Cosas que nos enseña el coronavirus

Las crisis son un indeseable pero revelador termómetro social. Nos dicen quién somos, de dónde venimos y adónde vamos. Nos ponen a prueba y nos retratan. Nos ponen en nuestro lugar. El coronavirus nos ha hecho una radiografía de cuerpo entero de lo que no vemos en circunstancias normales y el diagnóstico es que somos vulnerables al virus del miedo que inoculan los medios, que la precariedad a la que nos condena el neoliberalismo nos ha hecho más frágiles frente a las amenazas y que necesitamos la fortaleza de lo público y lo colectivo frente a un sistema que nos disgrega y debilita.

Las colas de gente llenando sus carritos en los supermercados como si fuera a empezar la Tercera Guerra es el último capítulo de una psicosis de origen mediático que empezó con la búsqueda histérica de mascarillas y la xenofobia hacia los orientales. Nos hablan de la realidad aumentada de las pantallas que nos muestran el mundo como un vídeojuego distópico, bélico y apocalíptico en el que tenemos que salir a conseguir víveres y matar chinos para salvar nuestro pellejo sin importarnos el resto. La inyección de pánico en vena, en una sociedad que vive en la virtualidad y la incertidumbre, crea individuos insolidarios, intolerantes e irracionales.

Después criminalizan a los migrantes que saltan la valla huyendo de guerras y hambre, pero ellos por mucho menos, asaltan un súper. Del otro lado, muchas personas se ofrecen voluntarias para cuidar a los niños sin cole de las familias que no pueden ocuparse y para hacerles la compra a los ancianos que temen salir a la calle y contagiarse. Se tejen redes vecinales que revelan que vivimos en un modelo incompatible con los cuidados y con el eslabón más débil de la cadena.

Los abuelos que cuidaban de los nietos ahora no pueden porque son población de riesgo y se pide que lo asuman los padres y las madres mientras trabajan en casa, al tiempo que se olvida a precarios y autónomos que no pueden teletrabajar. Se quiere mantener la productividad a costa de derechos o bajarla a costa de reducir sueldos. La patronal pide incluso abaratar el despido. Como siempre, el capital quiere que las redes que se tejen por abajo carguen con el peso del que se desprenden los de arriba.

Por eso es tan esencial un sistema público sólido que reparta la carga, amortigüe el golpe y ampare a los más desprotegidos. La crisis y las privatizaciones han adelgazado la Sanidad pública que ahora se las ve y se las desea para asumir la ingente tarea. Resulta, cuando menos, sangrante escuchar a los neoliberales pedir la intervención del Estado al que se dedican a minar diariamente. Sólo quieren lo público para lo que les conviene.

Esta epidemia ha puesto cada cosa en su sitio. Al ultra Ortega Smith le ha dado a probar su propia medicina. Después de acusar a los migrantes de traernos enfermedades, se ha contagiado y ha diseminado el virus en el mitin de Vox. La gente le ha dedicado memes. La dirigente del PP, Ana Pastor, también ha dado positivo y sólo ha recibido apoyos. Ahora es cuando su compañera, Álvarez de Toledo, pide perdón por decirle al gobierno que “el Congreso no se cierra ni en la guerra”.

No lo hará porque lo suyo no tiene cura, como tampoco tomaremos las medidas que necesitamos. El coronavirus nos enseña cuáles son las vacunas para curarnos, pero cuando todo esto pase, olvidaremos las recomendaciones para evitar el contagio y la enfermedad seguirá golpeando a los más débiles una y otra vez.

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