La honestidad, como todos se imaginan, no es de las cosas que debamos entrar a valorar, porque ésta tiene que ver con cosas de la cintura para abajo, y no nos referimos al bolsillo. Quizá -y sólo decimos quizá- se refería el presidente a la honradez, virtud que debe adornar a cualquier responsable público que gestione recursos de la comunidad que le elige. Es honrado que el mandatario designe para puestos de responsabilidad que le atañen a personas cualificadas, de reconocido prestigio y solvencia profesional, y a su vez honradas. Y no parece que todos y cada uno de esos requisitos concurran en las personas de José Manuel Arnáiz y José María Hernández. Ambos son socios al menos en una ingeniería, de nombre Tamara, desde donde se asesora a empresa y empresarios, como por ejemplo, Lopesan, a la sazón amiga del camarada Mauricio, al que no le ha importado nada proponer como presidente a un hombre que no goza precisamente del mejor prestigio profesional en el gremio ni en determinados ambientes empresariales de las islas: fue señalado con el dedo en la Cámara de Comercio por unas partidas de 50 kilos que mosquearon a algunos de sus compañeros, y despedido de Serviport por una gestión discutida por sus patrones. De los patrones también hay que hablar.