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La encrucijada energética: de la ambición a la conexión real

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El último informe de la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA) no deja lugar a dudas: Asia, y en particular China, lidera con una fuerza imparable el despliegue global de energías renovables, con más de 2.370 GW instalados. Su capacidad para integrar nueva capacidad en la red supera con creces lo que Europa consigue instalar. Un dato que invita a la reflexión.

En Europa, el progreso es visible: en 2024 se añadieron 65,5 GW de energía solar. Sin embargo, surge una pregunta que debemos afrontar: ¿de qué sirve instalar más y más si la conexión se convierte en un cuello de botella infranqueable? Y, más aún, ¿qué sentido tiene proyectar nuevas plantas renovables si la infraestructura de conexión es, sencillamente, insuficiente?

La verdadera complejidad de la transición energética ya no reside únicamente en nuestra capacidad para instalar más paneles solares o aerogeneradores. El desafío crucial se encuentra en la limitación de una red eléctrica que no puede asumir la nueva generación. La transición no se frena por falta de inversión ni de tecnología, sino por la incapacidad de integrar la energía que ya estamos produciendo.

Gran Canaria es un espejo nítido de este problema. Entre enero y junio de 2025, el 61% de las subestaciones se encontraban saturadas, sin posibilidad de admitir más capacidad. Esta saturación ha tenido consecuencias directas y dolorosas: entre enero y mayo se perdió más del 19% de la energía renovable generada al no poder verterse a la red. En abril y mayo, este recorte superó el 24%. En definitiva, estamos generando energía limpia que, paradójicamente, no llega a ser consumida.

Durante los últimos meses he insistido, en distintos foros europeos, en una idea central: la red debe dejar de ser un elemento invisible para ocupar el centro de la transición energética. Aunque tradicionalmente ha permanecido en un segundo plano, hoy se erige como un eje fundamental. Sin redes modernas, flexibles y adaptadas a cada territorio, no habrá transición real, ni descarbonización, ni democratización de la energía.

La clave radica en la granularidad: una planificación que parta desde abajo, desde la realidad de cada municipio, cada isla, cada comunidad. No todos los territorios presentan las mismas condiciones ni enfrentan los mismos desafíos. Por ello, las soluciones deben surgir desde lo local.

En Gran Canaria hemos asumido este reto. Desde el Consejo Insular de la Energía impulsamos comunidades energéticas como la de Siete Palmas, apostamos firmemente por el almacenamiento de energía mediante baterías —complementando nuestro sistema hidroeléctrico— y avanzamos en el autoconsumo colectivo. Además, desarrollamos infraestructuras clave como el almacenamiento hidroeléctrico de Salto de Chira, al tiempo que exploramos el potencial de la geotermia profunda, que podría consolidarse como una fuente firme y renovable esencial para nuestro sistema insular.

En otras islas, el avance es igualmente notable. En La Gomera, el Instituto Tecnológico de Canarias y el Cabildo insular han puesto en marcha un sistema pionero de generación solar y baterías en edificios públicos. Este sistema, coordinado por una plataforma digital, interactúa en tiempo real con el mercado eléctrico y los datos meteorológicos.

Más allá de nuestras fronteras, regiones insulares como Madeira están implementando soluciones innovadoras que combinan energías renovables, almacenamiento y digitalización para construir microrredes resilientes. No se trata de competir entre islas, sino de compartir buenas prácticas, aprender unas de otras y fortalecer nuestra autonomía energética colectiva.

Hace unas semanas, Gran Canaria recibió la visita de una delegación del Caribe interesada en conocer de cerca nuestra experiencia. Representantes de Antigua y Barbuda, Barbados, Bahamas, Granada, República Dominicana y el Centro Caribeño de Energías Renovables (CCREEE) participaron en el encuentro. Querían explorar cómo abordamos el almacenamiento, el autoconsumo colectivo, la energía marina, la digitalización y la integración con los ciclos del agua y los residuos. Sus desafíos, en definitiva, son muy similares a los nuestros. Y Canarias tiene la capacidad de convertirse en exportadora de soluciones.

¿Qué ocurrirá si no actuamos con la celeridad necesaria? Europa corre el riesgo de perder competitividad frente a Asia, que no solo instala con mayor rapidez, sino que conecta de forma más económica, integra con más eficiencia y lidera la cadena de valor tecnológica. En Canarias, además, está en juego nuestra posición como destino sostenible. Si no resolvemos estos cuellos de botella, otros territorios —más ágiles, más integradores— tomarán la delantera. Y eso afectará no solo a nuestro modelo energético, sino también a la inversión, la innovación y el turismo consciente que aspiramos a atraer.

Es necesario comprender que la red ha dejado de ser un simple elemento técnico de soporte. Se ha convertido en el núcleo vital de la transición energética. Debemos invertir, sí, pero también descentralizar, digitalizar y gobernar de otro modo. Es fundamental bajar la escala de nuestra mirada, observar el sistema no solo desde los gigavatios, sino desde la realidad de los barrios, las comunidades y los edificios públicos. Porque ningún kilovatio renovable debe quedarse sin integrar en la red. Y ningún territorio debe quedarse atrás.

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