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La extraña canonización de Anchieta

La imagen del Padre Anchieta de la Catedral lagunera se ubica en una de las capillas del templo.

Domingo Ramos

Santa Cruz de Tenerife —

Quizá porque el casco lagunero es más cosmopolita desde su peatonalización, tal vez porque la Iglesia vive nuevos tiempos y circunstancias, la vieja Aguere ya no es aquella ciudad de curas, triduos y procesiones. Al menos no al mismo nivel de otro tiempo. Por eso no es de extrañar que varias decenas de personas se parasen el pasado 3 de abril en los alrededores de la Catedral de La Laguna y se pusieran a inmortalizar con sus móviles y cámaras fotográficas un repique de campanas como quien asiste a un concierto callejero, algo insólito hace unos años. Era la celebración local de la canonización de San José de Anchieta, que ha dejado un hecho para la posteridad, sí, pero también una suma de singularidades, sorpresas, procedimientos infrecuentes, viejos debates reabiertos, reivindicaciones y coincidencias.

Verdaderamente, todo fue inusual desde el primer minuto. El cardenal brasileño Raymundo Damasceno comunicó el 27 de febrero, y sin que nadie lo esperase, que el Padre Anchieta sería declarado santo durante 2014. Al día siguiente, dos sacerdotes de la Diócesis Nivariense, Cristóbal y Diego Rodríguez, junto al cura de Santa María de Guía, Higinio Sánchez, asistieron a la eucaristía presidida por el papa en la Casa Santa Marta, en Roma. Terminada la ceremonia, los religiosos canarios se presentaron, entablaron conversación con el pontífice y le acabaron preguntando por el Apóstol de Brasil. La respuesta del argentino Bergoglio, en una institución de tan marcados protocolos como es la Iglesia, no pudo ser más inesperada: “Nos comunicó con alegría que, casi con toda seguridad, el 2 de abril sería elevado a los altares”, afirmaba ese mismo día en una entrevista radiofónica un Cristóbal Rodríguez todavía sorprendido tras el anuncio. Según cuentan algunos conocedores de los entresijos del Obispado, el asombro en la sede de la calle San Agustín fue mayúsculo.

La tarde-noche del 1 de abril fue la del siguiente imprevisto. El problema: a las 13:00 horas del día 2 estaban programados un repique general de toda la Diócesis y dos ofrendas florales, pero los responsables eclesiásticos tinerfeños desconocían la hora exacta a la que el papa Francisco firmaría el decreto por el que Anchieta iba a entrar en el denominado catálogo de los santos. Todo estaba preparado y hasta las autoridades locales ya habían sido convocadas. Pese a ello, la decisión fue aplazar aquella suerte de celebración un día para evitar que el festejo se adelantase a la rúbrica. Curiosamente, el Vaticano no les fue a la zaga y, llegado el momento, ya el 2 de abril, informó de que el acto se retrasaba al 3. “No sabemos a qué se debió; lo importante es que se canonizó”, se limita a apuntar con diplomacia Antonio Pérez, uno de los vicarios generales de la Diócesis de Tenerife, al ser preguntado por la causa de lo ocurrido.

“Quiero darle las gracias al papa; algo que llevaba mucho tiempo esperando esta ciudad, Canarias y Brasil al final lo ha convertido en una realidad”, manifestó a los medios de comunicación el alcalde de La Laguna, Fernando Clavijo, en el transcurso del agasajo floral pospuesto el día anterior. Minutos antes, las campanas del casco lagunero, y las de buena parte de las parroquias de la provincia de Santa Cruz de Tenerife, repicaron en señal de júbilo por la feliz noticia, mientras unas salvas tronaban en el cielo de la Ciudad de los Adelantados. También tuvo lugar otra ofrenda floral a la escultura ubicada en la rotonda de acceso a la avenida de La Trinidad. Y poco más. Esa fue la fiesta que siguió a la canonización del primer santo lagunero.

