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Extranjeros en Canarias, mezquitas, globalización

Luis León Barreto

Que nuestras islas son una escala en medio del Atlántico y que sus puertos son cosmopolitas son dos verdades consolidadas. Esto nos diferencia de la España interior, compuesta por ciudades con mucho arte y mucha historia pero conservadoras, menos abiertas al mundo. La canariedad es un estado mental basado en el sentimiento, la identidad es dinámica e integradora y se acomoda a los tiempos. Un tópico aquello de la tricontinentalidad, pero sí tiene algo de razón. Nuestro origen norteafricano, nuestra impregnación europea, nuestros caminos de ida y vuelta con América: Yucatán, Texas, Cuba, Venezuela, República Dominicana, Argentina, Uruguay, etcétera. Las islas atraen a millares de extranjeros que buscan aquí su primera o segunda residencia; urbanizaciones como Ten-Bel en Tenerife o Playa del Hombre en Telde fueron fundadas por belgas y nórdicos, respectivamente. El apogeo turístico es impresionante, si Hawai llegó el año pasado a los 10 millones de turistas, la República Dominicana alcanzó 7 millones pero Canarias pasó de 16 millones.

Según las estadísticas, la mayor parte de la inmigración extranjera en Canarias se concentra en las islas orientales, pero es en Tenerife donde vive el mayor número de extranjeros empadronados, un contingente que supone más del 15 por ciento de la población total. En la isla del Teide son mayoría los británicos seguidos de italianos, alemanes, rusos, venezolanos, colombianos, cubanos, argentinos, chinos y hasta hindúes y filipinos. En valores relativos, es Fuerteventura la isla donde más extranjeros hay, casi el 30 por ciento de la población total; los musulmanes se concentran en Lanzarote y Fuerteventura, el año pasado en Lanzarote Mohamed fue el segundo nombre de recién nacidos. La pérdida de natalidad está compensada por la aportación de foráneos. En Arona, sur de Tenerife, se concentra una variada gama de nacionalidades, algo parecido sucede en La Oliva y otros municipios de Fuerteventura. En Aridane el porcentaje de extranjeros residentes fijos o temporales supera en mucho el 15 por ciento de la población. En Gran Canaria los extranjeros se agrupan en la capital, San Bartolomé de Tirajana y Mogán, curiosa la abundancia de noruegos en Mogán, más de 1.600. En las islas orientales es mayor la presencia de africanos: marroquíes, senegaleses, etc. Hay unas cuantas mezquitas instaladas en garajes o locales inadecuados, habría que autorizar la mezquita cerca de la Avenida Juan Carlos I en la capital grancanaria, pues obviamente no podemos asociar a los musulmanes con los terroristas, del mismo modo que no todos los cristianos fueron cruzados ni partícipes en la Inquisición.

Incluso Santa Cruz de La Palma fue desde el principio un desfile de agentes comerciales de Flandes, Alemania e Italia, mercaderes, propietarios que se establecieron para enriquecerse aprovechando el azúcar, el vino, el tabaco. Se conmemora a San Patricio, en recuerdo de la importante colonia irlandesa. El conquistador, Alonso Fernández de Lugo, se había enriquecido en Gran Canaria con ingenios y comercio de esclavos, así logró créditos para entrar con sus naves por Tazacorte un 29 de septiembre de 1492. Españoles y portugueses, sin olvidar las familias de judíos conversos y moriscos, esclavos negros y berberiscos para las explotaciones agrícolas, configuraron desde el siglo XVI la composición humana múltiple, ecléctica y mestiza, donde fue importante la pervivencia norteafricana y bereber, la sangre que nos ha llegado a través de las mujeres, ya que parte de los hombres fueron vendidos en los puertos de Andalucía y Levante, e incluso Francia e Italia. En la definición de nuestra modernidad, desde el XIX ha sido fundamental la presencia británica. Los ingleses plantaron aquí el plátano y el tomate, impulsaron el desarrollo de los puertos, hicieron la Ciudad Jardín de la capital grancanaria, aportaron los primeros hoteles, la electricidad y el agua, trajeron sus deportes, sus bancos y sus consignatarias, influyeron en la plasmación de Puerto de la Cruz, Santa Cruz de Tenerife y la ciudad de Las Palmas.

Desde los exploradores y científicos del XIX –británicos, alemanes, franceses- las islas son un imán para algunos continentales, siguen buscando aquí sus particulares Ítacas. El hecho de que en Aridane haya miles de alemanes censados (casi 10.000 comunitarios en la isla) nos viene a demostrar el atractivo de nuestra naturaleza. Jóvenes europeos se compran una casa a punto de desmoronarse, se instalan con diez cabras, se ponen a fabricar queso ahumado, verduras y carne ecológicas. Estos urbanitas que podríamos definir como neohippies vuelven al campo, regresan al edén del que ya han abjurado los jóvenes del lugar, pues la agricultura siempre fue dura. En el mercadillo de Puntagorda se aprecia el predominio de los extranjeros en los puestos. Los germanos han valorado nuestra naturaleza, son los primeros que restauraron la arquitectura tradicional. Cierto también que hay quienes piensan que se han aprovechado de esa abulia insular cuando les hemos dejado construir apartamentos de dudosa legalidad que alquilan a sus propios congéneres, dinero que se queda en Alemania y deja poco en la isla. También hay quienes estiman que se aíslan en ghettos y tienen poco trato con el palmero. Y en el otro lado de la balanza hay que poner el hecho de que tienen un alto nivel cultural, su presencia anima las convocatorias máxime cuando es patente la escasa asistencia del nativo a los conciertos, exposiciones de arte, presentaciones de libros, etc. El grueso de esta presencia extranjera es de personas de media y avanzada edad. La segunda generación tiene mayor interés en integrarse, así cuando hemos visitado colegios para charlas literarias y hemos encontrado niños que se llaman por ejemplo Tomás Schroeder les hemos preguntado ¿tú de dónde res? “Yo soy de aquí”, responden de inmediato. Serán de padres alemanes o austríacos, pero se consideran de aquí.

La Palma es una de las islas menos agredidas y ojalá esa razón diferencial se mantenga. El clima, lo barato del lugar, la laurisilva, los pinares, los barrancos, el mar, la pervivencia de las tradiciones, las fiestas populares, los caseríos de la antigua Ben-Awara constituyen recursos atractivos. La Palma ya no debe ser aquel territorio aislado, donde el caciquismo de unos cuantos impone sus normas, donde las comunicaciones con el exterior eran escasas, donde las carreteras eran polvorientos caminos de cabras. Los ciudadanos han de estar vigilantes sobre la clase política, que como todos sabemos tiene manifiestas tendencias endogámicas, dispuesta a sucederse a sí misma. También corresponde a todos los canarios la necesidad de lograr iniciativas emprendedoras que consigan crear puestos de trabajo, soluciones que tendrían que ver con el desarrollo de productos agropecuarios, un turismo selectivo, actividades náuticas, senderismo. La naturaleza y el futuro.

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