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El precio de las vidas

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Una tarde de un día de verano, como en un soneto de Shakespeare, me regalan un poema. No es novedad, en medio de la catástrofe de Palestina, de todas las guerras, de los desprecios cotidianos, de los desprecios a la vida: “Tu codo destrozado/ contra el escalón/ de la Complutense acera/ tu codo añil/ y tu mirada en un verso”. Es solo el arranque, sin remitente ni acuse de recibo. No importa, todo significa lo mismo, el húmero, el cúbito y el radio: la muerte en las arenas de un desierto imaginado.

Qué significan las palabras en el caos y en la ignorancia. Vamos al diccionario de la RAE: Genocidio: Exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad.

Puede que aquí se acaben las polémicas y empiecen las metáforas y las interpretaciones. Por eso, quizás, me dijiste que fuera y no hice caso. Para constatar el absurdo de la apuesta no era necesario: ya están allí periodistas muriendo cada día, como una anécdota que sale a relucir cuando escasean los titulares. Éramos tan jóvenes que hoy no nos reconoceríamos como tales. El primer peldaño fatigoso, el tercero, la gloria; el cuarto, un beso en la mejilla de premio, inesperado y romántico como las calificaciones del último curso de carrera: sobresaliente en Ética de Spinoza.

Este fin de semana, estos días, muchos pueblos de este país indómito han estado de fiesta con sus vírgenes locales, las patronas les llaman. Qué difícil resulta comprender todo eso. Canarias tiene el Pino; Asturias, Covadonga; Madrid, la Almudena… Coruña, el Rosario en octubre y siempre hay rosquillas de anís en la ciudad vieja. A ellas oran fieles e infieles, nosotros lo hacíamos en mayo, el mes de las flores, todo el mes, sin darnos cuenta, con la alegría de la primavera y el ansia del fin de curso. ¿A quién oran las palestinas de Gaza? A la virgen de la vida, a la que buscan de madrugada o cuando se ocultan las bombas, al alba.

Casi la única traducción conocida de los sonetos de Shakespeare es de García Calvo, publicada en su día por Anagrama, la editorial de Jorge Herralde, hoy recordado y denostado en el libro de memorias de su ayudante para todo Enrique Murillo. Qué mal se limpian las conciencias cuando todo se reduce al vil metal.

El poema continuaba mal, casi confuso: “Que no me dejaste escribir/ porque en la noche/ solo querías seso”.

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