Fueron actos muy sencillos para una santificación muy sencilla: una ceremonia privada de la que no se conocía a ciencia cierta ni la hora, muy breve, sin invitados y en la que intervenían el papa y el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el cardenal italiano Angelo Amato. Nada de los fastos de otros casos. Eso sí, el resultado era el mismo: Anchieta subía definitivamente a los altares, por lo que se extendía su culto a la Iglesia universal, en lugar de estar circunscrito a Brasil, la Diócesis de Tenerife y la Compañía de Jesús.

Este hecho no menos llamativo que los anteriores (que una de las organizaciones más expertas en imprimir solemnidad a sus actos prescinda de ella) era la consecuencia de que la Santa Sede hubiese apostado por la canonización equivalente o extraordinaria, que no está basada en un milagro y que se emplea para personas veneradas desde antiguo y de forma continua. Un procedimiento aceptado, pero infrecuente: Juan Pablo II lo utilizó una vez y Benedicto XVI, tres. Francisco, en un año de pontificado, ya lo empleó en octubre de 2013 con una monja italiana y un sacerdote del siglo XVI, así como ahora, con el Padre Anchieta, la mística misionera María de la Encarnación y el obispo Francisco de Montmorency-Laval.

Cosas de un cambio en la Iglesia o no, el estudioso anchietano y canónigo de la Catedral de La Laguna, José González Luis, explica que en el caso del fundador de São Paulo se daban los requisitos fundamentales para que este procedimiento se pudiera poner en marcha: “Es necesario que a esa persona se le haya dado culto desde que murió; que, a través de testimonios refrendados absolutamente, se demuestre que cultivó en grado heroico las virtudes cristianas, y que su vida se haya distinguido por una serie de signos, prodigios, rumor de milagros o deseo de martirio. Y todo eso se cumple en el Padre Anchieta, que decía que quería trabajar en la selva y que un día podría ser comido o martirizado por los indios a los que iba a predicar el evangelio, que todo lo que él tocaba la gente lo quería tocar...”.

Sin embargo, la santificación fue tan descafeinada que, en una comparativa, hasta la beatificación, en junio de 1980, tuvo más boato. “Brillante, solemne y sencilla”, calificaba la prensa de la época a una ceremonia de casi tres horas celebrada en la basílica de San Pedro, en Roma, y en la que participaron cardenales, arzobispos y obispos (entre ellos, Luis Franco Cascón, por entonces prelado nivariense). Entre otros actos, en Tenerife hubo un triduo en la iglesia de Santo Domingo de Guzmán; en Vilaflor se descubrió una placa en la parroquia de San Pedro, donde fue bautizado el Hermano Pedro, beatificado el mismo día que el Padre Anchieta, y se organizó una misa concelebrada por doce sacerdotes en la que se declaró abierto el jubileo de los que años después serían santos. En la Ciudad Eterna se dieron cita más de 300 tinerfeños, y dos jóvenes, ataviados con trajes típicos, le regalaron una manta esperancera y otros objetos tradicionales a un Juan Pablo II que, por problemas de agenda, se vio obligado a suspender la audiencia que tenía prevista con la representación de Canarias.

Después de aquello, la definitiva subida a los altares de Anchieta durmió el sueño de los justos. Y sería en Río de Janeiro, en 2013, en la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud, donde se reactivó todo. “La visita del papa a Brasil fue trascendental, porque allí, por todos los sitios por los que pasaba, se hablaba de Anchieta”, indica Esteban Afonso, el hermano mayor de la Hermandad de Caballeros del Padre Anchieta, la organización que se encarga de los cultos en su honor en La Laguna. En aquella ocasión, también la Conferencia Episcopal Brasileña aprovechó para pedirle a Jorge Mario Bergoglio que lo convirtiese en santo, a lo que se unía que el pontífice, latinoamericano y jesuita, ya conocía la obra del lagunero.

