Campello: chatarrero de oro
Con la aproximación paulatina al final de año, en este 2015 se dan también los últimos coletazos de la gira de presentación del tercer disco en solitario de Miguel Campello (Elche, 1979). Hace tiempo que el artista ilicitano se apeó de Elbicho para acorazarse en su nuevo molde artístico, Chatarrero. Han pasado 13 años desde que editara su disco debut con su antiguo grupo y casi diez desde el último. Entonces, paulatinamente, su vida como artista fue mutando en un proyecto más personal. En esencia es casi lo mismo, pero con un corte más reconocible, más íntimo, más cuerpo a cuerpo. Aunque ahora también se suba al escenario acompañado de varios de los músicos de su anterior banda (Víctor Iniesta y Pepe Andreu entre ellos), con el Chatarrero hay más Campello, hay menos colores, quizás menos matices… casi todo gira ahora alrededor de esa fuerza escénica que atrae. Casi todo es él, y después de él, grandes acompañantes musicales, grandísimos. Ahí es nada.
Y así, alejado de las grandes plataformas publicitarias vía medios de comunicación y en un proceso de autogestión que mucho tiene que agradecer a las redes sociales, Campello ha firmado en el presente año una intensa gira de conciertos que le ha llevado a casi todos los rincones de España (en Canarias sin embargo aún se le espera con su nuevo proyecto) con un resultado espléndido, colgando el cartel de todo vendido en muchas ocasiones y recibiendo excelentes críticas por parte de la prensa especializada.
Una de sus exitosas paradas tuvo lugar el pasado 13 de noviembre en la histórica Sala Oasis de Zaragoza, situada en una de la largas calles peatonales del casco antiguo la capital maña en donde pudo congregar a algo más de 500 personas. En el Chatarrero todo llega como más austero, más casero, efecto manufactura que tiene su inicio entre Campello y su guitarra…y entonces todo su universo creativo por delante. Así, después de Elbicho ha dado vida a canciones como Caracol, De la Elvira, Aire o Será… en tres álbumes que han salido casi de corrido y que son una continuación casi milimétrica el uno del siguiente. No hay evolución mencionable, sino paseos sonoros que rondan un mismo concepto. La búsqueda desde el flamenco hacia nuevas vías, sin perderse en la felicidad de la fusión mal entendida, antes al contrario, haciendo rico un género con una fórmula relativamente sencilla: la profundidad y cercanía de su voz puesta de relieve sobre letras que transmiten. Y claro, su incuestionable condición de animal escénico, enérgico, hipnótico, revitalizando fieras… porque entre los seguidores de Campello, mayormente, no hay término medio. Los tiene a todos rendidos desde el mismo inicio, y los desboca, los hace cantar, bailar, sentir.
Para afianzarse en su vida como artista, Campello se alejó de la gran ciudad (vivió durante más de 10 años en Madrid) y ha vuelto al campo, a su espacio vital de Matola (Alicante) donde él dice que no tiene ni internet, y donde disfruta del hábito de llenar su tiempo libre componiendo con su guitarra. Desde ahí, en su cuerpo a cuerpo con el instrumento, salen las composiciones que en los últimos cuatro años le ha permitido publicar tres trabajos discográficos y tener ya el material listo para el cuarto: “Ahora –comenta- tengo yo una mayor capacidad compositiva. Este es mi proyecto y aunque sigo tocando con personas que realmente son amigos de toda la vida, con esta nueva andadura es más mi música si cabe”. Ese toque extra personal le llega desde su mismo nombre artístico: Chatarrero, en homenaje a la profesión de su abuelo, “y porque de alguna manera creo que muestra lo que es mi proceso creativo, coger cosas de aquí y de allá y juntarlas para hacer canciones”.
Y todo con una visión en la que no prima la inmediatez, sino el devenir natural de las cosas: “De un disco a otro no creo que podemos hablar novedad. Mi intención no es estar todo el rato innovando. Simplemente, los temas van surgiendo hasta que logre unir 12 canciones y entonces es el momento de sacar un disco. La energía siempre es la misma”.
En las Islas Canarias sólo se le recuerda en sobresalientes actuaciones cuando aún ponía voz y alma a Elbicho, proyecto con el que encontró la proyección nacional después de haberse fraguado con multitud de conciertos en la calle cuando aún eran estudiantes en la Escuela Popular de Música: “Resultó que poco a poco nos dimos cuenta de que estábamos un poco cansados de lo que estábamos viviendo. No sabría decirte exactamente cansado de qué, pero sí era cierto que necesitábamos parar. No es que Elbicho se separe, sólo se detiene”.
El germen de su nuevo proyecto fue todas las letras que quedaron escritas en su libreta de viaje mientras giró de esquina a esquina por el territorio nacional durante casi un década: “Era el momento de descansar de ciertos aspectos, pero todo ese puñado de renglones seguían ahí, latentes, era letras vivas porque todavía no habían sido utilizadas y poco a poco fui sintiendo la necesidad de volver a componer, de trasladar lo escrito hasta la guitarra”.
Sus conciertos son una fiesta de la música. Flauta, trompeta, bajo, guitarra, batería y voz… y sobre todo personalidad, lo que sobra es personalidad. En una industria donde casi todos los grandes éxitos son letras de terceros ejecutadas con mayor o menor acierto por voces, lo que hace falta son artistas que canten, que compongan, que bailen, que enamoren; pero sobre todo que sean reales.
Chatarrero es un compendio de todo eso y un poco más. Campello es la luz que guía pero subidos en el mismo escenario aparecen también músicos carismáticos, como Víctor Iniesta, su percutor de siempre en la guitarra. Todos (en esta última gira de 2015 se hace respaldar de seis acompañantes) dan vida a una maquinaria que sabe convivir en un vistoso segundo plano, llenando de vitalidad cada actuación, con esa sinergia que sólo se da donde hay amor por la música y amistad, buen rollo, complicidad casi en cada nota y camaradería. Así sonaron en la Sala Oasis de Zaragoza, como soporte sonoro perfectamente ajustado para un espectáculo que sobrepasó con generosidad las dos horas de duración y en el que, si bien Miguel es el alma que brilla, ellos son la estructura ósea que lo hace todo posible.
Dice Campello que la etiqueta de flamenco fusión es algo necesario que hay utilizar para encontrar una ubicación en los espacios digitales de descarga, pero lo que él hace es Músicas del mundo. Lo que su arte domina, a la perfección, es el lenguaje universal de la emoción. En Zaragoza se vivieron intensos minutos de transmutación de sentimientos, desde el escenario hacia abajo, y desde abajo hacia el escenario. Ellos y ellas, cantando, rindiendo honores para con un artista que siempre ha preferido situarse a una cierta distancia de las fórmulas comerciales; menos cantidad y más cercanía. Que los números sean de llantos y alegrías y no tanto dígitos de la industria.
Sonaron canciones como Aire, Será, Letras, Contigo, De los malos, Entrada y salida, Quiero bailar… en un álbum sonoro en el que también rescató canciones de Elbicho. Éstas, las obras que le dieron notoriedad en ámbito nacional, son las que terminan de desatar todas las pasiones del público. “De todas maneras –apunta Campello- estoy un poco asombrado de cómo se está desarrollando esta gira. Prácticamente se saben todas las canciones, incluso las que aún no están editadas. Es una maravilla, una sensación única”.