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El ilusionismo escapista de Miguel Antonio Chávez

Nicolás Melini

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Sobre Conejo ciego en Surinam, de Miguel Antonio Chávez (Literatura Mondadori, Bogotá, Colombia, 2013)

Un conejo nos habla: hasta ahí, todo normal.

Porque este libro nos explica el mundo alejándose de éste (o, mejor, todo lo contrario, se aleja de éste para explicárnoslo). “Soy un conejo libre en el amplio sentido librepensador de la palabra”, se presenta, para concluir al final del capítulo: “Vosotros vivís en este patio. / Y el patio soy yo”.

Miguel Antonio Chávez dispone un artefacto narrativo tan abierto y libre que el mundo y la literatura se deshacen y semejan la impronta que a menudo percibimos ante una obra de arte moderno, esa combinación de estética cool, espectáculo, “función humorística”, auto boicot de cualquier posibilidad de sentido –o frivolidad o tomadura de pelo duchampiana—, y vacío o, también, al fin y al cabo, nada; aunque, esta sí, una “nada” cargada de sentido, porque refleja extraordinariamente bien el mundo en que vivimos. En muy poco expresa la esencia de nuestro tiempo como no podría hacerlo, de ninguna de las maneras, una obra literaria realista o genérica.

“El conejo” de este autor ecuatoriano, joven nacido en 1979, es la avanzadilla de las emociones, muestra uno de los posibles caminos literarios que tomar, está en vanguardia, tomando ventaja sobre otras literaturas. Cierto que, de algún modo, combina surrealismo, publicidad, dibujo animado, absurdo, distintas poéticas y géneros, pero lo hace para convertir esta novela en “arte”; y se trata de un “arte” que es de una manera que las novelas no suelen serlo. El resultado del artificio es un cuadro que resulta bello para la imaginación –aunque renunciando a la belleza en sí, como toda obra de arte moderno— y también es bello para el pensamiento.

Resulta fascinante la libertad creativa con la que opera Miguel Antonio Chávez. Y cómo hace uso de esa libertad (con qué libertad, valga la redundancia). En Conejo ciego en Surinam vamos observando cómo el relato atraviesa pequeñas fases por distintos géneros, del tinte romántico al de espías a la intriga política a la fantasía…, justamente como si, lo suyo, fuese un espectáculo y, también, como si ese espectáculo lo fuera de magia: de ilusionismo y escapismo. Vendría a ser como una alegoría de Monterroso pasada por Disney y convertida en una instalación de Cildo Meireles; o como Alicia en el país de las maravillas pintada por Roy Lichtenstein para “decorar” los interiores de un parque tecnológico-astrofísico, si no la catedral de Notre Dame. Un disparate maravilloso.

Todos los fans de Javier Tomeo deberían leer este libro.

Publicado en la revista digital venezolana Colofón (diciembre de 2014)

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