De Gustavo Torner se ha dicho que es “un clásico dentro de la modernidad que en cuanto rebelde extemporáneo deviene en romántico” o que es “un artista polifacético” de “trayectoria definida por la singularidad” y la obra “multiforme” que “centra el peso de la cultura en aquellos valores que inciden en la transformación de la sociedad”, pero quizá la mejor definición nunca hecha de este artista, nacido en Cuenca el 13 de julio de 1925 y que acaba por tanto de cumplir sus cien años de vida, sea la que, con la perspicacia que le caracterizaba, sentenciara en su día Fernando Zóbel cuando dijo que Torner “no tiene un estilo de hacer sino un estilo de pensar”.
Claro que un estilo de pensar conduce, inevitablemente, a una forma de hacer… y de vivir. Esa forma de hacer y de vivir es la que sus paisanos andan celebrando y van a seguir celebrando a lo largo de estos doce meses.
Música, charlas, redición editorial y placa
Coincidiendo casi con la fecha misma de ese su tan reciente centésimo cumpleaños, el pasado día 12 de este mes un exquisito espectáculo escénico-musical-performático creado por el flautista e investigador Julián Elvira con la colaboración de los asimismo intérpretes de flautas y tubos Ana Torralba y Eduardo Costa y con Florencia Ordoqui y Elsa Mateu en los aspectos fotográficos y lumínicos de la propuesta, venía a clausurar el ciclo de conferencias que, organizado por la Fundación que lleva el propio nombre del artista y el Ayuntamiento conquense, se había venido desarrollando en el Espacio que en el ámbito desacralizado del antiguo Convento de San Pablo de Cuenca es ejemplo perfecto, mediante las obras en él mostradas, del polimórfico hacer del creador conquense. Una propuesta en la que, bajo el título de “Circunferencia roja: la intención del arte”, las composiciones del propio Elvira se aliaban y amalgamaban, en fascinante polidiálogo, con ecos de los decires musicales de De Bingen, Sánchez-Verdú, Di Casserta, De Cabezón y Lobo. Por su parte el ciclo de conferencias al que el espectáculo ponía telón musical final había contado con la sucesiva participación de Jordi Teixidor, Ángela García de Paredes, José Manuel Sánchez Ron, Manuel Fontán y Tomás Marco para analizar respectivamente las relaciones tornerianas con la pintura, la arquitectura y la ciencia, su actividad de curador y su concepción del arte.
La celebración de los cien años del artista ha traído también la reedición del volumen “Escritos y conversaciones” publicado originalmente en 1966 en coedición de la Diputación Provincial conquense con la Editorial Pre-Textos que ha sido también la que ahora lo vuelve a poner en las librerías dentro de su colección Origami, en acción propiciada en este caso por la Fundación Torner con el patrocinio del Consorcio de la Ciudad de Cuenca. Se trata de un libro del que el propio Torner explicaba que giraba en torno a “la exposición de una serie de reflexiones que se van teniendo a través del tiempo, unas veces por la lectura de algunos libros y otras por los diversos problemas que uno tiene que afrontar”. Cuenta con una introducción de Juan Manuel Bonet. Asimismo el Ayuntamiento conquense ha anunciado que ubicará una placa conmemorativa en la Plaza de Mangana donde precisamente se alza el Monumento a la Constitución diseñado en su día por el artista.
Dos muestras conquenses y una madrileña
Tomando prácticamente el relevo a las mencionadas actividades en torno a Torner y su obra se acaba también de unir a la conmemoración el Museo de Arte Abstracto –en cuyo asentamiento en Cuenca y luego en su propia adaptación a sus funciones expositivas tanto tuviera por cierto que ver el artista– en el que su gestora, la Fundación Juan March, inauguraba el propio día 13 una pequeña exposición que, bajo el epígrafe de “Gustavo Torner. Sur-Géométries, homenaje a nueve arquitectos”, exhibe y va a exhibir hasta el 26 del venidero octubre, en el peculiar espacio de su llamada Sala Negra, una carpeta de nueve serigrafías tornerianas realizadas en 1972 en colaboración con Abel Martín homenajeando a otros tantos arquitectos desde el Renacimiento al siglo XX –Brunelleschi, Leon Battista Alberti, Andrea Palladio, Juan de Herrera, Wendel Dietterlin, Kobori Enshu, Franceso Borromini, Étienne-Louis Boullée y Mies van der Rohe– que ocupan un lugar destacado en la historia del arte occidental y oriental tanto por su obra práctica como teórica; una carpeta cuyas obras vienen a representar en su conjunto, con profundidad y sutileza, el repertorio formal de geometrías, espacios, colores y planos que desde el rigor, el orden y la pulcritud que caracterizan siempre sus realizaciones junto a esa técnica sutil, y precisamente geométrica, que informa buena parte de su hacer plástico.
La exposición del Museo de las Casas Colgadas se prolongará hasta el 26 del venidero octubre por lo que convivirá con la que, en el antes citado Espacio del Convento de San Pablo que exhibe permanentemente una depurada selección de la obra del artista, mostrará, ya en otoño, su emblemática serie “Vesalio, el cielo, las geometrías y el mar”, una de las realizaciones preferidas, según confesión personal, del artista –“creo que es la obra más completa que he ejecutado y me ha dejado más satisfecho” ha llegado a decir– referida, también según sus propias palabras, “a la totalidad de la condición humana, abierta a tantos aspectos, cerrada y extraña a la vez, sin encontrar un sentido natural que nos aclare esos profundos sentimientos como el dolor, la soledad, el anhelo, la ilusión.., que no son privativos de nuestra generación” y en la que Enrique R. Paniagua encontrara ya plasmadas “todas las concepciones que sobre la ”nueva“ obra de arte ha expresado el autor en entrevistas y coloquios”
La muestra sobre el Vesalio torneriano estará comisariada por uno de los mejores estudiosos de la obra torneriana, Arturo Sagastibelza, autor del catálogo razonado de su toda su obra y curador asimismo por cierto de la exposición que también estos días pero en Madrid, en concreto en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando –en la que el pintor ingresó en 1993–, exhibe, con el significativo título de “Centenario en la Academia”, trece pinturas tornerianas de gran formato fechadas entre 1977 y 2008, el periodo de su producción creativa que los comentaristas han calificado como su “etapa de madurez”. Unas obras muy variadas formal y conceptualmente y procedentes todas menos una –“Quevedo en Roma” que forma parte del propio fondo museístico de la institución académica– de colecciones particulares, la mayoría de ellas nunca expuestas en público hasta ahora lo que les añade un especial plus de interés, que configuran un excelente y a la par didáctico ejemplo de esa confluencia de tradiciones y saberes culturales a la par que de recursos, técnicas y procedimientos plásticos que también caracteriza el hacer de Gustavo Torner.