ahumado. También pudo mejorar sus instalaciones con más corrales, una sala de ordeño y equipo de ordeño mecánico.

Carlos Concepción era también habitual participante en varios eventos como ferias nacionales caprinas, donde sus animales eran galardonados con frecuencia. También colaboraba con la universidad Lisandro Alvarado (UCLA) permitiendo que los estudiantes realizaran prácticas de campo en su finca.

Cuatro años después, un poco antes de las elecciones generales, otra vez por indicaciones del Gobierno, me fui de nuevo a Venezuela, algo contrariado por la periodicidad y fechas de mi viaje. No es ese un país en el que se mueva uno con seguridad y soltura. De hecho el Capitán Plaza, alcalde de Quibor en aquel momento, había sufrido varias agresiones, alguna de ellas armada, en poco tiempo (por fortuna de eso me enteré justo antes de regresar, ya que fue su coche el vehículo que más utilizamos para los traslados). Pero todas mis reticencias se vinieron abajo cuando me encontré con Carlos. En esos momentos tenía un buen rebaño ubicado en una zona abierta y espaciosa, de aspecto saludable y mejorado genéticamente. Tras nuestras conversaciones anteriores, había decidido comprarle a Emilio Cabrera, otro canario fundamental en el desarrollo caprino en Venezuela, un macho llamado ‘el millonario’, al parecer porque en aquel entonces costó un millón de bolívares, y que hoy es reconocido como padre de alguna de las mejores cabras canarias que hubo en el país.

Tuve la oportunidad de visitar la granja de Emilio y comprobar la calidad genética de sus animales. Sanas y con pelo brillante, sus cabras mostraban acentuadas características lecheras y un cuidadoso manejo. Prácticamente todas tenían ubres recogidas y globosas lo cual no es fácil de encontrar ni siquiera en el Archipiélago canario.

Pero el éxito de Carlos Concepción en lo personal era lo de menos. El criollo del pequeño rebaño había multiplicado por cinco el número de cabezas, tenía una quesería y alrededor de la granja del isleño se habían instalado dieciocho personas de origen humilde que explotaban cabras canarias, lo que les estaba permitiendo, paso a paso, tener una vida digna en un entorno que normalmente no facilita las cosas.

Según sus amigos y paisanos Carlos aconsejaba a los nuevos criadores que lo ideal en la fundación de un rebaño con fines productivos era comenzar con “cabritonas” de tres meses y que, para lograr el éxito en esta actividad, a las madres y a los reproductores se les debía suministrar pasto y alimento concentrado de muy buena calidad. Igualmente les indicaba que tenían que llevar a cabo un plan de selección del rebaño, como el que él había realizado con éxito durante los últimos años. Afortunadamente su labor había sido reconocida por el Gobierno local y le habían puesto su nombre a la sala de reuniones de un complejo ganadero auspiciado por la administración.

Hace unos meses, el primero de mayo, Carlos nos dejó como consecuencia de una grave enfermedad. Se fue unos de esos personajes que da nuestra tierra, que muchas veces pasan desapercibidos a pesar del esfuerzo, la generosidad y la eficacia de su labor. Como isleños generadores de emigración, solemos recordar a los que regresan con dinero. Carlos nunca perteneció a ese grupo y sin embargo era más rico que muchos de ellos. Vivió y murió rodeado del cariño de los suyos. Dejó atrás un gran legado de generosa dignidad. Creo que es de justicia que su memoria sea conocida por los miembros de la comunidad que le vio nacer.

Juan Capote

Publicado en AGROPALCA nº 31

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