La trashumancia en Gran Canaria: una gestión milenaria del paisaje que puede luchar contra la crisis climática

Los pastores trashumantes Tito Mayor y Félix Mayor.

Gara Santana

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Decía Benito Pérez Galdós que el amor es un arte que no se aprende, pero se sabe. Lo mismo pasa con el oficio del pastor y algo tienen en común los escritores y los trashumantes, sean o no de Gran Canaria, y es que hacen camino al andar. Ser guardianes del paisaje les convierte, no solo en depositarios de una práctica milenaria que habla de la identidad canaria mejor que casi cualquier otra tradición, sino en gestores del territorio insular. Ahora que hay que replantearse el mundo para afrontar una crisis climática y medioambiental, incendios de sexta generación o la pérdida de especies endémicas, será mejor copiar la receta que aguardaba desde hace cientos de años en las cuevas, riscos y caminos reales esperando, después de muchos errores, a ser considerada.

La mudá en Gran Canaria, como la llaman sus propios protagonistas, es la trashumancia realizada por la población pastoril de la isla utilizando para ello los caminos, cañadas o vías pecuarias. Esta práctica, procedente del mundo indígena, se documenta de forma clara desde hace casi quinientos años, con la existencia de diferentes dehesas, terrenos comunales o privados, donde las familias de pastores y ganados, se mudaban, en determinados momentos y ciclos del año. Estos viajes por el interior de la isla en busca de alimento para el ganado se mantiene de manera muy frágil, sufriendo una involución progresiva en el tiempo en cuanto al número de pastores, hectáreas de pastos y el peso que actualmente tiene en la economía local. De las islas donde se ha practicado, esta tradición solo se mantiene en Gran Canaria.

Claudio Moreno, profesor de Geografía en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, fue el encargado en 2011 de coordinar la elaboración del informe Documentación histórica, recopilación oral y cartografía de la trashumancia en Gran Canaria, una solicitud del Cabildo de la isla en 2011, para comenzar los trámites para que esta práctica fuera declarada Bien de Interés Cultural (BIC).

Moreno, en declaraciones a este periódico, explica cómo han sido las especificidades geológicas, climáticas y orográficas las que han hecho que en las islas no podamos hablar estrictamente de trashumancia. “Somos islas pequeñas y montañosas, a excepción de Fuerteventura y Lanzarote, y esta particularidad y la tremenda diversidad paisajística y climatológica hacen que en territorio insular, en decenas de kilómetros, los pastores encuentren lo que en territorios continentales requiere de cientos”, explica. “Entonces, desde el punto de vista semántico no es trashumancia sino mudá; aprovechar la diferente estacionalidad de los pastos, históricamente, de costa a cumbre”.

“Poco a poco”, explica Moreno, “hemos ido desplazando a los pastores en el territorio a determinados espacios: les hemos quitado la costa, porque es donde están la mayor parte de los asentamientos poblacionales y los usos turísticos, restringiéndoles a espacios de medianías y cumbres, pero resulta que en la cumbre es donde tenemos la mayor cantidad de espacios protegidos, de manera que se topan con muchas fronteras en el territorio: las físicas como los barrancos, los escarpes o las zonas boscosas y después hay una serie de fronteras invisibles quizás más importantes como la ordenación del territorio o los niveles de renta, o que los espacios donde pastorear sean públicos o privados”.

Los trashumantes se mueven de pastos a pastos, de los pastos propios a los pastos donde trashuman, casi siempre en la zona de cumbre. La mayoría de los espacios donde trashuman son privados por el que los pastores pagan renta “y este uno de los principales problemas que tienen hoy los ganaderos, que no son propietarios del suelo”.

Los pastores tienen una presencia en la isla de más de 2000 años con una fuerte presencia territorial en las zonas de pastos, en la toponimia, en el patrimonio cultural y en la planificación del paisaje y no siempre las administraciones han visto este papel que juegan y reconocido su figura, pero parece que esto, poco a poco, empieza a cambiar.

