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La desigualdad como discurso electoral

Andrés Expósito

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La desigualdad se afianza en el discurso electoral de unos y otros partidos políticos, y parece ha llegado para quedarse, ser guion y guía de los credos y panfletos bíblicos con los que se pretende convencer a la ciudadanía para que acudan a las urnas a dirimir y decidir por un partido u otro. Se aludirán a los millones de personas que se hallan en el paro, a los que no cobran prestación alguna, a todos aquellos que perdieron su vivienda y no tienen dónde ir, se discutirá sobre la pobreza que asola y entumece el panorama infantil, sobre los millones de ciudadanos en riesgo de exclusión social, de todos los atendidos por Cáritas, se hará alusión al infame capitalismo donde el 10% de la población acapara más del 60% de la riqueza. De todo esto se hará discurso y promesa, y se negociará emocionalmente, y presentaran y harán bocetos sociales y económicos, y medidas para atajar y erradicar todas estas situaciones.

Y siendo normal, coherente y natural, tales promesas de quienes pretenden albergar un cargo público y ser merecedores de representar a la ciudadanía, de estar al servicio de estos, y no al contrario, -que es lo que habitualmente se piensa y piensan-, estas promesas que ahora se fraguan y garabatean, arman sin querer en este presente en el que residimos un arma de doble filo, estando como están los ciudadanos hartos de promesas sobre mañanas primaverales, mientras la oscuridad y el desatino confrontan un día y otro la negligencia y desvergüenza del Poder Representativo del Pueblo. Ahora no pueden errar y quedar todo en una nube hipócrita y fraudulenta que el viento arrastre y pulverice semanas después de cerrar las urnas, como ha sucedido otras tantas veces, ahora las promesas y los panfletos deben proponer proyectos que erradiquen la barbarie humana que asola la actualidad, y no solo eso, deben hacerlos factibles, palpables, y el esfuerzo debe ser visible por quienes al final, alcancen y se eleven como representantes de los ciudadanos, y es que de eso se trata, de representar, de escudriñar los problemas, las situaciones indeseables y conflictivas, inmundas, y erradicarlas, desahuciarlas del panorama que viste al ciudadano.

Este año electoral traerá la desigualdad como protagonista en el discurso, y traerá la posibilidad de que la política, en general, aderece el desastre profesado y ejercido en sus actitudes y estrategias farsantes en estos últimos años, traerá por otro lado, como nunca hasta ahora, una infinidad y pluralidad de partidos, de posibilidades, y emergerá una diversidad impensable para conformar un futuro aceptable, y en ello, ellos, deben más que en ningún otro tiempo y momento convencer al pueblo de que debe volver a creer en la política, esa forma en la que representantes de los ciudadanos organizan y forjan un estado de bienestar, de convivencia y realidad social, de igualdad, que habilitan toda clase de herramientas para alcanzarlo, y no estrujar y ahogar a los ciudadanos, que parece costumbre y dado por hecho.

Los folletos, las pancartas, los panfletos, las partituras políticas compondrán sonidos y melodías agradables y embaucadoras, como flautistas de Hamelín intentando arrastrar tras de sí el más innumerable cauce de votos, aplausos, servidumbre, ciegos fieles, por eso, también este año electoral es tiempo de que el ciudadano se deje de fanatismo ideológicos, de desarraigar y ajusticiar otros lados, es tiempo de que el ciudadano piense en la ciudadanía, y de que los políticos ejerzan de representantes de los ciudadanos.

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