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Perderse en la soledad

Nicolás Melini

La soledad de los perdidos, de Luis Mateo Díez (Alfaguara, 2015)

Ambrosio Leda tiene que huir, dejando a su mujer y a su hija de 7 años, porque va a ser encarcelado (“depurado” por cuestiones políticas), y se refugia en un lugar a medio camino de ningún lugar, no demasiado lejos, pues piensa que más bien cerca es donde no lo buscarán. El lugar es fantasmagórico, la Ciudad de Sombra. Se diría que se encuentra fuera del tiempo y del espacio. Ambrosio Leda vaga por esta ciudad como una sombra más y a cada paso se encuentra con personajes de extrañas cataduras en situaciones surrealistas, grotescas, absurdas, oníricas, divertidas, patéticas, fantásticas.

Por ejemplo el inolvidable Carpo, joven que esconde el niño que fue, maltratado y explotado, y se desdobla en él (terrorífico) psicótico y bipolar. O Rufián Glauco, un piojo que acompaña al mendigo Valdesamario, el de la calle Confecciones y la Iglesia del Escapulario: el piojo trata de dar lecciones a Ambrosio Leda, pero este no se deja y le espeta que el tifus es lo que él transmite y no otra cosa. O Marcial Mansarda, que le ha quitado el collar al perro para ponérselo él, y que le pide a Ambrosio Leda que lo ayude a quitárselo y a ponérselo al perro de nuevo; pero el perro es un lobo, y Ambrosio sale y los deja a punto de devorarse: “No es lo mismo un perro que el fantasma de un perro. Tampoco un amo se parece al hombre que se pone el collar del perro”. Y así hasta el infinito, un encuentro tras otro, y Ambrosio Leda como descendiendo –en su deambular, en su sonambulismo—, adentrándose cada vez más en la niebla de su exilio.

La soledad de los perdidos es una novela de una gran ambición literaria, de difícil comparación con otros productos de la literatura actual debido a que sus exigencias y aciertos superan con creces los de cualquier otra propuesta. Es una obra mayor de un autor que ya lo era por novelas anteriores –de hecho es uno de los pocos que ha obtenido dos veces el Premio de la Crítica—. Cervantino, Luis Mateo Díez parte de una gran memoria visual atesorada en los años de posguerra para hacer algo nuevo, distinto, que se sale del tiempo y crea su propio espacio literario mítico.

Bien podría interpretarse que La soledad de los perdidos versa sobre las emociones del exilado (más ahora, que tenemos imágenes frescas de quienes buscan refugio recorriendo Europa), aunque la novela trasciende en mucho cualquier posibilidad de conexión con una realidad tan prosaica. Es más una gran novela que una novela sobre algo, porque en ella se novela todo. Esto sí, Ambrosio Leda es un exilado en grado sumo, singularmente arquetípico. Pero también y sobre todo es un Orfeo que desciende por etapas al averno, personaje a personaje, situación a situación, mientras se encuentra en el vacío neblinoso de un profundo extrañamiento.

Reseña publicada en la revista Colofón

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