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Don Marcos: un pequeño homenaje a una gran persona

Felipe Jorge Pais Pais

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La pasada semana, entre el 18 y el 20 de abril, se desarrolló, en Tijarafe, el 4ª Encuentro de Salto del Pastor Canario Pedro Pérez Gómez ‘Quico’. En uno de los actos más entrañables y bonitos se llevó a cabo un sentido homenaje al cabrero, tristemente desaparecido, Gonzalo García Lorenzo, conocido por todo el mundo como Don Marcos, como símbolo de admiración y respeto. Se entregó una placa de reconocimiento a su trabajo y dedicación a su hija. Así mismo, uno de sus compañeros del Parque Nacional de la Caldera de Taburiente, Ángel Rebolé Beaumont, realizó una preciosa semblanza de la forma de ser e innumerables experiencias que compartieron juntos durante su época de trabajador del Parque Nacional de la Caldera de Taburiente.

Con este pequeño artículo solo pretendemos rendir un merecido homenaje a esa magnífica persona que fue Don Marcos, cuya dedicación, entrega y contribución a la Ciencia, a pesar de que carecía de formación académica concreta, son indiscutibles e impagables. Desde nuestro punto de vista, sus méritos son más que suficientes para que pase a formar parte de la Historia de La Palma y sean reconocidos por las diferentes instituciones públicas. Sus esfuerzos por localizar y proteger de la voracidad de cabras, conejos y arruís algunas de nuestras plantas más emblemáticas marcaron el inicio del camino para garantizar la preservación de especies en peligro de extinción y descubrir otras desconocidas hasta ese momento. Y todo ello gracias a su dedicación exclusiva a una tarea solitaria y, a veces, ingrata y sacrificada que nunca podremos valorar en su enormidad.

Conocimos a Don Marcos un frío día de finales de noviembre de 1991 durante una visita al conjunto arqueológico del Llano de Las lajitas (Garafía). A unos 200 metros al oeste había una persona que apenas si se dejaba ver entre el mar de codesos.  Lo mismo veíamos su cuerpo entero, como que desaparecía completamente durante unos minutos y, otras veces, solo esculumbrábamos su cabeza cana, ya por esas fechas. Supongo que él estaría tan desconcertado e intrigado como nosotros y, poco a poco, nos fuimos acercando, como quien no quiera la cosa, hasta entablar conversación. En su rostro observamos las señales inequívocas del frío de La Cumbre, puesto que sus ojos y las comisuras de su boca estaban recorridas por finísimas arrugas. Ese invierno, en concreto, fue muy duro, hasta el punto de que teníamos unos guantes de la mili que muchos días cubrían nuestras manos, carentes de todo tipo de sensibilidad, hasta bien entrado el día. La mayoría de las veces no teníamos fuerzas ni para coger el bolígrafo y escribir.

A partir de ese momento, y salvo varias ocasiones que estuvimos en su casa de Hoya Grande (Garafía), nuestras reuniones y tertulias fueron en La Cumbre. Nos sentábamos, al socaire del viento o el sol, y me hablaba de sus conocimientos y experiencias como cabrero en los bordes de La Caldera. Gracias a sus indicaciones descubrimos numerosas moradas semiderruidas y abandonadas entre el codesal en Pinos Gachos (Tijarafe), Barranco de Izcagua (Garafía), Cueva del Morro de Las Cebollas (La Caldera), Fuente Locandia (Barlovento), Cueva del Lomo Morisco (San Andrés y Sauces), etc., y nos hablaba de la vida en La Cumbre, de las fuentes (Ríos Moriscos, Siete Fuentes, La Tamagantera, Fuente Nueva, Tajodeque, El Dornajito, etc.),  los fuegos, la forma de vida de los cabreros, dónde se encontraban los mejores pastizales, el frío y la nieve, los robos de ganado, los perros asilvestrados, las batallas con los guardas forestales, cuentos y leyendas, tragedias, etc. A veces, estábamos horas y siempre nos despedíamos con un hasta luego. Ambos éramos lobos solitarios dedicados a nuestro trabajo y pasión: las plantas y los yacimientos arqueológicos.

Durante uno de estos encuentros esporádicos y fortuitos debimos mencionarle la Fuente del Topo de Juan Diego, junto a la cual existían unos petroglifos, que no habíamos podido localizar. Inmediatamente, Don Marcos se ofreció a llevarlos hasta el afloramiento de agua. Pues, dicho y hecho. Concertamos una fecha, nos reunimos unos cuantos amigos a los que nos apasionan estos temas (Carlos Cecilio Rodríguez, Carlos Abreu y Daniel Martín), recogimos a Don Marcos en Hoya Grande y subimos hacia los bordes de La Caldera. Era el 1 de octubre de 2011, por la tarde. Nos dirigimos hacia la crestería de San Andrés y Sauces hasta que Don Marcos nos dijo que parásemos. Cuando nos bajamos del vehículo, el talud de la carretera tenía unos 6 metros de altura y era un desriscadero.  Sin mediar palabra Don Marcos trepó sin ninguna dificultad y en un abrir y cerrar de ojos. Solo lo siguió Cecilio con su lanza. Los demás tuvimos que buscar una vía más accesible y apacible para subir. Mientras, Don Marcos fue a tiro hecho y nos esperó sentado junto a la fuente que llevábamos buscando desde 1986.

 Pero lo mejor del día estaba por llegar con una de esas tardes que siempre estarán presentes en el recuerdo y la memoria. Don Marcos nos estaba esperando, sentado en medio de un cascajal, a unos 50 metros al oeste de la fuente. Allí acudimos todos y formamos un corro en torno al maestro para oír, embobados, sus respuestas a nuestra insaciable curiosidad. Hacía un frío intenso, pero ni nos dábamos cuenta, y estuvimos cerca de dos horas escuchándolo con su voz tranquila, suave y apagada, mientras que sus ojos, risueños y socarrones, nos indicaban que también disfrutaba del momento. La magia se rompió cuando la bruma comenzó a envolvernos, las temperaturas comenzaron a descender en picado y el astro rey se dirigía, una vez más, hacia el ocaso.

En definitiva, ha sido una de las experiencias más bonitas que hemos vivido con uno de nuestros sabios que atesoraban una sabiduría y un amor por su tierra y su trabajo fuera de lo común. La experiencia vital de Don Marcos es un ejemplo para todos nosotros y las generaciones futuras. Si contásemos con un grupo de personas que defiendan nuestra tierra con su pasión y generosidad, ¡otro gallo no cantaría! Los que tuvimos el privilegio de conocerlo y tratarlo ¡jamás lo olvidaremos!

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