“Los cardenales y los cerca de 500 obispos brasileños decían: Aquí tenemos un santo ya canonizado, de norte a sur, en todos sitios. Después de que lo beatificaran hay más de 200 parroquias dedicadas a Anchieta”, asevera el experto José González Luis a propósito de la amplia veneración que recibe el polifacético tinerfeño en tierras brasileñas. En contraposición a La Laguna, donde su relevancia es relativa. Es verdad que ha dado nombre a calles, a un polígono que atraviesa la ciudad, a colectivos diversos, a un campus universitario y hasta a diferentes infraestructuras. También ha sido estudiado por personalidades de la talla del periodista y escritor Eliseo Izquierdo; la desaparecida Manuela Marrero, que fuese cronista oficial de La Laguna, o profesores universitarios como los hermanos González Luis y Carlos Javier Castro Brunetto. Pero José de Anchieta ha vivido en una especie de olvido, sin el protagonismo natural para un personaje de su calibre. A este respecto, el otrora concejal de Cultura del Ayuntamiento de La Laguna, Leandro Trujillo, que también es un entendido en la figura del misionero jesuita, es claro: “Aquí no hemos leído a Anchieta dándole su especial relieve; si hablamos de él, lo que sabemos es que vivió en aquella casa de la plaza del Adelantado, que Brasil regaló la fantástica estatua que está en la confluencia de la autopista...”.

Además, se da la coincidencia no solo de que el lagunero fue beatificado el mismo día que el primer santo canario, el Hermano Pedro, sino que la festividad del segundo es el 24 de abril, la fecha de la misa de acción de gracias en la iglesia romana de San Ignacio por la santificación de Anchieta. Sería en esa celebración a posteriori en la que apareció algo más de suntuosidad, con la presencia de los dos obispos canarios, autoridades locales, una decena de sacerdotes del Archipiélago y alrededor de un centenar de peregrinos de las islas. Días antes del acto, el portavoz del Partido Popular en el Ayuntamiento de La Laguna, Pedro Suárez, no dudó en reprocharle al prelado nivariense que limitase al alcalde las invitaciones cursadas a la Corporación municipal. Otro sobresalto más en el nombramiento de un santo al que Los Sabandeños le llegaron a cantar: “Anchieta, fundador de São Paulo/Anchieta, lagunero y canario/Anchieta, apóstol do Brasil”.

Nacido en marzo de 1534, emigró a Portugal y, desde allí, a Brasil, donde desarrolló su obra misionera y se mostró como un erudito. Al menos los últimos años antes de emprender aquella aventura los pasó en la hoy llamada Casa Anchieta, un inmueble del siglo XVI ubicado junto a la plaza del Adelantado, el mismo que acogiese temporalmente las dependencias del Obispado después de que el Palacio Salazar ardiera en 2006. Esa casa solariega se ha convertido en objeto de reivindicaciones más o menos públicas en coincidencia con la canonización del que fuese uno de sus habitantes. Entre las voces implicadas se encuentra la de la Hermandad de Caballeros del Padre Anchieta, que aboga por que la casa se ponga en funcionamiento “lo más rápidamente posible” para albergar una instalación dedicada a la figura del jesuita.

Tampoco la escultura de la rotonda de acceso a la avenida de La Trinidad ha escapado a los efectos de lo sucedido. Desde hace años, existía en torno a ella un debate sobre su ubicación, que ha resurgido al calor de los últimos acontecimientos. El abundante tráfico que se produce en su alrededor y el consiguiente peligro para acercarse a ella son algunos de los argumentos que suelen esgrimir los partidarios de un cambio de emplazamiento. A esa postura se ha sumado un audiovisual subido a YouTube de la instalación e inauguración de la obra de arte creada por Bruno Giorgi. Al término de los seis minutos y medio que duran las imágenes, en las que se muestra una ciudad muy diferente a la actual y algunos personajes emblemáticos, se aboga por el traslado de Anchieta a la plaza del Cristo.

En una historia tan intrincada, solo faltó que fuesen ciertos los rumores que rondaban en algunos círculos laguneros sobre un vídeo de la nueva evangelización difundido en internet por la Diócesis de Tenerife. En él se suceden mensajes como “Es la hora”, “En nuestra diócesis” o “Vamos a formar lío”, acompañados de un relato de unos jóvenes católicos que culmina con imágenes del papa Francisco y de enclaves tinerfeños. Algunos unieron las piezas y vieron un anuncio velado de que el pontífice podría visitar la Isla como consecuencia de la nueva condición de Anchieta, y el planteamiento se fue difundiendo. Pero desde el Obispado lo niegan categóricamente. Hubiese sido demasiado por más que haya sido una canonización extraña.

