Espacio de opinión de Canarias Ahora
La sincronía de la maldad
La realidad supura en estos días de fin de año. No van a quedar velas, elfos ni uvas para consolar los anhelos frustrados de los caminantes y las lágrimas de las personas de bien. No hay posibilidad de cafés con leche tranquilos sin que se pueda saber, ni atisbar, de qué va todo esto. Los acosadores socialistas de Moncloa, y los encubridores, tienen un rasgo común que al parecer no interesa a nadie: a qué se dedicaban. En su día fueron contratados para analizar con lupa y seguir a la opinión pública hasta sus últimas catacumbas, hubo también otros menesteres, pero el esencial era el mencionado. Porque, a veces, la función crea el órgano y el órgano casi siempre es masculino y ordinario. Qué memeces.
Todo es casi así y todo es al mismo tiempo y con una cierta cadencia. Parece que se olvida el objetivo primigenio, ¿cuál era? Evitar, una vez más, que un gobierno progresista dirigiera los destinos de este país. Los errores, mayúsculos, no forzados, aparecen y desaparecen a gusto de los consumidores poderosos. Cuando deje de llover, volverá la calma a las aguas de los pantanos. Mientras tanto, leña a la caldera del oprobio sobre todo cuando no hace falta inventar mucho pues ya se encargan de aventar el desastre las supuestas víctimas. El tenis es magistral para las etiquetas: errores no forzados. Si encima hay atisbos de querer ocultarlos, mal, muy mal, andamos.
Cerca de la gasolinera de As Xubias, ya pagadita al mar, está la casa de aquella experta en mentecateces que inquietaba al vecindario desde la adolescencia. Eso es Coruña, entonces muy primitivos lares, hoy urbanos sin más y con menos. José María Pérez Peridis ha escrito un libro, El tesoro del convento caído, en el que cuenta cosas solo parecidas, muy humano y cordial, nada presumido cuando debería hacerlo después de haber dedicado cuatro décadas a la restauración y nuevo uso de un convento milenario. Muy recomendable leerlo estos días pues se demuestra una vez más, que no es porquería todo lo que reluce. Con esto no consuelo a Mercedes, entristecida por no haber conseguido entradas para los conciertos de Rosalía, ni a Juan, su hijo pequeño que está en lo mismo. Por la tarde ambos me invitan a rezar el rosario, qué cosas, en la capilla cerca de su casa, por no decir en su casa. Estas modas no las entiendo, me sale todo lo unamuniano que llevo dentro.
Ojalá no me derrumbe y pueda abarcar con un abrazo sincero toda la humanidad deseable, que es mucha, y despreciar las maldades que campan por las linotipias del presente.
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