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Casares Quiroga

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Este verano, en la terraza de la cafetería coruñesa de la plaza de Pontevedra, Manhatan: “¿Y cómo sería todo ahora si la República hubiera continuado, si la efervescencia cultural de entonces hubiera seguido, si…”. No por conocida para mí, la pregunta no dejó de azorarme. La hizo una coruñesa simpática, como casi todas, quizás de mi edad o próxima, y solo quería encender un segundo cigarrillo, fino e inglés, mientras preguntaba.

En estos casos, en situaciones de azoramiento sustancial, huyo a Castroforte del Baralla, para buscar y encontrar, si procede, el consuelo de la única catedrática de universidad que allí profesa, Carmiña Revental. Me ofreció un café de pota exquisito, si es que eso puede aplicarse a tal café, con las gotas mejoró. Me vio la cara y sentenció: “Ya vuelven las reminiscencias del pasado que no viviste, el ansia por lo que pudiera ser y no fue, ¿a que sí?”. No quería negar pero lo intenté: “Es que una chica, en el Mahatan, bueno, una señora, me puso patas arriba”.

Carmiña, en silencio como suele, acudió a su biblioteca y me ofreció un libro: Santiago Casares Quiroga. La forja de un líder. (Editorial Eneida, 2011). “Lee este libro y vuelves”. Después intentamos emborracharnos con un güisqui irlandés que había sido de su padre.

La lectura apasionada, y una celeste resaca, impidió la vuelta. El libro en realidad son varios libros porque son once estudios coordinados por los profesores Emilio Grandío Seoane y Joaquín Rodero. Todos ellos, sobre la figura, vida y ánimo del político coruñés Santiago Casares Quiroga, que era el presidente del gobierno de España cuando la República empezó a ser destruida por el fascismo, los militares y los curas rampantes. Me enfadé conmigo por no haber conocido antes esta obra esencial de recuperación y memoria de una de las personas más odiadas, vilipendiadas e injustamente tratadas de la política española reciente. Azaña, Adolfo Suárez y el actual presidente del gobierno ostentan la clasificación del odio: Casares ganó en todas las categorías. Volví a Coruña, a la calle Panaderas número 12, donde está la casa familiar de Casares Quiroga, podría decirse que milagrosamente restaurada hoy y convertida en museo. Pero no, con Casares no hay milagros, solo hubo acechanzas horribles: hasta quisieron borrar su nombre del registro civil. Recordar su figura sirve, en parte, para responder a la chica, señora de la cafetería, para entender mejor algunas de las cosas que nos pasan, pero no explica el olvido pasado y presente sobre la figura de un político tan relevante como el coruñés. Y especialmente en la ciudad y alrededores. “No escarbes”, me dijo Carmiña por teléfono, como si temiera mis andanzas. Escarbaré, le dije, porque con ello sabremos no cómo hubiera sido, sino cómo queremos que sea. Vale. 

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