Una herida en el costado
Y resulta que viene la poesía
a sacarnos de donde estamos
y nos devuelve a lo que somos,
cuerpo en sombra, luz que ciega,
la única forma de levantarnos
sin que la mano atrape el vacío.
Sólo que esta vez va a ser
con una herida en el costado.
Ajustar bien los huesos,
el cartílago del cansancio,
y con la piel seca, entre la ceniza
y el malpaís, avanzar
con un fondo de ternura.
Atrás quedan nuestros pasos
sobre un disuelto paraíso.
Tiemblan los platos sobre la mesa,
en el mar del mantel de hule
nadan los peces profundos del olvido,
sirenas nos arrastran de nuevo
al dialecto de los remolinos.
Una corriente desborda la mesa,
al otro lado del cristal, las llamas,
una luz que se traga la noche,
mientras los niños, jugando a ser hombres
en una casa que no es la suya,
se hacen más serios que los mayores.
Estirar los brazos y abrir las manos
como si la luna despejara las sombras,
indiferente se va, altiva se aleja,
olvidando su manto negro
sobre las parras antiguas del abuelo.
Sólo que lo hace en silencio,
desde lejos, como los generales
sin heridas dominan las batallas.
Un coro de perros que ladran,
las mareas, la sangre, los ausentes,
sus voces que toman nuestra voz
y, desde la orilla de la última laguna,
nos salvan de oír el ácido de las piedras,
donde moléculas oscuras, a tientas,
esconden todas las plegarias,
sobre todo, las no atendidas.
Queremos ser lo que aun no somos,
azufre esparcido en negro cono,
algo más allá del polvo, nunca estorbo
para los pinos y los pájaros.
Huimos de la incertidumbre y
dejamos en la arena, aquel que fuimos,
el que eligió un camino solitario
donde los espejos se difuminan,
y las densas columnas de lo pensado,
suben al cielo en su sueño
de descifrar inciertas profecías.
Sólo que esta vez va a ser
con una herida en el costado.
Un saco sin amarrar por la boca,
lleno de palabras como lapas,
un saco que ante las altas llamas
se ha dado la vuelta y se derrama
en la creciente fajana lávica del mar,
un libro abierto empujando las olas,
peces dormidos nadan en sábanas
y almohadas de ardientes colores
que el viento aleja sobre el pinar.
De espuma de mar será nuestro
viejo laurel oculto bajo la lava,
igual que los primeros besos
que allí, bajo su fresca sombra,
nos dimos una tarde de verano.
Y el mosaico, la teja y el cristal,
vueltos a ser fundidos,
vueltos a su origen mineral,
para renacer con la primavera,
arcilla moldeable en nuestras manos.
Por grutas profundas que
dibuja un fauno borracho,
te llevaré fruta de un árbol
que aún no se ha plantado.
Un árbol hecho de aire como
el lugar donde haremos nuestra casa.
Pilares sostenidos en el relato
de los padres, un volcán al fondo,
un volcán en blanco y negro,
una imagen en una caja de zapatos
latente sobre el armario, un barco
varado en un mar de viejas radiografías.
La ceniza del volcán del tiempo
se deposita capa sobre capa,
tantos y tantos anhelos apretados.
Esa otra erupción cotidiana,
esa otra colada, lenta como los días,
como son largos los días sin noche,
cuando nadie te espera
tras el frío que oculta el sol.
Todo crepúsculo es un sacrificio.
Yo sé bien lo que les digo,
sólo que esta vez va a ser
con una herida en el costado.
Días y mañanas inalcanzables,
días, por ello mismo, eternos.
La lenta agonía de la luz,
en la noche tus ojos de olivina
y en las mañanas que adivino,
donde las niñas clavan en la arena
sus cruces de flores trenzadas,
para dejarte plácida y dormida,
una playa suave y escondida
será nuestro refugio,
una piedra gris nuestro lecho.
Sólo que esta vez va a ser
con una herida en el costado.
ÓSCAR LORENZO
San Andrés y Sauces, Isla de La Palma
28-11-2021
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