Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Una Universidad para Cantabria
La autodenominada Universidad de Cantabria (UC) ya tiene nuevo rector. Y el rector ya tiene su nuevo equipo. Y su equipo ya tiene las bendiciones mediáticas y políticas para seguir gestionando la universidad pública ausente. Ángel Pazos ha sido elegido democráticamente por un sistema muy poco democrático, casi tan distorsionado como el de las elecciones generales. Alguien me comentaba en estos días su sorpresa porque sólo el 15% de los alumnos había participado en la votación, pero ese alguien no sabía que las elecciones son condicionadas por los profesores doctores permanentes cuyo voto vale un 55% del total. Quizá eso explique por que participó el 86% de esa casta y por qué 10.000 de los 11.000 estudiantes de la UC se fueron de cañas en lugar de legitimar una votación trucada.
Me olvido del juego “democrático” y les confieso que yo lo que tengo es 'saudade' de universidad (de verdad). Me explico. Nuestro país ha ido condicionando casi todos los espacios de la educación superior al discurso de moda de la competitividad y del emprendedurismo, al falso discurso que encadena títulos y empleo, al sucio pragmatismo en casi todas las facetas de la vida, a poner precio a todo: incluidas nuestras cabezas.
Cantabria tiene una universidad pública, pero no es una universidad para el común. Como en el resto del Estado (con honrosas excepciones), la universidad pública se ha ido privatizando de forma encubierta. Al mismo tiempo que han ido avanzando las investigaciones híper condicionadas por la financiación privada, los investigadores convertidos en gestores de proyectos, los proyectos pagados a la universidad por otras entidades públicas para justificar acciones políticas o el alquiler de espacios, se han ido reduciendo las carreras “no rentables”, la inversión en conocimiento no rentabilizable (económicamente), las becas a los que más lo necesitan (ahora dicen que son para los que más se las merecen), la intervención crítica en la sociedad…
Tengo morriña de una universidad que quizá jamás existió y que ahora, desde luego, no veo por casi ninguna parte. Las autoridades universitarias hacen declaraciones para hablar de la propia universidad o de la financiación de la misma, pero tienen poco que decir sobre la debacle social que vive Cantabria, sobre el despiste sociológico en el que flotamos, sobre el modelo económico, sobre la catadura moral de los ejecutivos que la misma universidad forma y escupe a la sociedad… No hay debate de altura –ni de bajura-y, de haberlo, está recluido tras las murallas de los campus universitarios.
La Universidad de Cantabria vive aislada en la Avenida de los Castros y parece salir sólo para firmar convenios con ayuntamientos, bancos y multinacionales; la Universidad Internacional Menéndez Pelayo es ya sólo un recinto de alquiler para mayor gloria de Telefónica, el Banco de Santander, la Guardia Civil o el gremio del aceite de oliva. Quien tiene el dinero marca el no-pensamiento de unas universidades que, como buena parte de la “intelectualidad” del país, están al margen de la realidad social.
A la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense la han crucificado por haber parido a los Iglesias o Monedero, cuando debería ser un orgullo haber sido la cocina intelectual de un movimiento político que, aunque no me guste, ha revuelto la indolente política del país. Nadie crucifica a la Iglesia católica por andar todo el día opinando sobre lo que debemos o no hacer, nadie la acusa de institución politizada. Sin embargo, a nuestras universidades se les exige que se “tecnifiquen” cada vez más y formen buenos empleados, no buenos ciudadanos. Y ellas, responden con orgullo, con asociaciones de viejos estudiantes “exitosos”. Es difícil que presuman de filósofos o de poetas, de etnólogos o de maestros de escuela… pero suelen sacar pecho de los ejecutivos internacionales, de los científicos de éxito o de los empresarios enriquecidos mientras generan nuevas cátedras de emprendimiento para dar salida a la recua de estudiantes sin futuro a los que, ahora, además, les obligan a pagar másteres y doctorados para poder hacer algo en la vida.
Cantabria, por ejemplo, adolece de una universidad con carreras humanísticas. La comunidad autónoma requiere más de pensamiento humanista y social que de ingenieros, pero imagino que no es rentable invertir en la educación de politólogos, sociólogos, literatos, arqueólogos o filólogos… eso es un lujo que no nos queremos dar. La universidad terminará adscrita a la Consejería de Innovación, Industria, Comercio y Turismo porque la queremos para parir empleados, no para formar críticamente; los investigadores y las investigadoras en ciencias cobrarán del Banco de Santander o de Roche porque sus trabajos sólo tendrán sentido en caso de ser patentables o aplicables al negocio de los que ya piensan por nosotros; la editorial servirá sólo para publicar libros conmemorativos y balances económicos…
O no… ojalá el nuevo equipo que se pone al frente de la Universidad de Cantabria comience a pensar a futuro, sueñe un espacio de construcción de conocimiento al servicio del común, que dialogue con la sociedad para detectar sus necesidades más profundas (y no sólo las superficiales ligadas al empleo), que salga del campus sacrosanto para enfangarse con todas y todos los que estamos en la calle, que empuje a sus alumnos y alumnas a mezclarse, a participar, a salir de la burbuja de créditos y TFCs destinados al archivo de la biblioteca… Necesitamos una universidad, pero no esta. O, al menos, no solo esta.
Sobre este blog
Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.