¿Fue El Teide una montaña sagrada para los aborígenes palmeros?
¿Fue El Teide una montaña sagrada para los antiguos pobladores de La Palma? Esta pregunta se la plantean los investigadores Jorge Pais y Antonio Tejera en su libro La religión de los benahoaritas, y aunque subrayan que se trata de “una hipótesis de trabajo” destacan “el carácter singular” que debió tener esta montaña de Tenerife para los habitantes de La Palma. “En Canarias se conoce ya un buen número de yacimientos relacionados con sus manifestaciones religiosas que se encuentran orientados a él, sobre todo en las islas más cercanas, como La Gomera y Gran Canaria, desde las que esta montaña de 3.718 metros se revela en toda su grandeza”, aseguran. “Las distintas maneras en las que se manifiesta, ya sea nevado, o con sus diversos colores, debido a los materiales de que está compuesto, y por la distinta coloración que adopta según cambia la luminosidad del día, contribuyó, sin duda, a que este fenómeno fuera concebido como algo singular en la cosmogonía y en la cosmología de estas comunidades”, afirman. “Y lo sería más aún, a causa de las erupciones, ya fueran las del propio volcán, o las del entorno de Las Cañadas, o cuando ocasionalmente aparecían fumarolas originadas por la emisión de gases”, añaden.
En el caso de La Palma, precisan, “estos hechos comienzan a ser igualmente valorados, con la seguridad de que en el futuro se pudieran enriquecer con nuevas aportaciones arqueológicas y otras perspectivas de estudio”.
Los primitivos habitantes de La Palma fueron, según el testimonio de A. Espinosa, quienes le adjudicaron el nombre de Tenerife a la isla: “…los palmenses le pusieron, que es Tenerife, porque según estoy informado Tener quiere decir nieve, y Fe monte, así Tenerife dirá monte nevado”. “A pesar de lo discutible de esta denominación, según fue recogido por A. Espinosa, el berberólogo G. Marcy confirma en parte, a través del beréber, el valor que este autor le había atribuido al término Tener-Ife, traduciéndolo por campo de nieve o de la cumbre o él es luminoso, él brilla, o el campo de nieve brillante”, explican. “Esta denominación no puede hacerse extensiva a la isla en su conjunto, sino de modo exclusivo al Teide cuando se halla nevado, aunque con el tiempo el término alcanzase a toda la isla”, precisan.
Pais y Tejera apuntan que “hay un aspecto muy singular con relación a esta montaña que merecería la pena profundizar en él, aunque en este primer acercamiento sobre la religión de los benahoaritas no se ha podido llevar a cabo su comprobación. Se trata del hecho, bien conocido entre las gentes de esta isla, de que cuando El Teide se manifiesta de manera nítida, y con la aparente sensación de que se encuentra muy cerca del observador, se consideraba un claro indicio de que muy pronto llovería. La contrastación de este hecho con relación a los yacimientos arqueológicos que asociamos a los rituales destinados a la propiciación de la lluvia, entre ellos los de cazoletas y canalillos, podría ser un buen camino para encontrar una explicación razonable a algunas de las propuestas que hemos enumerado sobre el porqué de la singularidad de estos lugares para los primitivos habitantes de La Palma. Sin embargo, hasta tanto no se avance algo más en este sentido, se nos permitirá exponerlo al menos como una hipótesis de trabajo, o todo lo más, como una conjetura. Es cierto que estas cuestiones no tienen una comprobación fácil, pero creemos que merece la pena tenerlas en consideración, aunque solo sea como propuesta para futuras investigaciones”, dicen.
La zona de la Isla desde donde El Teide se ve mejor, señalan, se corresponde con la vertiente oriental, especialmente desde los municipios de Puntallana, Santa Cruz de La Palma, Breña Alta, Breña Baja y Villa de Mazo. “Desde todos los conjuntos de cazoletas de esta zona se ve perfectamente El Teide en el horizonte, y entre los conocidos actualmente, podemos citar los de la faldas orientales de la montaña de San Bartolo en Puntallana; Timinibucar (La Caldereta-Risco de La Concepción) y Lomo Boyero en Breña Alta; roque de Los Guerra, Los Pasitos y punta del Morro en Villa de Mazo, pero también desde algunos yacimientos tan singulares como la Cueva de Belmaco en Villa de Mazo”.
No obstante, subrayan, “El Teide también se aprecia muy bien, especialmente en los días más claros, desde todo el reborde montañoso que contornea La Caldera de Taburiente, donde se levantaron amontonamientos de piedra”.
“Los yacimientos que aparecen en los bordes de la degollada de Tajodeque, incluidos los amontonamientos de piedra y estaciones de grabados rupestres, parecen estar claramente alineados con los volcanes de Cumbre Vieja y El Teide, desde donde se verían claramente erupciones volcánicas que tuviesen lugar en ambos lugares”, apuntan.
“Creemos que es muy interesante reseñar que enfrente de estos amontonamientos, y en la propia cueva de Tajodeque, sobre la cual existe otra pirámide con petroglifos, se encuentra El Teide, que seguramente tuvo también erupciones en la época prehispánica y que, por tanto, serían claramente visibles, no solo desde esta zona, sino desde la mayor parte de los bordes de la Caldera de Taburiente”. “Esta misma visión se puede tener de todos aquellos amontonamientos que están más cercanos a la caída de los riscos hacia Aceró, si bien los conjuntos más importantes se asientan sobre los tablados y no en la crestería”. “Por otro lado, también existen yacimientos que, a pesar de que no están sobre el mismo borde de La Caldera, El Teide se hace claramente visible desde la zona, como son los encontrados en los cantones de Tagaragre, Adeyahamen y Tenagua”.
“Los ejemplos más llamativos desde los que se divisa El Teide se hallan situados sobre el mismo borde de La Caldera”, aseveran.