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El año COVID nos va trayendo, según va avanzando, un terreno bien abonado de incertidumbres y necesidades, también de oportunidades ilusionantes, y todo aderezado con un cierto aura de temor que no nos abandona del todo. Todo este escenario lo gestionamos nosotros, individuos, en nuestro día a día, cada uno como puede y quiere, pero también limitados por decisiones políticas que no siempre están mirando el interés general. En estos tiempos en que parece que la COVID todo lo abarca, conviene no perder perspectiva. Intentar no contagiarnos, o quizás mejor inmunizarnos socialmente, es un objetivo legítimo, como lo son otros muchos de salud pública.
Cuidar nuestra salud es una prioridad que puede englobar ese no contagiarnos, pero no se queda ahí. Es necesario mantener rutinas saludables: cuidar la alimentación, hacer ejercicio, respirar aire fresco, y no dejarse invadir emocionalmente por el miedo y las emociones de angustia o tristeza, son todos ellos hábitos que ayudan a reforzar nuestro sistema inmunitario frente a este y otros virus presentes y venideros.
¿Y a qué viene está obviedad? Pues que me parece que este verano esta simpleza no se ha tenido en cuenta en algunas regiones de nuestro querido país. Y sí, una de esas regiones es Castilla-la Mancha. Donde nos tenemos que felicitar por la evolución de los casos graves por este virus del que tan poco sabemos, donde a día de hoy, el número de fallecidos con COVID es de los más bajos que podemos observar en el panorama nacional. En este marco que podría resultar optimista, no para confiarse sino para mantener la prevención con esperanza de que funciona, y recordar la importancia de hacer una vida sana, mantener nuestro sistema inmunitario fuerte como principal barrera para defendernos. Ahora que podríamos trabajar con las personas con cuadros de ansiedad y bloqueo, que son muchas, que han somatizado su ansiedad convirtiéndose en personas vulnerables cuando no tenían por qué serlo. Ahora que se podría mandar un mensaje de ánimo e informar y trabajar para el cuidado de la salud integral. Ahora que se puede incidir en el necesario uso de las medidas preventivas que sí sabemos que funcionan, distanciamiento social e higiene máxima en las manos, y velar por el uso de las mascarillas donde se considere necesario y difícil mantener el distanciamiento social, léase discotecas o espacios de ocio similares. Ahora, sin embargo, se ha optado por la ley del embudo: mascarilla para todos, en todo momento y lugar.
Somos el único país de Europa en el que varias regiones han impuesto el uso de la mascarilla en todo el espacio público, en pleno verano, con los 40 grados que vivimos y al aire libre.
La base científica de esta medida es sumamente escasa. Un estudio de la Universidad de Cambridge lo recomendó en junio, y una de sus coautoras apostillaba “hay poco que perder y mucho que ganar”. El mucho que ganar no está del todo demostrado, no faltan otros estudios que alertan de que el mal uso de la mascarilla puede ser peor que nada, como sucede con los guantes, siendo mucho más efectiva la higiene habitual de manos. Y por otro lado, con lo de que hay poco que perder, dudo que esta persona pase sus vacaciones en la Mancha. Claro que hay mucho que perder: nuestro aire, lo más importante que tenemos, es una limitación para respirar y para hablar. Nos vemos obligados a respirar parte de nuestros residuos, parte de ese dióxido de carbono que expulsamos, aún en situaciones de riesgo de contagio cero. Cómo se puede tomar una decisión tan grave como limitar el aire que respiramos tan a la ligera. Con esta pandemia ya tendríamos que haber aprendido que las medidas limitadoras deben ser proporcionadas al objetivo buscado. Si no, corremos el riesgo de morir más por las medidas preventivas que por el propio virus.
Hace poco leí que gran parte de la población estaba pidiendo este uso masivo de mascarillas, de manera que la decisión política atiende a una demanda social. Ante esto lo primero que me viene a la cabeza es que hay mucho miedo. Hemos estado confinados, con una realidad de gran incertidumbre, y elevados mensajes y noticias que provocaban temores de diversa índole. Todavía hoy la información gira en torno a las curvas que suben y bajan de contagios, y seguirá así seguramente un largo tiempo. ¿Pero cómo no va a haber miedo en la sociedad? En lugar de alimentarlo, ojalá se pusieran medios para alentar a la gente a que se cuide, informarle veraz y periódicamente sobre lo poco que se sabe del virus, poner sobre la mesa que un estilo de vida saludable puede ser la mejor defensa, sin perder de vista la necesaria precaución.
Pero no, algunas autoridades se han ido por la calle de en medio, sirva o no al interés general. No creo que desde salud pública no se haya advertido las negativas consecuencias que puede tener el uso continuado de la mascarilla a elevadas temperaturas, también en espacios de riesgo cero para la COVID.
Por ello, pediría a las instancias políticas responsables, en este caso la Junta de Comunidades, que reflexionen. Que piensen en el verdadero interés general, y apuesten por campañas informativas que nos ayuden a salir de esta situación, que no tienen por qué pasar por el uso masivo y omnipresente de las mascarillas, sino el buen uso de las mismas cuando sea necesario, junto con las otras medidas. Nuestra salud lo agradecería.
Entre tanto, todos a respirar algo peor, estés donde estés. Y ojo, que si no te tragas parte de tus residuos con una mascarilla que puede que no defienda a nadie de nada, corres el riesgo de ser tachado de insolidario y multado.
Insolidaria e irresponsable me parece esta medida, y es una opinión vertida por una ciudadana más, pero bastante consciente y aturdida ante la imposición generalizada de un instrumento útil pero controvertido en su mal uso.
Mientras tanto a tomar aire enmascarillado y a respirar cada uno como humanamente pueda.
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