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Altas capacidades: una condición llena de estereotipos, de casos sin identificar y donde también hay sesgo de género

Dos niñas y un niño leyendo.

Blanca Sáinz

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Gonzalo entró en el colegio a los tres años sabiendo leer. Tal y como cuenta su madre, Susana Otero, empezó a mostrar interés por las letras desde muy pequeño y jugaba con ellas a juntarlas para después preguntar a sus padres qué era lo que ponía: “No teníamos a niños en nuestro entorno, así que tampoco fue algo que nos llamase la atención, pero en cuanto entró en el colegio nos dimos cuenta de que sí”, revela su progenitora. Y ahí empezó el largo camino que marcaría su vida, aunque el diagnóstico del 'positivo' en altas capacidades no llegó hasta los cinco años ya que se suele esperar un tiempo para realizar las pruebas.

Precisamente, a raíz de conocer que su hijo tenía esta condición Susana se interesó por cómo ayudar a su hijo, y así conoció a la Asociación Cántabra de Apoyo a las Altas Capacidades (ACAACI), de donde ahora es miembro de la junta directiva: “Lo que pretendemos es visibilizar esta condición, orientar y ayudar a las familias. Además, también impartimos charlas para los docentes”, cuenta ya como experta en el tema.

Pero, ¿qué son concretamente las altas capacidades? Pues partiendo de la base de que no hay una definición general y aceptada por todos, se suele denominar como una capacidad de aprendizaje superior acompañada de una forma de aprender distinta respecto al grupo de edad del niño. Sin embargo, no hay que confundirlo con el alto rendimiento ya que este está compuesto por niños, adolescentes o adultos con una inteligencia media o alta pero que tienen como característica común su gran capacidad para el estudio.

“Tener altas capacidades no tiene por qué significar tener alto rendimiento, de hecho, un alto porcentaje de niños con altas capacidades no tiene un buen rendimiento porque va a una escuela adaptada a la media. Uno de los estereotipos que persigue a estos niños es que si no sacan buenas notas no tienen altas capacidades y va mucho más allá: se trata de la morfología y funcionalidad de su cerebro, que en lugar de aprender en dos pasos (comprensión y aprendizaje) lo hace todo en uno y de forma intuitiva”, argumenta Otero.

Pero también hay otros como que son poco sociables, algo que Susana Otero se encarga de desmentir: “Son como todos los demás: los hay extrovertidos e introvertidos. Lo que sí es cierto es que sus intereses pueden ser diferentes a los de los demás niños, y eso a veces les hace costoso relacionarse aunque no tengan ningún problema para hacerlo”, declara. Ese es el caso de Gonzalo, su hijo, que a pesar de ser un niño muy sociable es “muy consciente” de que no es como lo demás.

La importancia de la identificación

Desde 2006 la Ley Orgánica de Educación (LOE) reconoce que hay que favorecer la inclusión de todos los niños en las aulas, por lo que, si existe una necesidad específica, la Administración debe proporcionar apoyo educativo. Este concepto, tal y como desgrana Susana, es más complicado de asimilar por la sociedad cuando se trata de las altas capacidades: “Nadie espera que un niño con problemas de aprendizaje se adapte por sí mismo a la media de la clase pero con estos niños sí, y el resultado es un porcentaje muy elevado de fracaso escolar”, apunta.

La parte emocional de su cerebro también es diferente para los niños como Gonzalo ya que además de alta capacidad intelectual, estas personas también son altamente sensibles, un rasgo que se caracteriza por vivir las sensaciones de forma desbordante: “Sienten el ruido, la luz o hasta las etiquetas de la ropa de una manera extrema. No es solo que aprecien la música o la poesía, es que perciben todo su entorno y eso también les dificulta el aprendizaje normal”, cuenta Susana. A ello, hay que sumarle también el desarrollo asincrónico, es decir, que su mente va adelantada a su cuerpo.

“Tienen una mente de seis años en un cuerpo de tres, y esto les genera que pese a saber escribir no puedan porque su mano no se lo permite. Esto les genera desajustes y muchísima frustración, y esto a veces estalla en mitad de la clase... No hay que confundirlo con rabietas porque no tienen nada que ver”, explica la miembro de esta organización en la que solo en Cantabria atiende a unas 200 familias.

