Tres de once (sábado)

Tres de once (sábado).

Román Delgado

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Confirmo que descansó el maquinista de la pica-pica, que ayer dejé alguna duda en el aire sobre cuestión tan relevante. Lo espero el lunes sin falta. Como no llegue y me vacíen la piscina del acantilado de Santos, les juro que me da algo. Sin ellos será más complicado terminar esta singladura literaria: asomarme al puerto final con las once historias guardadas en bodega y hacerlo el día previsto para el atraque, el domingo 29 de marzo de 2020. Lo primero siempre es y será lo primero. 

Hoy también he estado a la intemperie, pero más obligado, que seguro le quita más mérito. Bajé a la calle desde el undécimo porque optamos por el ejercicio físico de la limpieza. Tocó ordenar y dejarlo todo reluciente, y ello implicó más de una bolsa con residuos de toda consideración muy bien separaditos en los contenedores de colores: gris, azul, amarillo e iglú verde. 

Este día tres de nuestra peculiar aventura; o sea, el 21 de marzo de 2020, ha sido una jornada diferente, rara rara, como un domingo de verdad que solo se extiende en la sobremesa pese a tratarse de un sábado común, vulgar, banal, lo que sin duda es. No entiendo por qué… Ya había perdido la referencia de siete días distintos porque me parecían y se habían convertido todos ellos en iguales  y ahora resulta que de repente vuelvo a la sensación de que son uno a uno de su padre y de su madre, con sus habituales pollabobadas. Estoy hecho un lío y debe ser por la altitud en que habito encerrado por la gracia del estado de alarma, la verticalidad extrema de este número 9 de una calle de las cuatro escasas manzanas de Duggi.

No sé si ya se nota mucho que para mí este sábado es un día con encefalograma plano. Alcanzaré momentos más lúcidos en los ocho días que quedan por delante de (la primera) cuarentena, que hoy la jornada no ha dado nada de sí ni lo he buscado. Momento pesimista, aunque tampoco creo que sea así del todo.

Cuando estaba con el entra y sale de las bolsas de basura separada había gente en la calle. Algunos esperaban por algo o alguien. Estaban sentados en posición de descanso en una especie de miniplaza, con sus mascarillas. Cuando se percataron de mi presencia con bolsas a ristra me miraron con ojos de metro digital y comprobaron al instante que la distancia era la correcta. No saludaron; no saludé. Al regreso desde los contenedores hasta la puerta del bloque, la misma operación. Todo muy frío. Fue una relación equidistante.

Di al menos tres viajes a la zona de contenedores (hoy apunto tres salidas a la calle, récord), y ya sé que esta afirmación conduce a que algún cachondo diga aquello de: “Gracias al coronavirus has podido sacar toda la mierda que tenías en tu casa”. No es verdad. Solo ha sido aprovechar la coyuntura. La mierda la hubiese sacado igual. No me sean tan poco generosos, que limpio y aseadito sí que soy y somos…

De esas tres rutas iguales, en dos me tropecé con los que medían la distancia social con gran precisión y sin perder de vista mis idas y venidas. Eran las únicas almas visibles en esas salidas cronometradas. Luego hubo una tercera presencia, la última. En esta una joven y su perro sato y negro casi tropiezan conmigo. Se dieron cuenta de mi presencia con barba de seis días y sobre la marcha volantazo y a la acera. Normal, con la pinta que llevaba… No eran la mujer ni el perro del día uno. Esta pareja parecía con más ganas de vivir y se vio claro que la reacción solo fue por el susto, que no había maldad alguna en el giro. Se vio tan claro como los penaltis que son muy claros y se pitan, los que nadie discute en el campo ni en la grada. En la radio, todo se discute.

Ese fue todo el balance de abundancia humana externa de este sábado maldito. Sin el maestro de la pica-pica, no soy el mismo, sin duda. Nada más en la mochila que limpieza, contenedores, miradas que miden distancias sociales y susto involuntario, sin ánimo de incordiar al prójimo. Debió ser mi pinta.

Luego sí es verdad que a la gente del CD Tenerife le dio por la magada de poner el himno del representativo a toda pastilla por los altavoces del estadio, ese tema y otros de similar apología. Oí desde el undécimo, ala oeste, que la gente de los edificios colindantes arrancó a aplaudir. Los del undécimo, no. En esta ciudad se dan tales contradicciones: el juego en el estadio invita a pocos aplausos pero hay himnos que rompen el silencio humano de la tarde más inhóspita, cuando parece que no hay nadie como si fuera Semana Santa. Lo de que iba a jugar el Tete contra el Murcia resultó un espejismo.

Tengo que ir cerrando este día de chochos y moscas y no hay nada para hacerlo con esplendor. En los periódicos siempre se dice a la redacción “qué tienes para abrir”. Ahora a mí se me ocurre preguntarme qué tengo para cerrar. Siempre hay algo; también para abrir los periódicos, para sus primeras mejor o peor avenidas. 

Empiezo a estar un poco cansado de algunos vecinos. Por ahora poco, pero ya verán que esto empeora con los días. Mucho reguetón y pifias similares, ruidos acentuados por las paredes finas.

Esta tarde, que se me olvidaba, me he propuesto empezar con Salvaje oeste de Juan Tallón. Lo tengo a mi lado, a la izquierda, y es un pedazo de ladrillo, pero en su día me lo compré para leerlo y disfrutarlo y lo voy a hacer con gusto y sin sarna, por mucho que ahora no tenga las horas de avión en las que siempre me resulta más hábil hincarle el diente.

Tallón empieza su novela con un enigmático “El cielo se difuminó hasta volverse hipotético. Iba a llover”. Creo que aquí también va a llover. Ojalá. La noche ahora asoma tras la caída del sol. No sé qué voy a cenar y tampoco hoy pasan a Andreu Buenafuente. No piensen que estoy hasta los teides de todo esto, que será verdad. Sigo leyendo hasta que la noche termine por comerse toda la luz y la oscuridad ya me conduzca a un sueño loco en el que la mayor de mis locuras sea que esto al fin, esta misma noche de sábado, empieza a cambiar. Sueño con que cambie la curva, con ese punto de inflexión: el inicio irrevocable de la caída. 

Me sigo quedando en casa, solo quitando esas pequeñas salidas que todos los días les cuento. Necesarias para mi vida y para alimentar esta historia.

Qué manía la del perro de ladrar cada vez que estoy terminando. Quiere salir y yo estoy por apuntarme. Salud y que este domingo no sea como un domingo de tardes anodinas. Y que gane el CD Tenerife… Cuando juegue, cuando juegue. 

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