Según el geógrafo “el Cabildo de Gran Canaria ha actuado muy rápidamente con varios proyectos como Gran Canaria Mosaico, que está haciendo una labor enorme para insertar a los pastores en dinámicas derivadas de problemas recientes: desarrollo sostenible, crisis climática, incendios y seguridad”. Moreno considera que es indispensable que asumamos que este tiene que ser uno de los papeles de esta actividad trashumante en el futuro: “Ellos tienen que poder participar en todo esto porque, al fin y al cabo, es una actividad agraria tradicional, han estado durante mucho tiempo conservando determinados paisajes de gran interés y al mismo tiempo, haciendo esto, han conservado la biodiversidad”.

“Mi hijo cuando hace un trabajo en el colegio, lo hace sobre mí”

La ganadería extensiva es desde tiempos ancestrales una actividad familiar que se puede reconocer a través del mapa de parentesco de los protagonistas, lo que ellos mismos han autodenominado “raza de pastores”. Estas familias, vinculadas parentalmente entre sí, son las encargadas de conservar y dejar en herencia, no solo el oficio, sino los saberes, usos territoriales, la transferencia e intercambio genético de los animales y los útiles que los acompañan.

Yohana Mendoza nos recibe en la quesería que tiene su familia en los altos de Guía y nos invita a guarecernos del viento, un viento inusual que trae calima, “pero no lluvia”, nos dice, “que es lo que necesitamos”. Llegamos justo a tiempo del momento en que iba a hacer la mantequilla, separando el suero de la cuajada con la ayuda de su hermana Belén. Nos explica que la mantequilla hecha con suero “contiene más proteínas y es más limpia en grasas”. En la radio que tienen puesta en la esquinita, se escuchan las señales horarias de las en punto y al presidente del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo, diciendo algo de fondo. Nada dice la radio de la labor diaria que hacen estas mujeres por producir un queso de kilómetro 0, alimentar a la población responsablemente y conservar la biodiversidad de la isla. Ni una palabra de esta hazaña diaria que encuentra más obstáculos que reconocimiento social.

El pastoreo ha sido una profesión principalmente llevada a cabo por hombres, sobre todo en aspectos centrales como la propiedad de los bienes y animales. Quedando el papel de las mujeres en un injusto segundo plano. Yohana, que además de quesera es pastora, nos cuenta que en el caso de su familia, que son ya cuatro generaciones de pastores, la mujer siempre ha estado integrada. “Mi padre ha inculcado el oficio a sus tres hijos y a todos nos ha educado por igual. Si mi hermano tiene que venir a hacer queso, lo hace y si yo tengo que llevar el ganado y ordeñar, también. Aquí todos somos uno”.

Entre los trabajos históricos de las mujeres en el mundo trashumante ha estado atender a los animales estabulados, los cuidados de los hijos y de los mayores, la atención al trabajo del hogar, el ordeño y la elaboración de quesos y su comercialización, procesar la lana o la limpieza de los útiles diarios de producción como las lecheras o queseras.

En la quesería del Cortijo de Pavón se producen al día nueve lecheras de 40 litros para la elaboración de queso artesanal y mantequilla. “Yo me levanto a las seis de la mañana, vengo a la quesería, sacamos el queso del día anterior, recogemos el ganado, lo encerramos y empezamos a ordeñar”. Son ya cuatro generaciones haciendo el mismo queso, la madre de Yohana y Belén, Ana María Vega Gil, se muestra orgullosa de la tarea de sus dos hijas, pero lo dice con cierta tristeza en la mirada, sabedora de que es una vida “que ata mucho”.

Nos cuenta que es un trabajo de domingo a domingo, “no tenemos ningún festivo haga sol, nieve o viento. A los animales hay que atenderlos todos los días y ordeñar todos los días y nuestro trabajo es ese”.