Por lo que además de cocientes intelectuales (CI) muy altos, estos niños también tienen ciertos hándicaps que requieren de apoyo para poder desarrollarse, algo que solo se hace posible si cuentan con una identificación temprana que suele venir por parte de los padres o de los maestros. Una vez se ha percibido que el niño puede tener este rasgo, el siguiente paso será ponerlo en conocimiento del orientador del centro para realizarle un informe pedagógico donde, además del CI, se observan otros parámetros como la creatividad, el estilo de aprendizaje o si hacen preguntas que no van acordes a su edad. Después vendría el 'positivo', a partir del cual el orientador elabora un informe con unas pautas que adecúen la respuesta educativa del colegio para que el niño se desarrolle de forma adecuada.

La Consejería de Educación de Cantabria creó en el curso 2018-19 un programa de apoyo a la detección educativa inclusiva del alumnado con altas capacidades, e incluso formó un equipo para elaborar una guía y ofrecer a los centros que lo solicitan asesoramiento y formación para estos casos. No obstante, en este momento solo hay identificados 194 niños con alta capacidad, algo que está bastante lejos de lo que se supone que tendría que haber.

“Hemos avanzado porque hace unos años había un 0,13% de alumnos con altas capacidades y ahora este porcentaje asciende al 0,21%, pero seguimos estando muy lejos de lo que dicen los expertos, ya que calculan que alrededor de un 10% de la población nace con esta cualidad”, apunta Otero.

Además, el sesgo de género también ataca en esa identificación ya que solo el 28% de los diagnósticos de Cantabria se corresponden con niñas, y el motivo no es otro que el intento de estas “de pasar más desapercibidas”: “Muestran mucho menos su capacidad, así que cuesta más detectarla”, revela.

En cambio, y pese a que la identificación es el primer paso, después viene la gestión de esa diferencia, algo en lo que normalmente no se suele acertar por parte de los centros y es que si hay algo que caracteriza a estos niños es el aburrimiento en las clases, que les termina generando desconexión. “La formación normal se basa en la repetición, en que te enseñan a sumar y haces 25 sumas, pero para ellos a la primera ya está, así que se aburren y no hacen caso. Para los docentes es difícil porque hay que atender a sus necesidades de forma específica, pero es que si no se les ayuda no aprenden”, asevera.

De igual forma, una de las formas de atender estas necesidades es adelantando un curso al niño aunque esto también debe hacerse de forma individualizada porque aunque en ocasiones les motiva estar con niños mayores debido a su edad mental adelantada, en ocasiones están tan integrados en su clase que puede terminar suponiendo un problema sacarles. “Las aceleraciones al principio suelen ser maravillosas porque de repente todo es nuevo para ellos, pero cuando llevan tres meses y ya se han puesto al día vuelven a tener las mismas dificultades. Es como con los niños con problemas de aprendizaje, que por repetir un curso no vale, sino que necesitan apoyo constante”, insiste esta madre.

La familia

Resulta curioso que a pesar de que las altas capacidades no dejan de ser un rasgo más puedan llegar a convertirse en un tabú y Susana reconoce que a muchas familias les cuesta comentar la particularidad de su hijo: “A veces los propios familiares al enterarse dicen que el niño no es para tanto, o comienzan a mirarle con lupa como si estuviesen deseando decirte que se ha equivocado en esta suma o en lo otro... Es como que, para ellos, el niño tiene que hacerlo siempre todo bien. Así que a veces no te quieres enfrentar a eso y no lo comentas”, reflexiona apenada.

En la conversación con elDiario.es, a Susana se le nota emocionada en varias ocasiones, una de ellas es el momento en el que reflexiona sobre lo complejo de su papel como madre: “Es agotador... Nos pasamos el tiempo buscando soluciones a problemas y solo queremos que esté todo el tiempo bien algo que supongo que les pase a todos los padres... Aunque en este caso más magnificado”.

Sin embargo, a la hora de hablar de cómo está Gonzalo, Susana vuelve a sonreír y reconoce que es un niño muy alegre y feliz, aunque con momentos de sufrimiento intenso. Algo que les ha ayudado ha sido el apoyo de su colegio, donde además de identificar su rasgo, han sido sensibles a su capacidad aunque Gonzalo sigue aburriéndose en las clases: “Le cansa lo repetitivo y a veces en las clases él también tiene que adaptase al ritmo, así que en casa intentamos decirle que a veces hay trabajos que son un poco rollo, pero que hay que hacerlos”, relata antes de admitir que le preocupa más cómo irá todo en el instituto. “Ahí será todo más complejo porque el aprendizaje es más tradicional... Espero que ponga de su parte y se termine adaptando”, finaliza.

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