Esfuerzo por el Apóstol de Brasil

Esfuerzo por el Apóstol de BrasilEl hermano mayor de la Hermandad de Caballeros del Padre Anchieta, Esteban Afonso, señala que este colectivo se había venido esforzando desde hace años para que la subida a los altares del Apóstol de Brasil se convirtiese en una realidad. Es por eso que la canonización ha sido entendida como el “punto culminante” de la trayectoria de la citada organización religiosa, toda vez que uno de los fines para los que fue fundada era luchar para que José de Anchieta se convirtiese en santo. “El papa Francisco lo ha entendido así y para nosotros ha sido un gozo inmenso”, abunda el empresario lagunero sobre una santificación que ha supuesto una gran alegría para la institución que preside.

Afonso explica que la labor realizada desde hace años ha permitido a una hermandad que está compuesta por unos 80 integrantes ganarse el cariño y respeto de La Laguna. “Tenemos una parte benéfica y cultural, y buscamos, como hizo el Padre Anchieta, ayudar a los demás”, sostiene el también presidente del Orfeón La Paz y del Club Baloncesto Juventud Laguna, quien ha encadenado dos mandatos consecutivos al frente de esta entidad, que, desde hace semanas, está trabajando en los preparativos de algunos actos que se organizarán en el mes de junio y cuyo día central será el 9, festividad del misionero jesuita, quien, por primera vez, será santo en esa fecha.

Dos santos, dos canonizaciones

Dos santos, dos canonizacionesSi hay un factor que hace peculiar la santificación del Padre Anchieta es la comparativa con la del otro santo canario: el Hermano Pedro, que subiese a los altares el 30 de julio de 2002. En aquella ocasión se utilizó el procedimiento habitual de canonización y la solemnidad del acto fue superlativa. A factores tan intangibles como la emoción se unieron otros más cuantificables como la celebración de misas de acción de gracias en toda la Diócesis de Tenerife, así como ceremonias solemnes en la Cueva del Hermano Pedro y en Vilaflor oficiadas por el obispo. Lo cierto es que, desde el mismo día de la santificación, todo fue distinto a lo ocurrido con Anchieta: muchos fieles esperaron a que ascendiese a los altares (a las 16:41 horas) rezando en la cueva de Granadilla, en Vilaflor le pusieron una aureola al nuevo santo en un acto especial, y en Adeje hubo pantalla gigante, misa, procesión y hasta una suelta de palomas.

Anchieta fue canonizado en un acto privado, de unos minutos y sin invitados, y tuvo que ser en la misa de acción de gracias donde apareció algo de solemnidad. Nada que ver con el otro caso. Aquella vez, la duración fue de algo menos de tres horas, divididas en dos partes: la canonización y la misa de acción de gracias. A ello se unió que se dieron cita más de 700.000 personas –entre las que había alrededor de medio millar de canarios– y que acudieron las principales autoridades del Archipiélago, encabezadas por Román Rodríguez, presidente regional de la época. Como ejemplo de la magnitud del acontecimiento cabe resaltar la presencia de jefes de estado de siete países de Centroamérica: Alfonso Portillo (Guatemala), Francisco Flores (El Salvador), Ricardo Maduro (Honduras), Enrique Bolaños (Nicaragua), Abel Pacheco (Costa Rica), Mireya Moscoso (Panamá) y Said Musa (Belice).

El Hipódromo del Sur, en Ciudad de Guatemala, fue el escenario de una ceremonia en la que estuvo presente Juan Pablo II y que contó con una repercusión mediática de primer nivel. Aparte de que Televisión Española en Canarias hizo una retransmisión en directo, los periódicos publicaron páginas especiales y separatas dedicadas al santo, mientras que también hubo una amplia cobertura audiovisual. Algo muy distinto al acto celebrado en Roma, durante el papado de Francisco y de moderado eco mediático. A esos contrastes se une que en 2002 era obispo Felipe Fernández, mientras que ahora rige los designios de la Diócesis Nivariense un palmero de nombre Bernardo Álvarez.

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