Pero también hay satisfacciones, no solo las que les han llegado en forma de premios insulares, nacionales y a nivel mundial, sino las personales. La de llevar a cabo un oficio familiar con la misma pasión que la primera generación o el reconocimiento de los más jóvenes: “Mi hijo cuando hace un trabajo en el colegio, lo hace sobre mí, me dice que tengo mucha historia”, confiesa Yohana.

Hace mucho que no llueve y la familia no ha podido desplazarse a la presa de Las Niñas, pero de no ser por eso ya estarían allí para permanecer tres o cuatro meses y “volver en marzo hasta que se sequen las ovejas, que se quedan preñadas en mayo y en mitad de julio se lleva el ganado otra vez hacia la Cruz de Tejeda”. Allí solo hay que pastorearlo esos cuatro meses que las ovejas no dan leche“.

Yohana considera que los quesos artesanos están poco valorados. “Hay que diferenciar un queso de fábrica de un queso artesano y apostar por lo nuestro”, aunque confiesa que, según avanzan los años, “la gente se va concienciando un poco más y va valorando nuestro producto local porque se dan cuenta de lo que cuesta todo el proceso”.

Caminos en busca de pasto verde

La metáfora de la búsqueda de la primavera, es la manera en que el geógrafo y fotógrafo Javier Gil se refiere al oficio de estos pastores que se mueven por la isla. Gil nos cuenta el papel fundamental que juegan para prevenir los incendios “ya que ahora mismo ellos están gestionando entre 11.000 y 15.000 hectáreas de terreno que si abandonasen, sería carne de cañón para el fuego, sobre todo, porque el incendio siempre empieza en matorrales y pisos bajos y podría llegar a los bosques con más rapidez que si hubiese una discontinuidad”. El geógrafo ha hecho el cálculo aproximado de cuánto costaría a las administraciones el trabajo que ahora realizan los pastores. “Es más barato mantener a un pastor que empezar a desbrozar, una hectárea de desbroce puede costar unos 800 o 900 euros y esto lo estaba haciendo un pastor gratis. Se lo debemos”.

El geógrafo recuerda cómo el gran incendio de 1998 que sufrió Gran Canaria no fue a más porque se detuvo en los terrenos de pasto, limpios gracias al ganado, de la Caldera de Los Marteles.

Patrimonio Mundial de la UNESCO

La trascendencia de la trashumancia en la Isla podría llevarla a ser declarada Bien de Interés Cultural. Es el deseo de José González Navarro, antropólogo y técnico de Inspección del Servicio insular de Patrimonio Histórico, al considerar que “desde el punto de vista ambiental, del conocimiento oral, de los saberes populares, de esos pastores de la comunidad que contiene, porque tienen una actividad muy colaborativa, ha sido un ejercicio de aprender, de conocer y por fin de reconocer la actividad que, en nuestra opinión, merece elevarse a Bien de Interés Cultural. Ese es nuestro objetivo”.

En declaraciones a este periódico González reconoció la figura de los pastores trashumantes, “no como algo nostálgico del pasado” sino como personas que han sabido no perder “su conexión ancestral con la naturaleza” y la gestión del paisaje. González, hijo de pastor, sabe de lo dura, pero también de lo valiosa que es la vida trashumante y todo lo que la Administración puede aprender para afrontar retos futuros. “Gran Canaria es la última isla donde se conserva la trashumancia y tenemos este patrimonio, que ahora es, Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO, tras su última reunión en Zimbabue, y cuando se conoce esta realidad la gente se pregunta cómo puede contribuir para que esta práctica no desaparezca. Para el antropólogo, una de las respuestas a esta pregunta puede ser consumir responsablemente y pagar a los ganaderos tradicionales el precio que vale su producto artesano, para que a ellos ”les merezca la pena“ seguir manteniendo la actividad”. González pone en valor como estos pastores, a diferencia del resto de la sociedad, no han perdido su conexión con el mundo natural, una asignatura que todos los demás “tenemos pendiente para este siglo XXI”.

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