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Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.

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A la mierda

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Necesitamos con urgencia a un Estanislao Figueras, primer presidente de la I República, para que les dijera a sus pares actuales aquello de “señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Es para estarlo. Volver a liderar Europa en contagios con la atención primaria desbordada en algunas comunidades y hospitales cerca del colapso cuando ni siquiera hemos terminado septiembre, es un fracaso de nuestros políticos, no de la ciudadanía. Del Gobierno central y los autonómicos. Estamos pagando el desmantelamiento de la Sanidad pública, los recortes en investigación de las derechas y la incompetencia rebelde de personajes como Ayuso, pero eso no justifica sino que subraya la lentitud y laxitud de la respuesta de Sánchez. Si nos conduce una suicida en dirección contraria, la responsabilidad de la autoridad máxima es detenerla, quitarle el coche, el carné y dar la vuelta. 

El Gobierno no puede solucionarlo todo pero tiene que mostrar que lo está intentando por todos los medios. A fin de cuentas, es el jefe de todo esto y el que tiene más poder para poner e imponer medidas. Ni la cogobernanza ni las transferencias son excusa. Si otros lo hacen mal, ahí tienes que estar tú para hacerlo mejor y salvarnos del desastre, no para lavarte las manos. Pero no hay plan ni mando, hay otra vez imprevisión, improvisación y falta de liderazgo. Ni siquiera tenían claro cómo empezar el curso lectivo. Quién iba a pensar que habría que volver al cole. Soy un firme defensor de las vacaciones del trabajador, pero la peor pandemia mundial en un siglo en un país al borde de un ataque de nervios y de virus, creo que es razón suficiente para que un Gobierno de la nación se quede trabajando. Sobre todo si al regresar del verano no tienes los deberes hechos y vuelves a suspender en septiembre. Cuando los políticos suspenden en esta crisis, nosotros pagamos la matrícula con trabajos, negocios, salud y muerte. 

El ministro Illa, en entrevista en la SER, reconocía que no se habían reunido con su propio comité de expertos desde junio. Estamos casi en octubre. Tampoco habían atendido al primer llamamiento de un grupo de prestigiosos especialistas en salud pública que se ofrecieron a evaluar los errores y corregirlos en la segunda ola. Han tenido que publicar su carta en la reputada revista científica The Lancet para que les den cita. La semana que viene. Como tantos otros antes, la única explicación que dio el ministro a los problemas fue el alegre modo de vida de los españoles. Por lo visto, los italianos, griegos o portugueses son alemanes. 

La culpa no es de la gente. Dejen de decir que nos gusta mucho abrazarnos y hacer fiestas porque la mayoría de nosotros cumplimos, llevamos la mascarilla hasta para lavarnos los dientes, no abrazamos ni al gato y resulta que vamos peor que otros países muy mediterráneos y mucho mediterráneos como el nuestro. Si los gobiernos hubieran estudiado, en lugar de dedicarse a tirarse bolas de papel en clase, sabrían que los expertos concluyen que las causas del repunte son la precipitación en la desescalada, el insuficiente rastreo y apoyo a la atención primaria y las desigualdades sociales que hacen que el contagio ataque a los que viven peor. Todos problemas a los que los políticos podrían dar soluciones. Sorpresón.

Tampoco pueden decir que les pille por sorpresa este brote. Han tenido más de medio año para prepararse, reforzar debilidades y dar certezas, pero sólo nos dan disgustos, bochorno y angustia. La derecha incendiaria intenta hacer caer al Gobierno mientras desgobierna. El Gobierno de coalición parece que despierta de la siesta de verano cuando tendría que haber madrugado para evitar que estemos otra vez donde estamos. Sánchez ha esperado a que Madrid se le vaya a Ayuso de las manos para ofrecer la suya. Les falta estrategia sanitaria y les sobra tacticismo partidista a ambos. En su comparecencia, esperábamos directrices claras, medidas concretas, datos sobre la inversión en médicos, enfermeros, hospitales, rastreadores, transporte. Nos dieron banderas para llenar el vacío de sus palabras. 

Cuando Estanislao Figueras se hartó de la incapacidad de los políticos españoles de llegar a un acuerdo para superar una crisis galopante, soltó la frase, se fue a casa, hizo las maletas y cogió un tren a Francia sin ni siquiera dimitir ni despedirse. Dan ganas de hacer lo mismo. Pero los que tendrían que irse son los que no hacen su trabajo debidamente. A estos les sugiero la dirección a tomar con la fórmula parlamentaria acuñada por Labordeta en el Congreso y esgrimida como florete por Fernán Gómez: ¡A la mierda!

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