Boda en el Parador de Tejeda, frente al amarradero del burro Bartolo

Manuel, en el amarradero del burro Bartolo. (ÁNGEL SARMIENTO)

Carlos Sosa

Las Palmas de Gran Canaria —

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María Jesús se afana con su flix en la mano en espantar a las avispas que se han apoderado su restaurante, el Ca’ Faustino, en la Cruz de Tejeda, después del incendio. Se le nota preocupada, y eso que no es el primer fuego, ni siquiera la primera evacuación que sufre. “Con esta van cuatro”, tres explotando ese negocio que este sábado aparecía vacío en equivalente respuesta a la petición de las autoridades de no desplazarse hasta la Cumbre de Gran Canaria hasta que el fuego quede totalmente extinguido y las brigadas que aún continúan operando sobre el terreno se retiren.

“Pero este ha sido el incendio que más ha ardido”, contesta cuando se le pregunta por los cuatro que ha vivido. Lo que coincide con lo que opina Manuel, el dueño del burro Bartolo, quien por “la voluntad” da un paseo a los turistas por los alrededores del Parador Nacional de Tejeda, a cuyo lado se sostienen a duras penas los negocios como el de María Jesús. O el de Ione, que vende exquisitos quesos del país, o más bien los expone, porque durante un buen rato no pasó por delante de su puesto ni una sola persona. “La gente está asustada”, resume con cara de susto.

En el Parador Nacional de Tejeda la vida continúa. En plena alerta por incendio y con 34 grados de temperatura y una espesa calima, una mujer de Tejeda y un hombre de Telde celebraban su boda este sábado. Ni ellos ni sus invitados cambiaron sus planes por las inclemencias del tiempo ni por el devastador incendio que a punto estuvo de llevarse por delante de nuevo este señero establecimiento turístico de 47 habitaciones recién reformadas a más de 1.500 metros de altitud.

“Llevan más de un año organizando la boda”, explica una de las invitadas, que no encuentra la entrada del parking, uno de los servicios que ofrece el parador en su página web, donde aparecen interesantes ofertas para celebrar allí una boda. Menús de entre 65 a 85 euros por cubierto, con un máximo de 350 comensales, y platos tan típicos y cercanos como el baifo, el conejo en salmorejo, las papas arrugadas con mojo y el calórico bienmesabe de Tejeda.

En el mismo parador, con distinta motivación, el director regional de la Cope, Juan Narbona, luce una extraordinaria guayabera blanca, muy propia de la temporada, para ejercer de anfitrión de uno de los programas señeros de la casa, Agropopular, del veterano César Lumbreras. El incendio y el sector primario como vacuna para aliviar todo lo que se pueda los efectos de la despoblación y del cambio climático son una excusa perfecta.

Frente al parador, sentado en una silla verde, de resina, desteñida por el sol y por el uso, Manuel (71 años) espera junto a su burro, Bartolo, a que aparezca algún turista al que darle un paseo. Cada día recorre una hora a pie de ida y otra de vuelta para acudir a su puesto de trabajo, y hace una semana tuvo que hacerlo algo más rápido cuando lo llamaron para que fuera corriendo a llevarse a Bartolo, que se había quedado solo ante el peligro.

Manuel aprovecha para agradecer al Cabildo de Gran Canaria que le haya cedido un amarradero para el burro en los bajos de los puestos de productos de la tierra que hay junto al parador. Hasta allí lleva al periodista para explicarle que la intención institucional fue buena pero que el burro no se puede quedar allí porque no quiere entrar, porque los escalones y la rampa de acceso le asustan y no entra. Y que cuando lo ha metido, lo ha hecho a empellones, hasta que un día por poco se ahoga porque entró el agua en la estancia y le llegó a la altura de la barriga. La famosa panza de burro.

Dentro del amarradero está la comida de Bartolo (bidones azules llenos de millo con cebada), la paja para la cama y el abrevadero. Manuel no quiere que lo acusen de no cuidar a su burro como asegura que han hecho tras encontrarlo atado y solo durante las tareas de evacuación. 

“¿Que cuántos he tenido? Si hubiera tenido tantas mujeres como burros yo ya no estaría aquí”, se ríe.

Otro ciclista pasa por la Cruz de Tejeda. Nadie contó cuántos, pero puede que fueran más que los coches. O lo parecían. Y algunos tan campantes y con edades insultantes para tan dura subida en condiciones tan extremas.

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